Enric González
José Arévalo
Hubo un
tiempo en que los hombres queríamos parecernos a Philip Marlowe. No hacía falta
haber leído las novelas de Raymond Chandler, el creador de Marlowe, ni saber
siquiera de la existencia de ese detective de Los Ángeles: era un arquetipo, el
modelo de héroe (o antihéroe) para un siglo tan convulso como el XX, y su
personalidad se transmitió posteriormente a miles de personajes de ficción. El
héroe era un tipo duro, solitario, honesto, desencantado, inflexible a la hora
de negociar su salario, pero insensible ante las tentaciones del dinero y el
poder,apegado a un código de honor muy personal, hoy tan pasado de moda como
los sombreros o los cigarrillos sin filtro.
Anuncio
de antemano que, como a Raymond Chandler, no me interesan demasiado los
asesinatos en la campiña inglesa y no consigo creerme a los detectives que
deducen la identidad del asesino gracias a una manchita de barro en el atizador
de la chimenea. Me gusta leer las aventuras de Sherlock Holmes, pero Sherlock
Holmes no existe y tampoco existe el mundo que habita. Jamás existió. El mundo
de Marlowe, en cambio, supura realidad, aunque hayan pasado casi 100 años desde
que tuvo que abandonar la policía de Los Ángeles, por no respetar lo suficiente
a sus jefes, y empezó a dedicarse a la investigación privada.
¿Y Sam
Spade? Sin los personajes de Dashiell Hammett, en especial el agente gordo y
anónimo de Cosecha roja y el detective de El halcón maltés, y sin el prodigio
de su prosa acerada, tal vez Raymond Chandler habría sido un simple publicista
alcohólico y Marlowe no habría existido. Sin Hammet, tal vez el génerohard
boiled habría permanecido encerrado en las novelitas baratas hasta fallecer de
inanición. Pero el escritor Chandler y el detective Marlowe constituyen la
cumbre.
Como
suele ocurrir con los personajes más reales que la propia vida, Philip Marlowe
acabó convirtiéndose en una creación coral. Cosas del arte. El actor Humphrey Bogart
obtuvo su primer papel protagonista en la adaptación cinematográfica de El
halcón maltés (John Huston, 1941) y moldeó un Sam Spade tenso y cínico. Al año
siguiente, Bogart tuvo que encarnar a un personaje llamado Richard Blaine en
una película improvisada, con un guion que se escribía sobre la marcha y con un
objetivo meramente propagandístico: se trataba de convencer al público de que
la guerra de Estados Unidos contra la Alemania nazi, declarada meses antes,
estaba justificada. Casablanca resultó una película maravillosa por pura
casualidad y porque Bogart interpretó a un Blaine que se parecía mucho a Sam
Spade, aunque de esmoquin blanco, con el añadido (idea del mismo Bogart) del
ajedrez solitario.
Cuando,
ya terminada la guerra, Bogart se metió en la piel de Philip Marlowe para rodar
El sueño eterno (Howard Hawks, 1946), le confirió características de Sam Spade
y de Richard Blaine. Le confirió también su propia estatura física, bastante
limitada. Eso obligó a hacer algunos retoques en el relato. Al principio de la
novela, Marlowe llega a la mansión del coronel Sternwood y la joven Carmen
Sternwood le saluda con una frase: "Es usted muy alto". "Ha sido
sin querer", responde Marlowe. En la película, Carmen Sternwood saluda de
forma muy distinta: "No es usted muy alto, ¿no?". La respuesta
también cambia: "Bueno, yo, ejem, hago lo que puedo".
Los
diálogos chispeantes, una de las grandes especialidades de Chandler, se
agregaron al arquetipo: el héroe había de ser capaz de construir con rapidez
frases ingeniosas, sarcásticas e insolentes, a veces autoirónicas.
