Verónica Dema
No hay amores felices es la tercera novela de su serie policial
Su
nueva novela -No
hay amores felices, la tercera de la serie- confirma que Sergio Olguín
encuentra en el policial una excusa para hablar del amor. La protagonista,
Verónica Rosenthal, es una especie de álter ego de este escritor con
trayectoria como periodista cultural, a quien lo desafía tramar un mundo de
ficción que se sostenga y crezca de novela en novela.
Mientras
terminaba de escribir La fragilidad de
los cuerpos,
la primera novela de la serie, me di cuenta de que tenía algo más que una
novela: tenía un personaje. Y que mi intención era seguirlo: me interesaba ver cómo
podía evolucionar, crecer, envejecer de novela en novela. Me planteé la
posibilidad de hacer varios libros con Verónica Rosenthal. Si me da el cuero,
llegaré a diez. La novela policial es un género que se presta mucho para tener
un protagonista que se mantenga a lo largo del tiempo. A diferencia de la
manera clásica, me interesa que el personaje vaya cambiando. Así fue como,
luego de La fragilidad de los cuerpos, llegó Las extranjeras y, continuando con
ese proyecto, empecé a escribir No hay amores felices con la intención de que
Verónica continuara, pero que también continuara todo su entorno, esos
personajes que se incorporaron a veces de manera casual y que se siguieron
desarrollando. Federico, por ejemplo, que es su amor, que va y viene, que
apareció como un personaje absolutamente secundario en la primera, en la
tercera ya es el coprotagonista de la historia.
Tengo en claro
que Verónica Rosenthal es una excelente profesional, una gran
periodista, esos periodistas de raza que se dedican a buscar la verdad o a
develar los engaños de sectores vinculados al poder; incorruptible, valiente y,
en paralelo, una persona frágil sentimentalmente. Se enamora con facilidad,
sufre con los hombres o con las mujeres. Es una chica treintañera, porteña, de
familia judía con dinero, con mucha libertad tanto en su vida profesional como
afectiva y sexual.
Creo que Verónica
es la periodista que me habría gustado ser si hubiera sido un periodista de
investigación, cosa que nunca fui. Ella representa lo que para mí es el
ideal del periodismo. Todo lo que dice Verónica yo lo suscribo. En ese sentido
funciona como un álter ego. En todo lo demás preferiría no parecerme.
La realidad es un
punto de partida para la ficción.Es muy imaginativa y prefiero que me
ayude como una especie de musa que va tirándome ideas de lo que puedo llegar a
escribir. Pero soy consciente de que estoy escribiendo una novela. Las
adopciones ilegales, los femicidios son disparadores. Si quisiera investigar
esa realidad, encararía una crónica. Si elijo escribir una novela es porque
quiero incorporar elementos para hacer una ficción. Priorizo el efecto
literario, narrativo por sobre la realidad.
De ahí viene el
título: No hay amores
felices. Creo que en la
vida real uno los puede tener, pero no hay amores felices en la narrativa, en
el sentido de que uno no puede contar la historia de un amor feliz, no se puede
narrar una felicidad. Sin problemas, sin conflicto, sin terceros, no es una
historia interesante de contar. Entonces, si a Verónica y Federico les va bien,
no va más. Veo que para las próximas novelas tengo que incluir algún tipo de
conflicto o evolución en esa pareja porque no puedo convertirlos en un
matrimonio al que le va todo bien.
El cine y, en los
últimos años, las series tienen una gran influencia en la literatura. Uno no lo hace
de modo consciente, pero al momento de cortar las escenas, de incorporar o no a
un personaje, de decidir cuándo hacerlo, todo eso es lenguaje cinematográfico.
Y es algo que surge con naturalidad, porque uno ya ha visto tantas películas y
tantas series que inevitablemente eso se traslada a la escritura. Ya no se
puede narrar como antes de que uno viera cine. A veces, cuando me preguntan por
las escenas de sexo del libro, yo digo que es lo único en que todavía los
escritores tenemos ventajas respecto del cine. Por lo general, el comercial no
se anima a mostrar escenas de sexo explícitas y, a su vez, si lo mostrara sería
sólo eso que muestra. La narrativa es un terreno donde uno puede abrir la
imaginación por más explícito que sea, porque lo hace con palabras y las
palabras son siempre representación del hecho, no el hecho en sí.
Todo lo que tenga
que ver con lo afectivo me interesa especialmente. Por qué
queremos o por qué dejamos de querer, qué se puede hacer para que el amor dure
son las preguntas que atraviesan todas mis novelas, pero no es nada nuevo
porque eso atraviesa la historia de la literatura. Lo que intento es no dar una
respuesta a esa cuestión, sino ofrecer un ejemplo de las posibilidades,
mostrando por qué puede durar o por qué no. Me interesa desarrollar relaciones
afectivas de pareja pero, también, relaciones que se establecen a partir de la
familia, la amistad, el encuentro con un desconocido. En definitiva, cómo una
persona se comunica con otra.
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