Texto y fotos: Laura Muñoz
Es complicado establecer una fecha para la novela negra: su nacimiento, el arranque del género, una ubicación más o menos precisa. Se convierte en misión cuando el interés puede con la curiosidad. Encuentro entre William C. Gordon y Claude Mesplède. Autor de novela de género y estudioso del tema, respectivamente. Se desmadeja todo, como una trama, y el mecanismo deja de parecer intrincado. Todo queda claro tras una conversación de dos días.
Francia y EE UU. Dos hombres. Toulouse y San Francisco. Dos personas que descubrieron y se preguntaron, cada uno en su momento y situación, por el Juez Dee. Que quisieron establecer un orígen a su pasión compartida. Y lo hicieron.
¿Qué se puede esperar de alguien que codifica su conexión de internet bajo la clave Marlowe? ¿Qué de alguien que no sale sin su Borsalino? Estalla el interés que pica y araña e incomoda. Hay que viajar y hacer que se encuentren, pensé. Trayecto en tren al lado de “el primer hombre”, despidiendo la décima edición de BCNegra, para “aterrizar” y descubrir la magnitud del hilo rojo. Al otro extremo del cordel, “el segundo hombre”.
El hilo rojo
El repertorio del conocimiento, el momento en que alguien decide saber por saber, estudiar por conocer y almacenar todo eso en una mente que, aunque sólo sea por espacio, es maravillosa. Fascinante. Horas de grabación. Más de traducción. Una amalgama de idiomas que se entendieron porque quisieron hacerlo. Años veinte. El origen. La lucha social presente y detonante. Que el hilo sea rojo no es casualidad.
¿Sabían que una leyenda oriental cuenta que las personas destinadas a conocerse tienen un hilo rojo atado a sus dedos? Este hilo, dice la fábula, nunca desaparece y permanece constantemente atado, a pesar del tiempo y la distancia. No importa lo que se tarde en conocer a la otra persona, no importa el tiempo que pase hasta verla por primera vez, ni siquiera importa si vive en la otra parte del mundo: el hilo se estirará infinitamente y jamás podrá romperse.
Por esta causalidad se organizó el encuentro. Provocar la implosión que tanto tiene que ver con la entraña. Sentir cómo salpica. Ver qué pasa si “el primer hombre” y “el segundo hombre” se reconocen sin haberse visto antes. Si coinciden. Si esa conexión intuida es real. Ver el hilo rojo. Demostrar que existe.
Las clases aplastadas
Demasiados puntos a favor como para perder la apuesta: misma generación, ambos con padres dedicados a la letra, defensores de la clase social extorsionada y absorbida por las altas esferas, luchadores a favor del pueblo en su máxima expresión: Mesplède fue delegado sindicalista de Air France y Gordon abogado defensor de mexicanos ilegales en California.
Ellos hablan de cine como si hubieran estado en el rodaje: conocen detalles que uno se pregunta de dónde habrán sacado; recuerdan diálogos y sonríen al saber que comparten escenas míticas en su recuerdo. Reconocen piezas de ropa de actores (se visten con ellas!), ponen banda sonora perfecta a los momentos y, claro, despliegan todo lo que saben y abrazan. William comenta las veces que ha visionado Big Travel in Little China y Claude parece iluminarse tras sus gafas: no sólo ambos veneran este filme, sino que deciden volver a verla, juntos, esa misma noche. Y la ven. La vemos. Curioso largometraje, dirigido por John Carpenter y protagonizado por Kurt Russell , Kim Cattrall ,Dennis Dun y James Hong. Una trama que se desarrolla en el barrio chino de San Francisco. Ahora todo está más a la vista: arriba se adelantaba que Gordon y Mesplède han seguido las andanzas del Juez Dee. William, además de introducir el personaje en sus novelas (lean Duelo en Chinatown), sitúa las tramas en el mismo lugar en que se desarrolla el citado filme.
La locura, el caos, cierto orden
Para los dos, el orden en el espacio de trabajo está sobrevalorado. William se integró en el despacho de Claude de un modo tan natural que, en minutos, era parte de él: las cajas con libros, las estanterías combadas, los volúmenes enmarcables, las ediciones imposibles, los vinilos y las cintas y dvd´s perfectamente jerarquizados en medio del caos. En ese momento, ejemplares que se intercambian. Miradas. Y la estatua del Halcón Maltés de testigo: sin lugar a amenaza, testigo principal de todo lo que está pasando. De todo lo que ha pasado antes.
Trabajan a destiempo y a todas horas sin respetar agenda. La locura de estar rodeados de torres de papel es lo que les mantiene en la silla, escribiendo. Y los dos, casi a la misma edad, reconocieron la lectura como refugio. Supieron, siendo niños, que su destino era la literatura.
