Pablo Marín
El narrador habla de su nueva novela, Enviada especial, un cruce de policial, intriga de espías y relato de aventuras. El autor de Ravel y Correr se aleja de la narración biográfica para regresar a la libertad de la "ficción-ficción".
El último libro de Jean Echenoz, llegado a los escaparates franceses a principios de este año, tiene de un cuantuái. Envoyée spéciale es, al mismo tiempo, novela negra, intriga de espías y relato de aventuras.
Se la puede llamar coral: sin protagonistas, propiamente, la habitan un montón de personajes entre quienes figuran un general de 68 años (la edad actual de Echenoz) a cargo de una compleja trenza de secuestros, viajes y complots; un joven y atento discípulo que en la calle usa una “chapa” y que por momentos se parece a Billy Bob Thornton; una heroína con corte de pelo a la Louise Brooks, casada con un músico en pana que alguna vez tuvo un hit radial; un tipo salido de la cárcel que se empareja con una peluquera tatuada y que, como veremos, no ha abandonado los trabajos sucios. Y varios individuos más, como si hubiera que decirlo, haciendo cosas muy normales y otras muy descabelladas.
Los echenozianos locales que se convirtieron en la época de la visita del autor francés a Chile, invitado en 2012 por el programa La Ciudad y Las Palabras de la UC, tal vez estén en otro riel. Tal vez esperen, argumentalmente hablando, algo en la línea de la trilogía biográfica que parió el autor entre 2006 y 2010 (Ravel, Correr, Relámpagos) o por último el fresco histórico provisto más tarde en 14. Pero no.
Enviada especial, como se titulará la obra cuando Anagrama la publique en 2017, comparte la debilidad del escritor por la concisión, su tendencia a decir lo más con lo menos, la finura en las terminaciones y un cierto distanciamento, entre irónico y perplejo. Pero, así y todo, ésta es otra cosa.
De partida, dobla la extensión de los volúmenes recién mencionados y supone un regreso de Echenoz a la “ficción-ficción”. Un retorno fulgurante, un retablo maniáticamente organizado, un nuevo jalón en su carrera, ampliamente aplaudida por la crítica.
El autor, desde su hogar en la capital francesa, define el nuevo escenario en estos términos: “Me pasé una década ocupado en personajes o acontecimientos ‘históricos’. Esto dio lugar a una seguidilla de libritos en los que la ficción tenía una intervención más bien secundaria, aun si siempre estuvo ahí, detrás de la puerta. Pero quería volver al espacio novelesco y retomar esa senda. Contar aventuras es una aventura en sí, y eso me empezaba a hacer falta”.
¿Son más difíciles las cosas cuando todo está por inventarse?
Inventarlo todo no es especialmente más difícil. Por el contrario, es un ejercicio de libertad.
En Capricho de la reina, publicado en español en 2015, se pueden encontrar siete textos. ¿Los abordó con un procedimiento de novelista, o no ve tanta distancia entre la novela y la nouvelle?
La mayoría de esos textos no son verdaderamente nouvelles, sino más bien relatos que me pidieron escribir. Es un tipo distinto de ejercicio, sujetos a las restricciones propias de una situación de un encargo y que no tienen mucho que ver con la de una novela.
Los Coen y el policial
En la revista Lire escribieron respecto de Enviada especial que “no es un policial”, sino “un Echenoz”. ¿Cómo se relaciona con la novela negra y la literatura de espías?
Vengo un poco de allá, de la novela negra, aunque de manera virtual. Cuando empecé a escribir mi primer libro -cuando empecé a escribir “en serio”, si puedo decirlo así-, mi objetivo era construir una novela policial. Aunque mi trabajo me llevó después en otra dirección, me gusta la idea de serles fiel a estos formatos que son la novela de aventuras, la novela de espionaje y la novela negra. Podríamos decir que el marco de la novela de acción se me da bien para realizar mis maniobras.
La intriga de Enviada especial es contemporánea, pero también un poco vintage. Incluso existiendo anclajes históricos precisos, hay una cierta atemporalidad. ¿Buscó un efecto de ese tipo?
Me gustaba la idea de mezclar, en el tiempo presente, personajes actuales, muy verosímiles o incluso reales, con otros que podrían haber sido sacados de una época -o de un cine- más antiguos. Por ejemplo, el personaje del general que arma todo este asunto de espionaje (el primero en aparecer en la intriga), podría estar tomado de una película de los años 60. Es un efecto de yuxtaposición, de desequilibrio, con el que deseaba darle a la novela una dinámica un poco dislocada.
¿Le dio esta novela más libertad para construir algo imprevisible o excéntrico?
Lo que me importa, en todo caso, es la libertad absoluta que permite la forma novelesca. Me parece, igualmente, que esa libertad debe también estar controlada, debe estar tan dominada como se pueda, y obedecer a una especie de lógica. Eso sí, una lógica libremente establecida.
Hay pasajes de la novela que se arman en la cabeza como escenas de películas. ¿“Ve” a sus personajes como quien escribe un guión?
Lo que me gustaría es provocar efectos “audiovisuales”: gatillar imágenes y sonidos. Y si el libro hace que nazcan imágenes en usted, diría que partimos bien. Por mi parte, no puedo construir una escena sin antes tener una representación visual precisa, o sin una banda sonora que la acompañe, que la integre. Y trato de reconstituir todo eso en el texto.
Hay un guiño en el libro al filme Corresponsal extranjero (Alfred Hitchcock, 1940). ¿Va también en esa dirección?
La referencia fue evidentemente deliberada. En el libro hay al menos una referencia cinematográfica adicional, un plano sacado de El gran Lebowski (Hnos. Coen, 1998).
¿Le interesaban el tono y el humor de los Coen en Sin lugar para los débiles o Quémese después de leerse?
Creo que he visto casi todas las películas de los hermanos Coen y, de ellas, me gustan casi todas (digo “casi”, porque encuentro que la última -¡Salve, César!-, es un completo fiasco). Me interesa mucho el tratamiento que le dan a la acción, sobre todo por los efectos de distanciamiento, tanto en el drama como en la comedia. Hasta hoy conservan, por lo demás, una dimensión irónica en su modo de encarar el drama (Fargo, por ejemplo, es una película sorprendente). Me siento naturalmente cerca de esta forma de hacer las cosas cuando armo mis historias.
¿Vio Puente de espías (de Steven Spielberg, escrita por los Coen)?
Me parece una muy buena película: más bien académica, pero realmente lograda. Y lo digo estando lejos de ser un incondicional de Spielberg.
Ud. crea en Corea del Norte algunos de los pasajes más delirantes del libro. ¿Cómo se imaginó un país tan poco visitado por la literatura (y tan poco visitado en general)?
Al comienzo quería que uno de los motivos de la historia se desplegara en un país opaco. Y por el lado de la opacidad, Corea del Norte es evidentemente un (abominable) modelo. Pude haber intentando visitarlo, pero los relatos de viaje que leí me disuadieron. A la distancia, acumulé toda la documentación posible sobre el país: relatos, testimonios, ensayos, obras históricas, conferencias, fotos, filmaciones, agencias de prensa, etc. Quería trabajar sobre bases reales -aun si nada es completamente seguro cuando uno trata de informarse sobre ese país- para poder, a partir de ahí, injertar la ficción.
Para su visita a Chile, en 2012, ¿pudo acercarse a la literatura o a otras creaciones locales?
Desafortunadamente, me quedé pocos días en Chile. Y sólo estuve en Santiago, cosa que lamento mucho. Lo que no me había esperado fue tener que llegar hasta allá para leer a Roberto Bolaño, que es un escritor extraordinario.
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