14 d’octubre del 2013

Manolo visto por su hijo

[La Vanguardia, 12 de octubre de 2013]

Núria Escur



Insiste el hijo de Vázquez Montalbán en que su padre siempre quiso mantenerlo a salvo de los daños colaterales que comporta ser hijo de famoso. En una ocasión, siendo niño, Daniel le preguntó "¿por qué siempre dedicas libros a los demás? ¿es que a mi no me quieres?" a lo que el escritor le contestó que "nadie tiene la culpa de tener el padre que tiene". A Daniel le pareció, dice, una respuesta cojonuda.

Daniel Vázquez Sallés responde telefónicamente «La Vanguardia" desde tierras italianas donde ha recalado para asistir a otro homenaje a su padre. "El año pasado no me vi con suficiente valor para venir. Pero ahora, paseando por Génova o Santa Margarita recuerdo que él siempre nos decía: ¡si un día me exilio, buscadme por aquí!".

En Recuerdos sin retorno. Para Manuel Vázquez Montalbán (Ed. Península), lo advierte desde el principio: "Se puede liquidar a un padre con nocturnidad y alevosía, pero si buscaban que hiciera el sano ejercicio de matarte una vez muerto, se equivocaban. No vaya ajusticiarte. Es más, el traje de asesino me queda grande, y matar a un padre suele ser fruto de una autocompasión que trato de evitar en la medida que puedo. Existen tantos francotiradores dispuestos a dispararte apostados al otro lado del río Aqueronte que yo prefiero hacer de barquero y alejarte de la impaciencia de los ocultos". El libro, acto de expiación filial, incluye guiños insólitos como una carta personal del subcomandante Marcos y otros cotidianos como el brindis preferido del escritor: "¡por la caída del régimen; qué régimen, no importa!".

Ha sido un ejercicio gratificante y aunque al principio le resultó doloroso, lo da por bueno, por asignatura saldada, "que tiene mucho de visita al psiquiatra". Por eso, aun que lo empezó hace tiempo, tuvo que abandonarlo "y creo que el resultado es más sereno, he conseguido ponerle freno". Daniel se reconoce en algunos rasgos de su padre -la curiosidad, el escepticismo, las botellas medio vacías- y está seguro que él, si viviera, se cabrearía casi con todo - el Gobierno central, el fraude fiscal, la precariedad de la cultura- porque fue un hombre sin miedo a manifestar su opinión. "Quien opina mucho se la juega. Pero era muy consciente de ello; estoy seguro de que hoy no sería feliz en este mundo".

Mientras escribía el libro, Daniel decidió no mostrárselo a su madre, la historiadora Anna Sallés, que todavía no lo ha leído. "No quería interferencias, no quería ruidos de fondo, pero supongo que le gustará porque desprendre mucho amor". Tampoco utiliza en el libro los términos padre y madre "por que para mí siempre han sido Manuel - o Manolo- y Anna y porque ese tratamiento me facilitó no caer en la sensiblería, dotar al texto de la distancia necesaria".



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