El padre de William fue predicador de su propia religión: quizás recuerden El plan infinito de Isabel Allende. Sepan que el título fue “robado” a la novela y religión que, en su día, el padre de Gordon creó. La historia que se cuenta es otra, pero tan cuidada en su desarrollo que evoca a la perfección la imagen de William niño y adulto. Por algo Gordon siempre dice “si quieren saber de mí, lean a Isabel Allende; si quieren conocerme, lean mis libros”. Claude creció al lado de un maestro de literatura. A pesar de eso, le dio la suficiente libertad como para ni mentarle la importancia de la lectura. Eso hizo que Mesplede desarrollara la autodeterminación de leer sin descanso. De investigar lo que leía. Guardarlo. El almacén de una mente que hoy, es digna de museo. La de historias que uno y otro tienen para contar hace que, por momentos, se olvide que son humanos. Mucha vida, sin duda. Experiencia a borbotones que comparten adoptando el nivel exacto que necesita el receptor para no sentir que no sabe nada. Que ellos saben casi todo.
Dudas mínimas de que William C. Gordon y Claude Mesplede fueron los culpables, en su totalidad, de la ansiedad provocada. La descarga: el juez Dee.
¿Sabían que Di Renjie fue la chispa y detonante de la novela policial china? A través del estudio y análisis de su personalidad y desempeño como funcionario, magistrado y hombre de estado durante la Dinastía Tang, nació el personaje semi-ficticio del Juez Di (Dee en inglés y Ti en francés).
¿Sabían que este juez oriental era el responsable de decidir la condena en casos judiciales, así como de evaluar la culpabilidad o inocencia del presunto?
¿Sabían que en un mercado de segunda mano de Tokio se vendió un original de la novela china Di Gong An, primer documento donde aparece esta suerte de hombre-mecanismo?
¿Sabían que Robert van Gulik la compró, la tradujo al inglés y se hizo dueño del personaje?
Estas son las cosas-tesoro que Gordon y Mesplède saben. Que cuentan como si nada pero que significan todo.
Y más: el autor Robert van Gulik, versado orientalista y diplomático, rescató el personaje y lo ironizó en sus tramas. Es Claude quien enciende el luminoso y atrapa con una de las historias de Robert, para dejar clara la mezcla de lo negro y cómico; dos policías, relata, hacen guardia en una morgue, donde está el cuerpo de la hija de un mandatario del país. El aburrimiento. Muchas horas. Y juegan. La adivinanza en clave de humor al intentar adivinar el sexo y después el color del vello púbico de los cuerpos que guardan los cajones metálicos. A esto se le llama quitar hierro. Situaciones así, imposibles, que Van Gulik hace creer.
Los inicios de todo
Pero lo mejor es, casi siempre, empezar por el principio. Mesplede data y sitúa el origen de la novela policiaca en los años 20, exactamente en 1922, coincidiendo con la destrucción de la marcha sindical. Claude recuerda los cien años en los que EEUU luchó contra las manifestaciones, emplazando su primera expresión en Chicago, un primero de mayo: los jóvenes sindicalistas fueron presos por denunciar las abusivas horas de trabajo diario a las que estaban sometidos. A Mesplède se le ilumina la mirada; quizás le estuviera hirviendo la sangre, mientras cuenta. A Gordon mientras escucha. Y sigue. Segundo ejemplo - pólvora: los patrones mineros entran en cólera por la huelga convocada por sus empleados, que dura casi ocho meses. Deciden expulsar a los obreros de las casas que ocupaban en la mina. Tan negro, tan oscuro, como la muerte de seis mil personas por el bombardeo de cuatro aviones.
Es decir, coinciden en situar el germen de la novela de género en la propia humanidad. En la falta de. En la lucha desmedida por el poder y los vapuleos ejercidos sobre y contra la clase social más desfavorecida que, por otra parte, es el tanto por ciento más alto del pueblo en cualquier época histórica. En ese momento del relato de Claude, tiran de memoria y cada uno aporta datos para rememorar una película protagonizada por Jonh Carradine: una oficina metalúrgica y 1892. Huelga de empleados. Y un bombardeo que llevan a cabo nada menos que dos mil agentes y acaba con la vida de los trescientos empleados que se manifiestan con un encierro en la oficina.
Historias reales. Todas para dejar claro que los escritores progresistas de los años 20 utilizaron en sus novelas la condición de los más pobres en la literatura general. En su rama popular, hacen uso del misterio y curiosidad del pueblo para hablar de la historia: momento en que tiran del Ku Klux Klan, fascistas y sindicalistas. Surge el periodo del hard boiled, caracterizado por utilizar en su trama a un detective privado para despejar el crimen en lugar de un policía. Y es así porque los autores de género denuncian en sus obras que la policía es corrompida durante los años veinte y hasta 1933, coincidiendo con la Ley Seca, donde se prohíbe todo tipo de consumo alcohólico así como su distribución y venta. Evidentemente, la distribución, venta y disfrute de bebidas alcohólicas nunca desapareció, valiéndose los “mercenarios” de alianzas con el cuerpo de policía.
