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Los quioscos fueron los distribuidores, diría que entre la década de los 40 a la de los 80 del siglo XX, de una de las principales opciones de ocio de la época en la que la televisión e internet todavía no lo habían inundado todo. Me refiero a la “novela popular” o “novelas de a duro” (por su precio), “de quiosco” (por el lugar en el que se adquirían) o “bolsilibros” (por el nombre de la famosa colección que puso en marcha Bruguera).
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