Enric González
Jorge Arévalo
Éste es un caso diabólico. ¿Han visto Vértigo? La
película más lenta e hipnótica de Alfred Hitchcock deja al espectador aturdido,
incapaz de discernir con certeza quién es sujeto y quién es objeto, cuál es la
obsesión creadora y cuál es la obsesión creada. El caso al que nos referimos
hoy posee unas características similares. Tengo mi propia teoría y se la
anticipo desde ahora: creo
que Manuel Vázquez Montalbán fue una invención de Pepe Carvalho.
No puedo demostrarlo, por supuesto. Decenas de investigadores, mucho más
perspicaces que yo, han fracasado en el intento. Sólo es posible afirmar con
certeza que nos encontramos ante una intriga fundamental, y quizá fundacional,
de la literatura española contemporánea.
Yo conocí a Montalbán. No le traté mucho, pero supe de él lo
suficiente como para fundamentar mi tesis sobre su calidad de personaje de
ficción. Me explico. Hablamos de un tipo que a primera hora de la mañana,
cuando cae la legaña de las farolas, ya había cocinado un fricandó, había
escrito un par de artículos, avanzaba en una novela y había dado una entrevista
a un periodista extranjero. El resto del día seguía, por supuesto, al mismo
ritmo.
Hablamos de un tipo enfermizamente
tímido y de un tipo formidablemente ingenioso y divertido.
Hablamos de un tipo que revolucionó la literatura negra, la literatura
deportiva, la literatura política, la literatura gastronómica, la literatura a
secas y la columna periodística.
Hablamos de un tipo que refundó espiritualmente el FC Barcelona
y lo convirtió en el "ejército desarmado" de un país. Hablamos de un
tipo de alma anarquista que se hizo comunista, dicen que por razones
sentimentales, y soportó toda su vida la disciplina de partido. Hablamos de un genio
renacentista, bajito, calvo y con bigote. Ahora explíquenme
ustedes cómo puede ser real un tipo así.
Fui uno de los jóvenes que se bebieron de un trago Informe sobre la información(escrito
en la cárcel de Lleida), Manifiesto
subnormal, Crónica
sentimental de España y
la novela surrealista Yo
maté a Kennedy; leía sus artículos en Triunfo(bajo un
pseudónimo u otro) y sus columnas en Tele-Express.
Jamás pude convencerme de que aquel señor taciturno fuera realmente el autor de
tantos prodigios.
En 1974, cuando apostó que podía escribir una novela negra en
semanas y parióTatuaje, empezó a
aclararse el asunto: Pepe Carvalho, el antiguo comunista gallego empleado por
la CIA en Yo maté a Kennedy,
adquirió una carnalidad mucho más rotunda que la del misterioso Montalbán, una figura escondida tras su
propia sombra: "Hasta los años 70 fui historia y después
fui literatura", dijo alguna vez.
Montalbán también decía que Carvalho no se le parecía, ni en el
físico (el detective era alto y delgado como el actor Jean-Louis Trintignant)
ni en nada. Ya. Carvalho tenía la oficina en el Barrio Chino, donde nació
Montalbán, y vivía en Vallvidrera, donde vivía también Montalbán. Carvalho era
a la vez sibarita y glotón, como Montalbán, que podía disertar sobre el mal uso
de la crema de leche en la cocina mientras engullía con pasión un bocadillo de
sardinas rezumante de aceite.
Carvalho encendía la lumbre con libros y Montalbán quemaba
producción literaria propia y ajena con una voracidad inhumana.
Lo que ocurrió con los años es bien conocido. Fueron
redactándose dos crónicas paralelas sobre la España de la transición, el felipismo y la aznaridad: la
de Montalbán y la de Carvalho. Son distintas y no comparables.
Me parece, en cualquier caso, que la de Carvalho es más veraz y luminosa.
El polígrafo Montalbán tenía la obligación de atenerse a ciertos
hechos, mientras el detective Carvalho sólo se atenía a la verdad. Quien quiera
conocer las turbulencias del posfranquismo, la crisis del comunismo, el
desengaño de la burguesía ilustrada catalana, la suplantación de Barcelona, la
supervivencia de las oligarquías o cualquiera de los entresijos recientes de
este vodevil siniestro que llamamos España, hará bien en leer las novelas que
firmaba Montalbán y protagonizaba Carvalho, o al revés.
Las historias de Carvalho contienen diálogos afilados y
descripciones rotundas. Formalmente, son
pura novela negra. Pero, a diferencia de investigadores que se
enfrentan al mal, o a una sociedad injusta, o a sus propios fantasmas, Carvalho
se enfrenta cotidianamente a la historia y a la Historia, con minúsculas y con
mayúsculas: hace la crónica de un país y a la vez escudriña esa divinidad
infalible e implacable que el marxismo llama Historia.
Al final de su última y farragosa aventura, Milenio, un
monólogo carvalhesco tan surrealista como Yo
maté a Kennedy, pero mucho más largo y aburrido, el detective vuelve a la cárcel.
Es normal que Carvalho acabe así, regresando a sus orígenes.
De Manuel Vázquez Montalbán, en cambio, se cuenta un enigmático fallecimiento en el aeropuerto
de Bangkok, una desaparición tan remota como poco creíble.
Repito la pregunta: ¿Quién
es aquí el personaje real y quién es el personaje novelesco?
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