[Bulímia quimérica, 29 de octubre de 2008]
1º Club de lectura temporada 2008/09 de la biblioteca La Bòbila
“Huérfanos de Brooklyn” nos ubica en el estado de Nueva York, suponemos que en la actualidad por el uso de los teléfonos móviles del protagonista, aunque este aspecto no acaba de precisarse. La historia arranca con la muerte de Frank Minna, un empresario cuyo negocio, los coches de alquiler, oculta una agencia de detectives pero que en realidad se reduce a una simple tapadera para diversos negocios poco ortodoxos.
En su juventud, Minna “rescató” a cuatro huérfanos para adiestrarlos y convertirlos en sus hombres de confianza; una confianza ponderada según las características de cada adolescentes. Toni, el más decidido a lograr la notoriedad y escalafón propio en el mundo del hampa; Lionel, el protagonista acosado por el síndrome de la Tourette; Danny, el deportista con éxito entre las mujeres y por último, Gilbert, el gordo bueno y lento de reflejos, al que arrestan por la muerte de Minna.
Probablemente el elemento más destacado resulte ser el protagonista, Lionel Esrog, cuyo síndrome de Tourete lo convierte para unos en un espectáculo circense, para otros en un engendro o para si mismo, simplemente en un superviviente. El autor construye una sintomatología que sin duda ha requerido un conocimiento y documentación cuidadosa, puesto que no sólo se produce una descripción de los TIC: movimientos involuntarios y repetidos, sonidos vocálicos y fónicos, coprolalias, etc., sino que además nos describe el trastorno obsesivo compulsivo y la dificultad para el control de los impulsos del protagonista. Una lucha interna que se encuentra irremediablemente abocada al fracaso. Unas características tan notables en momentos de tensión, que la risa resulta inevitable en los desenlace.
Ante la muerte del único hombre que les ha dado algo en qué creer, frente a una existencia huérfana de referentes, Lionel “el engendro” decide investigar la muerte de Minna que se produce sin que él pueda impedirlo. Una pérdida que le convierte nuevamente en huérfano en una ciudad, a la que se le confiere muchas características humanas: “Una calle que carece de autoestima” o a la que se hace portadora de críticas “La danza de renovación amnésica de Manhatan”.
La historia de los hombres de Minna, esos huérfanos que da título a la obra y que mereció el Premio Nacional de la Crítica, recuerda a las historias plasmadas en el cine sobre adolescentes que pretenden llamar la atención del gángster del barrio. En este caso y a pesar de permitirnos atisbar la infancia de estos huérfanos, genera cierta disonancia temporal, como si la infancia narrada correspondiera más bien a los años 50 y no a los 70 u 80, como parece ser el caso.
Una novela donde prima el protagonismo frente a la trama, donde a pesar de la falta de acción y de que ésta parezca avanzar sola mientras el personaje se pierde en sus propias disquisiciones. Hay que reconocerle al autor unos diálogos ágiles e incluso momentos de humor, así como una escritura madura. Un final cuyas piezas de puzzle encajan a base de iluminaciones, de recuerdos a los que el lector/a llega tarde o nunca, pero que sin duda no parece preocupar en exceso al autor, centrado en otros menesteres como el de otorgar una identidad potente a su personaje, muy por encima del resto de personajes –sin duda-.
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