7 de novembre del 2013

Un asesino en el Hamburgo posnazi

[El Periódico, 6 de noviembre de 2013]

Cay Rademacher recupera un caso real de 1947

Anna Abella

foto: Danny Caminal

Hamburgo 1947. Refugiados, desplazados, huérfanos... supervivientes de la segunda guerra mundial que malviven a 30 bajo cero, entre 43 millones de metros cúbicos de escombros causados por los bombardeos, con racionamiento, falta de luz y servicios, toque de queda, en un limbo de parálisis económica donde reinan el mercado negro y los saqueos. En ese escenario real actuó otro ser no menos real al que la policía jamás atrapó. Le bautizaron «el asesino de los escombros» y aquel invierno -«el más frío del siglo XX en Europa»- estranguló a un anciano, una niña y dos mujeres, dejando a las víctimas desnudas entre las solitarias ruinas. Nunca se las identificó.

Aquel caso inspiró al escritor, periodista e historiador alemán Cay Rademacher (1965) para construir una novela negra que a su vez es un desolador retrato de la vida cotidiana en el Hamburgo de la posguerra. El asesino entre los escombros (Maeva) es el  primero de tres títulos protagonizados por el inspector Frank Stave
-«arquetipo del superviviente»-, cuya mujer murió en un bombardeo y cuyo hijo de 17 años, tras marchar voluntario al frente en 1945 reprochándole no ser suficientemente alemán, engrosa las filas de los, aún en 1947, 18 millones de desaparecidos.
LA HERENCIA / «Los niños fueron un producto del sistema nazi, se criaron en él, creían en esa nueva Alemania y despreciaban a quienes no apoyaban al régimen al 100%. Tras la guerra muchos se sintieron culpables por no haber sido capaces de proteger a sus hijos de aquello», explica Rademacher, que recuerda cómo su tío, con 17 años, se alistó en la Marina para evitar entrar en el partido nazi y acabó prisionero de los rusos. «Volvió con malaria en 1948, sintiendo que le habían robado la juventud, que le habían traicionado enviándole al frente. Nunca habló de lo sucedido. Mis mayores nunca hablaban de la guerra. En mi familia un abuelo fue perseguido por los nazis y otro fue un nazi. Había muchos tabús y un gran silencio. Todas las familias tienen esas historias de silencio. Fue un pacto para seguir adelante: 'si tú no hablas de mi historia yo no hablaré de la tuya'. No se ha superado. Es la herencia de mi generación».
Solo cumplidos los 70 algunos supervivientes empezaron a hablar. «Lo comprobé en las entrevistas que hice. De repente es como si quisieran compartir sus experiencias antes de morir, liberarse de las barreras mentales que construyeron para protegerse». La novela, afirma, rinde homenaje al espíritu de la gente que reconstruyó el país -«fue una generación fundacional, resiliente y poderosa que siguió adelante a pesar de la destrucción y la vergüenza moral que sentían»-, pero también a la llamada literatura de los escombros, marcada por la miseria y la culpa del superviviente, con autores como los nobel Heinrich Böll y Günther Grass,
«Muchos, sin ser personalmente responsables ni participar activamente, sintieron culpa y vergüenza. En cambio los verdaderos nazis nunca tuvieron remordimientos. Se justificaban diciendo 'cumplía órdenes'», opina el autor. «Solo se purgó a los altos cargos de la Gestapo o el partido. El resto intentó pasar desapercibido para volver a sus trabajos. En la policía, por ejemplo, no se incidía mucho en qué hizo cada uno en el Tercer Reich».
El embrión del libro fue un artículo para el que Rademacher buceó en cartas y diarios, y en los archivos criminales del caso del asesino de los escombros. «Aunque eran informes oficiales transmitían la desesperación con que una policía sin pistas ni testigos intentaba sin éxito identificar a las víctimas. Colgaron carteles por todo Hamburgo con fotos de los cadáveres, con un texto burocrático pero con un signo de exclamación. Es uno de los mayores misterios de la historia criminal alemana».
¿Por qué cuatro muertes alarmaron tanto a una ciudad con 30.000 muertos en bombardeos? «Y muchos aún estaban bajo las ruinas, y eso sin contar los del frente y los judíos. Creo que para una policía que hasta 1945 tuvo que aceptar los asesinatos de la Gestapo el no aceptar que aquel caso quedara impune era una forma de volver a la normalidad, de salvarse a sí mismos».

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