Enric González
Jorge Arévalo
Como material artístico, la mafia es muy peligrosa. Ofrecen
prueba de ello la serie cinematográfica El
Padrino y la serie
televisiva Los Soprano.
Hablamos de dos obras maestras que glorifican a los mafiosos, gente
esencialmente malvada. La glorificación ocurre siempre, de forma inevitable,
cada vez que un autor se aproxima a un fenómeno que combina crueldad, honor,
familia y tradición, rasgos que por alguna razón conmueven a la gente. Sólo hay
dos formas de retratar adecuadamente a la mafia: componer un amplio catálogo de
sus delitos, como hizo Roberto Saviano con la Camorra
napolitana en Gomorra,
o mostrarla desde lejos, como un paisaje o un telón de fondo. Esta última es la
estrategia de Andrea Camilleri y su personaje, el comisario Salvo Montalbano,
en una exquisita serie de historias policiales. Se trata de una de las cumbres
europeas del género negro.
Cuando un gran escritor decide a los 70 años componer una serie
policial, sólo puede demostrar dos cosas: senilidad o genio. Y Andrea Camilleri
nunca tuvo nada de senil. Llevaba toda una vida escribiendo para el teatro, la
radio y la televisión y, tras la muerte de Leonardo Sciascia, había heredado el
título oficioso de maestro supremo en los complicadísimos asuntos sicilianos.
Jubilado de la radiotelevisión italiana y con 70 años, en 1994 emprendió la tarea de
describir Sicilia a través de la comisaría de Vigàta, localidad
imaginaria que era en realidad Porto Empedocle, su ciudad natal.
La segunda gran guerra de la mafia siciliana, que había durado
casi 10 años y había causado un millar de muertes, acababa de terminar. Los
asesinatos de los jueces antimafia Falcone y Borsellino habían ocurrido dos
años antes. Italia estaba horrorizada ante la violencia y el poder de los
clanes sicilianos. Y al viejo Camilleri no se le ocurrió otra cosa que empezar
a publicar novelas sobre casos criminales en los que la mafia era poco más que un
remoto juego de sombras apenas
perceptible.
Muchos se escandalizaron. Pero el público devoró con fruición
los casos de Salvo Montalbano y en poco tiempo Camilleri se convirtió en el
autor italiano de mayor éxito. Los lectores no tardaron en comprender que el
juego literario de Camilleri consistía en relegar la mafia a un segundo plano y describir magistralmente lo que
él llama la mafiosidad, es decir, las estructuras sociales
sicilianas que permiten la existencia de los clanes. Carezco de tiempo para
ahondar en esas estructuras propiciadas por la tradición, la pobreza y la
lejanía (luego teñida de complicidad) del Estado italiano; si les interesa el
tema, lean el magnífico libro Crónicas
de la mafia, de Íñigo Domínguez.
En la Vigàta del comisario Salvo Montalbano operan dos clanes o
familias, los Cuffaro y los Sinagra. Se les menciona de vez en cuando, pero
jamás aparecen en el centro de la escena. Montalbano tiene algún roce ocasional
con ellos, los utiliza alguna vez como fuente de información (¿qué serían las
familias si no lo supieran todo de todos?), y ya está. Aún así, se demuestra
una vez más el peligro de escribir sobre la mafia: los lectores más febriles de
la serie simpatizamos con los tradicionalistas Cuffaro y recelamos de los modernos
Sinagra.
He tenido el privilegio de tomar unos cuantos cafés con
Camilleri y de preguntarle sobre la mafia. La detesta, por supuesto. Como buen
conocedor de Sicilia sabe, sin embargo, que la
mafia local no se basa en la amenaza, sino en el respeto. En
los pequeños favores. En la persuasión. La mafia siciliana es, a la vez, una
organización criminal y una organización social, como el fascismo, que fue su
enemigo más feroz. Combina violencia y benevolencia. Por eso ha sido, hasta la
fecha, imposible destruirla.
Cuando se puso a imaginar el personaje del comisario Salvo
Montalbano, Camilleri
se inspiró directamente en Pepe Carvalho. Si Jules Maigret es
el abuelo de la novela negra mediterránea, Carvalho es el padre. Montalbano
(así llamado en homenaje a Manuel Vázquez Montalbán) ama su comida, su ciudad y
sus rutinas. Y, como Carvalho, tiene alrededor una pequeña corte de personajes
dibujados con trazo humorístico: tres policías (el mujeriego Mimí, el eficiente
Fazio y el hilarantemente estúpido carabiniere Catarella), una novia lejana que
vive en Génova y un jefe capullo. La
corte humorística permite realzar los momentos trágicos de Montalbano y su ambivalencia respecto a los
delincuentes.
Camilleri es un hombre laico y de izquierdas. También es
siciliano y, por tanto, no se burla de las supersticiones. Una vez se juntaron
para charlar Manuel Vázquez Montalbán, el marsellés Jean-Claude Izzo (creador
del detective Fabio Montale) y él mismo. Hablaban de cómo terminarían sus
personajes. Antes de que le tocara a Camilleri le llamaron por teléfono y
cuando regresó a la mesa había cambiado ya el tema, por lo que no reveló el
final de Montalbano. Izzo murió en 2000 y Vázquez Montalbán, en 2003. Camilleri
decidió que, por si acaso, jamás hablaría del destino que pensaba deparar a su
comisario y escribió
a toda prisa la novela final de la serie, guardada desde
entonces en un cajón secreto para ser publicada de forma póstuma. El truco
funciona: Andrea Camilleri cumplirá 91 años dentro de unos días y mantiene un
humor excelente.
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