29 d’octubre del 2008

La novela negra contiene muchos colores: El club de lectura en La Bòbila

[Pensando demasiado, 29 de octubre de 2008]

La tarde estaba siendo entorpecida por una barrera de lluvia impenitente. Los ancianos que normalmente dan vida a la Plaza de la Bóbila, habían desertado. Los rótulos luminosos de las tiendas vacías servían de faros entre esas calles normalmente tan distintas, tan llenas de sonidos y de gente, de gente y sus sonidos. Nadie, en su sano juicio, habría salido de casa. La tarde perfecta para los lectores compulsivos. La prolongada sucesión de momentos que te permiten acabar una novela atrasada. Pero ahí estaban casi todos, unos cuantos minutos después de la hora acordada. Mojados, apresurados, sonrientes, los últimos participantes se encontraban con los más puntuales algo más secos y menos urgentes.

Todos y cada uno dijeron lo que pensaban de la atípica novela negra que Jordi había propuesto. Huérfanos de Brooklyn o cómo sobrevivir con dignidad al síndrome de Tourette, a la doble orfandad y a los bajos fondos de la gran metrópolis.Todos y cada uno de los contertulios, revelando estilos muy personales, incluso apasionados, aportaron elementos muy interesantes que compensaron con creces lo desapacible de la travesía hasta la Biblioteca. Con un extraño equilibrio de los sexos y las edades se fueron intercambiando opiniones y pareceres de lo más estimulantes. Compañeros acudieron con notas que ordenaban su pensamiento e iluminaban rincones que a nosotros nos habían pasado desapercibidos. Otros se presentaron con frescura, bombones y entusiasmo. El bagaje era distinto: los había que abordaban la novela ya por segunda vez, los había que no acabaron de leerla, e incluso, una persona que no le había echado el ojo. Todos supieron convertir ese rato en la mejor opción imaginable.

El fondo de novela negra de la Bóbila además de ser excitante es imprescindible. El club de lectura de novela negra de la Bóbila también es ambas cosas. Al volver a casa, la lluvia no era tan impenitente, los anuncios luminosos de las tiendas cerradas servían como faros y en mi cabeza resonaban algunos de los agudos comentarios proferidos por mis compañeros. No podía evitar sentirme bien.

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