Matías Néspolo
Victoria González, la hija de Francisco González Ledesma, publicará una precuela del célebre inspector creado por su padre.
Como las desgracias, las buenas noticias nunca vienen solas
tampoco. Una muy buena para los amantes del género fue enterarse de que Carlos
Zanón ya ha cogido el testigo de Vázquez Montalbán y el inmortal Pepe Carvalho
regresará a las calles en 2018. La otra es que mucho antes, el
próximo 7 de marzo en librerías, regresará el otro poli de tinta más
emblemático de Barcelona, el inspector Ricardo Méndez. El hijo del otro prócer
de la novela negra junto con Manolo: una máquina de narrar (hasta un millar de
novelas del oeste firmadas con seudónimo) que algunos despistados creen que se
llamaba Silver Kane, pero que en su glorioso carnet de periodista ponía
Francisco González Ledesma, o mejor dicho, Paco, para los amigos, que fueron
muchos.
Llámame Méndez se titula el regreso, en la sala de máquinas de Planeta, y no se
trata de una vuelta del viejo sabueso gruñón, fumador de negro, lector
empedernido, completamente negado para las nuevas tecnologías y amigo de las
causas perdidas del Paralelo barcelonés, sino de un viaje al pasado.
Un Méndez antes de Méndez, con sólo 17 años en la turbia Barcelona de posguerra
de 1945. Y quien firma la obra, ya casi en el segundo aniversario del
fallecimiento de Paco, es la heredera natural del escritor, su hija -también
periodista, como su hermano Enric
González, que
escribe en estas páginas- Victoria González Torralba.
Natural por partida doble, porque la tarea se le impuso como si
también la llevara en los genes. «Personalmente, hasta me caía francamente mal
el personaje, pero me ha sorprendido al meterme en su cabeza», confiesa. Sucede
que Victoria ayudó a su padre en la redacción de las páginas finales de Peores maneras de morir (2013),
la última de las 10 novelas protagonizadas por Méndez, cuando ya González
Ledesma acusaba los años y, sobre todo, las consecuencias de un ictus. Sin
pretenderlo, Victoria
González «ya
había entrado al territorio Méndez», dice, «y conversamos con mi padre la idea
de escribir una precuela, pero eso quedó en el aire», recuerda.
En el aire o en la cabeza de la autora, hasta entonces sólo de
relatos, porque González Ledesma aún daba batalla a la enfermedad cuando
Victoria comenzó a escribir esa precuela. Tarea que, poco después, tras su
fallecimiento, se le impuso inevitable «como un homenaje a mi padre», confiesa.
Se trata de un viaje a los orígenes del inspector, pero también «al pasado
emocional de mi padre», revela la autora, porque no sólo se nutrió de los casos
célebres del sabueso Crónica
sentimental en rojo (1984) o El
pecado o algo parecido (2002),
sino sobre todo de las memorias de Paco, Historia
de mis calles (2006).
«Lo que hice fue tomar algunos personajes reales de su infancia.
Hay muchos guiños y pistas que identificarán los que conocieron en intimidad a
mi padre», señala Victoria. Pero en todo caso, aclara, «no entorpecen la
trama». Cosa que garantiza una buena lectura para aquellos lectores que no sólo
no conocieron al doble de Silver Kane en la vida real, sino que tampoco
sospechan en qué se convertiría ese muchacho llamado Ricardo Méndez.
Pero las claves están ahí. «Méndez es un policía con un
corazón de izquierdas, pero que sigue formas de derechas,
porque ha hecho carrera bajo una dictadura», explica Victoria, y revela de paso
por qué no le caía bien el personaje, antes de bucear en su pasado. Esas dos
caras del inspector, «la del policía con tics fascistas, pero que le lleva
tabaco a los rojos en la cárcel», son las que la autora explica a través de dos
personajes contrapuestos que de algún modo marcaron al muchacho.
Por un lado, «su tutor, Raimundo, que funciona como su referente
emocional del izquierdas», dice la autora. Y por el otro, «el comisario
Castañeda, con el que trata al meter las narices en un asesinato». El asesinato
en cuestión es el de su propia novia, que ejercía de prostituta en el barrio
Chino. Pero de eso el muchacho se enterará luego, cuando le siga la pista a un
estraperlista haciendo sus pinitos de investigador junto a un comisario adepto
al Régimen.
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