Francisco Vélez Nieto
Elmore Leonard exige la necesidad de considerarlo entre los clásicos del espacio literario, misterioso, tenso y mágico, de la auténtica Novela Negra. Nació en Nueva Orleans un 11 de octubre de 1925 y falleció en 2013 en la ciudad de Detroit. Tenía 87 años.
Sus primeras novelas, publicadas en los años cincuenta, fueron del oeste, pero después se especializó en novela policiaca. Medio centenar de títulos es la suma de su envolvente obra literaria. Muchas de los cuales han sido adaptadas al cine convirtiéndose en exitosas películas de cineastas tan dispares como John Sturges, Quentin Tarantino o Steven Soderbergh, entre muchos otros. Dignificó la intriga policial ocupando un signo espacio entre las dimensiones de alta y baja literatura.
Cuando hace ya años fue creciendo una granizada de “Novela histórica” que nubló el espacio literario de nuestro país entristeciendo los mejores frutos del género, con una andanada de premios montados por las editoriales en una lucha competitiva y desmesurada, cuya calidad resultaba ser tan discutible que nubló la novela histórica de calidad. Algunos, en defensa de la buena literatura advertimos sobre tan lamentable desmán, pero fue necesario transcurriera un tiempo hasta que por insistencia de los buenos críticos un rayo de luz se fue abriendo camino.
Este “boom”, vuelve a repetirse con la novela policiaca hasta el resurgir de nuevo el rayo de luz literario que fue la mirada al rico caudal acompasado de los grandes clásicos de la “Novela negra”. Se elevaron a las alturas los auténticos maestros, aunque para el buen lector del género no era necesario. Lo cierto es que al compás de buenos autores, muchas editoriales decidieron salir de la Crisis económica publicando novelas y novelas del género a golpe de silbato, premios y encargos previos. Para no repetir en estas crónicas, lo cierto es que se han pasado unos años farragosos en los contenidos, despilfarro de violencia desmedida de contenidos y falta de sustancias reales. La tormenta parece que se ha calmado y la buena novela negra vuelve a dominar la estancia, el espacio literario con la mesura lograda de más de un siglo y beneplácitos defensores como el del maestro José Luis Borges. De aquí, que tras la batalla y la derrota de los advenedizos y aficionados, los que amamos la buena lectura para darle un sentido a la existencia desinfectamos el campo de batalla dando sepultura a los muertos y recordando a los siempre vivos.
Y de aquí, el compromiso y la libertad de tomar para ello a uno de estos maestros contemporáneos prolífico autor seguro que su estilo prioritario, escalofriante desnudez de la prosa, técnica que aprendió de Hemingway. Elegido para a leer, no una de sus mejores obras maestras, pero si buena novela de trama sencilla. Inquieto es nuestro protagonista Jack Ryan, que después de decenas de trabajo abandonados unos tras otros, decide por recomendación de un conocido dedicarse a repartir notificaciones oficiales a domicilio. Cinco dólares cada notificación entregada, diez si lleva la firma de aceptada.
Y es que a veces le sacaban un revolver o le pegaban con la puerta en las narices. La más triste que nos cuenta es la del desahucio a una pareja, ella con un niño en los brazos y otro por llegar en la barriga, el hombre parado y dado al alcohol. ¿Le recuerda al lector esta situación un país donde la alta corrupción está protegida por los que dicen gobernar?
Pero Jack sabía hacerlo, tenía arte y conciencia para no ser un caradura cretino de esos que se lo echan todo a las espaldas. De manera que ese conocido, que más tarde resultaría pillo, le ofrece doscientos dólares diarios por encontrar a un hombre. Así de simple aparentemente, pero a medida que se adentra en la búsqueda presiente algo raro puesto que El desconocido n° 89, llamado Robert Leary, parece ser que ha heredado una sustanciosa suma de dinero de la compañía ferroviaria Denver Pacific. Ryan acepta. Mas resulta que en tan rutinario trabajo se percibe un claroscuro, el enredo que se desliza por una peligrosa pendiente; y antes de que se dé cuenta de ello se habrá convertido en el tercer miembro de un triángulo manejado por perversos personajes, dispuestos a matar y así colmar su codicia. Todo por unas acciones que le dejó el padre de Robert Leary y que con los años han crecido tentadoramente, lo que descubre un curioso personaje especialista en la compra de negocios venidos abajo que puedan tener un fruto económico nada despreciable.
Luego irremediablemente aparecen las armas de fuego y los gatillos ligeros contratados para liquidar al lucero del alba si es necesario. Claro que también existe una chica, borrachera de cuatro litros de vino peleón diarios, que a pesar de todo, es encantadora y nuestro Jack siente por ella un especial cariño.
Diálogos que alcanzan la altura de geniales, discretos como es propio en Elmore de filo cortante y fino humor arropado de sencillez. Estilo y criterio personal que advirtió en su día. “Bajo ningún concepto empiece una novela hablando del tiempo que hace”. “Nada de prólogos”. “Evite las descripciones detalladas de cosas, personajes o lugares”. En esencia, la poética del novelista se puede resumir en dos normas: “No escribir lo que se suele saltar el lector” y sobre todo: “Si suena a literatura, olvídelo, no sirve”.
Elmore Leonard fue un aplicado discípulo de Hemingway, aunque con humor. Se le nota para bien. En su narrativa la palabra aburrimiento no existe. La de acción y agradecimiento sí.
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