Gordon comparte las ideas de Claude sin excepción, añade su experiencia como lector y lo llama “los libros del hombre común”. William creció en un gueto mexicano, donde vio y vivió la injusticia. Solía leer los rotativos charros, donde se le daba gran protagonismo a los sucesos. Noticias sobre muertes eran impresas casi a diario. No es ningún secreto el trato y seguimiento que se le da a los muertos en México, su fascinación al respecto. Además, William hacía lo posible por conseguir los textos que se publicaban con poco presupuesto: para ser leídos y prestados o simplemete tirarlos y esperar al siguiente. Se declara, así, fiel seguidor de la cultura pulp, a la que echa de menos, por su aferrada idea de estar enfocada al lector más pequeño de la escala social. Refuerza la idea vertida por Claude y declara que “la corrupción de la policía está en todas partes y se hace pública a través de la novela de género”. Es donde William ubica el nacimiento, el momento en que las denuncias tienen voz a través de los detectives privados de las novelas.
Interviene Mesplède recuperando la Mafia: “Al Capone ha sido el más grande de los ganster, contando con setecientos hombres de confianza”. Además, tuvo unos trescientos policías a su servicio para violar la Ley Seca del momento. Estos agentes de la ley llevaban consigo una lista de “los empleados” de Al Capone, y así estar seguros de velar por la impunidad del clan. Para que el propósito de Al Capone de “la gente tiene la necesidad de beber y yo se lo voy a dar” no fuera truncado. Entre risas, y tras esta declaración de Mesplède, William suelta un “todos los hombres se ponen muy grandes para sus pantalones”. Así es. Porque, “finalmente, Al Capone fue condenado por un pequeño fraude fiscal”, dice Claude.
Al unísono, piensan en alto a Hammet como “el más poderoso”, por sus denuncias de forma directa y cruda, a través de la trama. Y Claude añade que Dashiell es el autor del mejor libro de género. Nos saltamos la discusión porque no hay debate.
Secretos
Salir de la zona de confort. Necesito secretos. Sus secretos. ¿Qué leen? ¿Qué significa para ellos el género? ¿Por qué visten con gabardina y sombrero, al más puro estio de Humphrey Bogart?
Bien. Claude está en un descanso lector (con mucho matiz porque confiesa estar sumergido en varias cosas a la vez): ha ocupado los últimos años rescatando, analizando y organizando información para un ensayo de género. Recuerden su famoso Dictionnaire des littératures policières, publicado en 2006, donde quien existe está ahí y, si no está… pues eso! William, a modo de refuerzo, no sólo cuenta qué lee, sino que va a buscarlo a su maleta y lo trae. “Estoy leyendo Season of the witch”. Lo muestra y se lo entrega a Claude que, agradecido, acepta el tesoro que, según cuenta William, recoge una maravillosa historia de San Francisco que “amigo, debes conocer”. Un libro que no sólo es trueque, es conexión. Volúmenes atrapados entre tablones de madera. Muchos. “La creme del crimen” donde Claude recopila, históricamente, los nombres de autores de género policiaco y negro franceses que “siempre han existido y tan poco se les conoce”. Y una interminable lista desordenada de alhajas literarias dignas de acariciar. Ancianas, las obras. Maestras.
Para la tercera pregunta, no hay respuesta. Forma parte del misterio que los dos imprimen con su atuendo. Sus gabardinas. Los zapatos negros impolutos. El aire Bogart. Borsalina. Mantener el secreto es la parte romántica del encuentro; el halo con humo y oscuridad y frío en el ambiente que hace no querer despejar y ser cómplice del enigma.
Pero la segunda es tan sincera, tan sueño, que queda reservada para el final. Este final. Aman tanto de lo que hablan, que no cabe atisbo de duda ni reflexión en sus respuestas. Reducto, dicen. Y creo justo este momento para entornar la puerta y utilizar el instante como despedida:
“Es el espacio perfecto para la denuncia. La voz”, dice William. Y Claude responde con un categórico “es el mundo de los inconformistas”.
Y si. Cómo no van a tener esa querencia extrema al género si representa su ring y refugio. Es pelea y es casa. Eso.
Especial agradecimiento a Ida y Claude Mesplède por dar acceso a su guarida con tanto cariño. A William C. Gordon por compartir secretos y vida en terreno lejano. A Miguel Ángel Vinuesa, presidente de Casa España en Toulouse y lector de novela negra empedernido, por su maravillosa traducción. A Brigitte Maréchaux, secretaria de Polars sur Garonne; Anne Trager, editora de French Book; Martine Bodereau, bibliotecaria en el Comité de empresa de Air France; A Jean-Pierre y Michèle. Y al Juez Di: gracias.
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