Juan Carlos Galindo
Salamandra publica el compendio de aventuras de este clásico creado por Muñoz y Sampaio
No soy un gran lector de cómics, novelas gráficas y demás. No tengo nada en contra del género, simplemente no recalo en él lo suficiente. Pero he aquí que llevo meses viendo en mi estantería de pendientes el inmenso ejemplar, en todos los sentidos, en el que Salamandra Graphic ha reunido las historias de Alack Sinner, creadas por José Muñoz (Buenos Aires, 1942) y Carlos Sampaio (Carmen de Patagones, 1943).
¿Y bien? Pues desde la primera historia me pregunté dónde había estado este personaje toda mi vida, cómo me había perdido este homenaje a Chandler imbuido de jazz, mala vida y mala suerte, un tipo honrado y perdido en un mundo que no le acompaña, un hombre herido, atractivo, pendenciero y luchador.
¿Quién es Alack Sinner? Un expolicía que dejó su trabajo porque no aguantaba el fascismo de sus compañeros. Whisky en Joe’s, cigarro en la boca, jazz en Trane’s son sus rituales. Un detective privado que viste traje negro, camisa blanca, todo old school. Es el perfecto antihéroe al estilo Marlowe pero por encima de todo es la excusa de sus creadores para retratar la sociedad de las décadas que les ha tocado vivir. Desde los devastadores efectos de la droga en la población negra de Estados Unidos a los oscuros prolegómenos del 11-S, pasando por el abandono de los veteranos de Vietnam, las miserias de la guerra de Irak y más.
En ocasiones, Sinner se enfrenta a los casos que le proponen oscuras familias de la clase alta, tan desestructuradas ellas, tan cenagosas cuando el foco se apaga. Ahí se parece más a Lew Archer, la creación de Ross Macdonald en los albores del hard boiled. Los finales de las historias son sencillos, directos, en ellos se dispara sin misericordia, sin preámbulos, todo muy punk. En Viet Blues hay un momento en el que unos negros revolucionarios que no entienden nada le preguntan al blanco Sinner por qué se la juega por ayudar a su amigo, genio del jazz y yonqui. Su respuesta es perfecta: “¿Por qué lo hacía? ¿Quién podía explicarlo? Simplemente porque él lo necesitaba. Y menos simplemente porque creo en la amistad”. Para enmarcar.
La vida no es una historieta, baby, es una aventura llena de ironía sobre la creación literaria, sobre el género y sobre los creadores, Muñoz y Sampaio, que se pasean alegremente por los rincones del relato. Hay otro montón de historias reseñables, pequeñas parcelas de una vida en la que vemos como el protagonista se desgasta, en las que sentimos cómo envejecemos con él.
En la última etapa se vuelven más esquemático, pero igual de preocupados por los temas sociales y Sinner no pierde ni una pizca de agudeza. En todo momento, el dibujo de Sinner nos muestra la crueldad de la vida, el paso de los años, el castigo que reciben quienes no se están ni quietos ni callados. El rostro, casi como un paisaje, nos cuenta toda una existencia.
El caso USA, último relato, es el compendio perfecto de todo. Mafia en las calles y en los despachos próximos al poder, un Sinner crepuscular que después de ser taxista vuelve al trabajo de detective más relajado, sin su adicción al tabaco y con otra cara y una historia con ritmo y conclusiones desalentadoras. Como siempre, los que están cerca del antihéroe sufren; el protagonista, busca la redención y, si no, al menos la paz. Y, como la vida, termina como si al día siguiente fuera a seguir todo. Qué buena es, qué pena me da que se me hayan acabado sus 700 páginas.
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