Muchos
actores, además de Bogart, han interpretado a Marlowe: Dick Powell, Elliot
Gould, James Garner, Robert Montgomery y Robert Mitchum, entre otros. De ellos,
Mitchum era quien más se ajustaba al físico y la mirada descritos en las
novelas: un tipo corpulento y sardónico. Hay quien le considera el mejor
Marlowe. Pero Mitchum no era capaz de convertirse en una ametralladora de
frases. Él encarnaba mejor a otro arquetipo de héroe del siglo XX, el tipo grande
y silencioso con el que era mejor no meterse, y para eso ya estaba John Wayne.
Bogart
fue, pues, la mejor piel de Marlowe. Aunque no diera el tipo: Raymond Chandler
dijo más de una vez que imaginaba a su personaje con el aspecto de Cary Grant
(qué disparate), y el acento neoyorquino de Bogart tampoco cuadraba con un
detective que había pasado toda su vida en Los Ángeles. Bogart funcionaba
perfectamente en el género negro. No se parecía en nada al Sam Spade literario
(descrito por Dashiell Hammett como "un Satán rubio" en la novela El
halcón maltés), pero hizo una creación fantástica. Bogart era siempre Bogart,
de acuerdo. El caso es que el actor Bogart, de quien sólo los cinéfilos
recuerdan sus personajes de malvado anteriores a 1941, era a su vez un personaje
construido a partir de sus interpretaciones de Sam Spade, Richard Blaine y
Philip Marlowe.
El
binomio Marlowe-Bogart tuvo una larga descendencia. ¿A quién creen que imita el
aventurero Han Solo, el personaje de Harrison Ford, en La guerra de las galaxias?
El mejor intercambio de esa película ("Te quiero". "Lo sé")
es puro Marlowe. Cuando Roman Polanski y Jack Nicholson hicieron Chinatown, una
película sobre la corrupción de Los Ángeles en los años 30 (la ciudad y el
tiempo de Marlowe), pensaron en los relatos de Chandler. Cuando Woody Allen
recurre a un detective, Kaiser Lupowitz, para investigar problemas filosóficos,
caricaturiza a Marlowe-Bogart.
Raymond
Chandler reveló las entretelas de Philip Marlowe en su ensayo El simple arte de
matar. Comprueben hasta qué punto su héroe-antihéroe sigue vigente: "Por
estas malas calles debe andar un hombre que no es malo, que no está
comprometido ni asustado. El detective de esa clase de relatos tiene que ser un
hombre así. Es el protagonista, lo es todo. Debe ser un hombre completo y un
hombre común, y a la vez un hombre extraordinario. Debe ser, para usar una
frase trillada, un hombre de honor por instinto, de forma inevitable, sin
pensarlo y ciertamente sin decirlo. Debe ser el mejor hombre de este mundo, y
un hombre lo bastante bueno para cualquier mundo. Su vida privada no me importa
mucho; creo que podría seducir a una duquesa, y estoy seguro de que no tocaría
a una virgen (...) Es un hombre relativamente pobre, pues de lo contrario no
sería detective. Es un hombre común, pues de lo contrario no viviría entre
gente común. Tiene un cierto conocimiento del carácter ajeno, o no conocería su
trabajo. No acepta con deshonestidad el dinero de nadie ni la insolencia de
nadie sin la correspondiente y desapasionada venganza. Es un hombre solitario,
y su orgullo consiste en que se le trate como a un hombre orgulloso".
Según
Paul Auster, el Marlowe de Chandler cambió para siempre los ojos con que la
literatura observa Estados Unidos. Para Chandler, el capitalismo significaba
injusticia y la política implicaba corrupción. Aunque Chandler dijera que el
detective "es el protagonista, lo es todo", lo que le interesaba era
describir su país y su época, y lo hizo con una clarividencia asombrosa. Las
tramas (sus novelas se hicieron juntando diversos relatos anteriores) fallaban
con frecuencia: el propio escritor reconoció no tener "ni idea" sobre
quién mata al chófer en El sueño eterno. ¿A quién le importa? No a Marlowe,
desde luego, que se definía, con el habitual sarcasmo, como un "bebedor
ocasional, la clase de tipo que sale a tomar una cerveza y despierta en
Singapur con barba de varios días".
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