Juan Carlos Galindo
Reino de Cordelia publica la primera novela del popular detective con una nueva traducción y en versión íntegra
William Powell como Philo Vance.
Recuperar un clásico puede ser un error, algo innecesario o simplemente una labor acumulativa en el saturado catálogo editorial español. Pero también puede ser un momento para descubrir, disfrutar y sorprenderse y, sobre todo, para hacer justicia. Es lo que ocurre con la publicación de El caso del asesinato de Benson, de S.S. Van Dine. La primera aventura de Philo Vance es una pequeña joya de la literatura criminal maltratada a lo largo del tiempo en España y ahora recuperada por Reino de Cordelia con traducción de María Robledano y sin los hachazos que, vayan a saber por qué, hicieron las traductores durante años.
Pero, ¿Quién es Philo Vance? Pues una especie de Holmes algo más pedante, igual de vanidoso, tan efectivo y sagaz y un poco más impertinente. Una mezcla de millonario, hombre de mundo y coleccionista de arte que se divierte resolviendo casos para el torpe fiscal de la Nueva York de los años veinte del siglo pasado. Las historias, contadas por el propio Van Dine, una especie de gestor de las riquezas de Vance que hace las veces de Watson, conservan un ritmo y cierto tono cínico que las hace muy recomendables.
En El caso del asesinato de Benson, un rico inversor muere de un disparo en la cabeza en su casa. El grupo de sospechosos es variopinto y la labor de Vance, siempre como asesor exterior, es ir descartando a unos y a otros mientras saca los colores a la policía, tan torpe como Lestrade y compañía, y a su amigo el fiscal Markham, hábil para las leyes, obtuso para la deducción policíaca. A través de unos diálogos que son lo mejor del libro, Vance muestra sus irritantes virtudes e incluye reflexiones sobre arte, filosofía y cultura general que enriquecen la lectura y que fueron mutiladas en anteriores versiones. Hay un punto desquiciante en este tipo tan atractivo, tan rico, tan dotado, pero Van Dine sabe llevarlo bien y no puedes evitar terminar con una sonrisa.
Fíjense, como le describe y tengan en mente a William Powell, el actor que le encarnó con más éxito: “Vance era claramente irónico pero rara vez llegaba al sarcasmo; era frívolo, de un cinismo juvenaliano. Quizás la mejor manera de describirlo era como un espectador de la vida aburrido y altanero, pero sumamente consciente y perspicaz (...) A pesar de todo era una persona de extraordinario encanto personal. Incluso aquellos a quienes les resultaba difícil sentir admiración por él sentían la misma dificultad en que no les gustara (...) Era extraordinariamente bien parecido, aunque su boca parecía severa y cruel, como la boca de algunos retratos de los Medici. Por otra parte, el arco de sus cejas le procuraba una ligera altivez burlona. Vance medía un poco más de un metro ochenta y cinco; de porte elegante, daba la impresión de ser fuerte y resistente. Vestía siempre a la moda, escrupulosamente correcto hasta en los mínimos detalles, aunque discreto”.
20 reglas ingenuas y geniales
Como apunta Luis Alberto de Cuenca en el prólogo de esta edición, S. S. Van Dine, pseudónimo de Willard Huntington Wright (Virginia, 1888), fue un escritor de fama internacional que vendió millones de libros y al que ahora solo recuerdan unos cuantos iniciados.
La serie que escribió entre 1926 y 1939 es un ejemplo de novela policial de enigma, tan estigmatizada estos días de novelas negras mucho más sociales, escrita con inteligencia.
Sus 20 reglas de la novela policíaca son una pequeña joya, ahora a todas luces ingenua, pero muy divertida. Hay algunas a las que me adhiero sin problema hoy en día (16: en una novela policíaca no debe haber pasajes descriptivos largos, ni descripciones exhaustivas de personajes, ni temas secundarios que solo hacen perder el tiempo, ni preocupaciones atmosféricas) y otras son simplemente geniales y arcaicas (7: en una novela de detectives simpre tiene que haber un cadáver y cuandto más muerto esté, mejor). También hay muchos mandobles a los escritores que, en aquella época anterior a la irrupción del hard boiled vivían del cuento de la novela enigma facilona (5: al culpable se debe llegar por deducciones lógicas, no por accidente, coincidencias o confesiones sin motivo; 11: nunca se debe escoger a un criado como culpable).
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