Benito Garrido
Alexis Ravelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1971) vuelve al panorama literario de la novela negra con su nuevo trabajo Las flores no sangran (Alrevés, 2015). De pasión autodidacta, empezó escribiendo relatos y artículos en diferentes medios, aunque pronto se pasó a la novela. Tras La noche de piedra(2007) y Los días de mercurio (2010) le llegaron los primeros reconocimientos importantes. En 2013 ganó el XVII Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe con La última tumba. Con La estrategia del pequinés obtuvo el Premio Dashiell Hammett 2014 a la mejor novela negra publicada en español, así como otros importantes galardones. También iImparte talleres de escritura, diseña y coordina actividades de animación a la lectura y colabora semanalmente en programas radiofónicos. El ingenio y habilidad de Ravelo se lleva la novela negra hasta las islas y la convierte en algo menos oscuro y más humano, pero a veces también bastante más salvaje.
.Las flores no sangran. Alexis Ravelo. Alrevés Editorial, 2015. 336 páginas. 18,00 €
Un secuestro exprés… Ese es el plan que deciden llevar a cabo un grupo de delincuentes más acostumbrados a pequeñas estafas que a golpes de este calibre. Algo descabellado para tratarse de una isla como Gran Canaria, pero que se antoja infalible y sencillo sobre el papel. El gran problema surge cuando la secuestrada es la hija de un empresario local que tras su perfil serio y profesional oculta un hampón en tratos con las mafias del Este para el blanqueo de dinero. Desbaratar el plan de aquellos malhechores de pacotilla entra dentro de lo factible… o no. Lo que todos ignoran es que en apenas unas horas ninguno de ellos será como es ahora porque habrán abierto la puerta del infierno.
.P.- No es la primera vez que tomas Gran Canaria como escenario de tu historia, pero en esta ocasión me da la impresión de que te ha salido una novela muy cercana, de sobrevivientes, muy especial, muy canaria.
Gran Canaria me viene muy bien como escenario: las islas son territorio limitado, pero, al mismo tiempo, continente sin fronteras. El isleño tiene una forma de ser peculiar y, a la vez, en Gran Canaria habitan personas procedentes de casi cualquier parte del mundo. Pero siempre intento encontrar lo universal, las pasiones, la condición humana, para que el lector, independientemente de dónde sea, se sienta interesado por lo que cuento.
P.- Protagonistas de medio pelo y bajos fondos, delincuentes menores que roban para vivir. Pero son cercanos y caen bien. ¿La picaresca española de siglos sigue latente?
Sé que hago novela negra, pero a veces pienso que soy más heredero de El Lazarillo de Tormes o de las novelas realistas de Galdós que de Raymond Chandler, por ejemplo. Me interesa contar ese tipo de historias que les suceden en la calle a personas que podrían ser tus vecinas y que cruzan las líneas rojas para buscarse la vida.
P.- Y también personajes adinerados de clase alta y corrupto silencio, empresarios que sobornan y blanquean. ¿Poder y corrupción siempre de la mano? ¿Dinero atrae a dinero?
Desgraciadamente, sí: poder y corrupción suelen ir juntos, al menos en el sistema en el que vivimos. En nuestra sociedad, se relaciona el dinero con el éxito personal. Es más, el tipo de derechos que están consagrados en las sociedades liberales tiene una extraña categorización de estos: en la misma categoría, están el derecho a la vida, a la seguridad personal y a la propiedad privada. ¿Cómo puede ser que el derecho a la vida y a la seguridad tenga el mismo grado de protección que el derecho a ser propietario? ¿Qué ocurre cuando unos y otros derechos entran en contradicción?
P.- Los dos extremos sociales se enfrentan en tu historia, los más poderosos y los más pobres (por decirlo de alguna manera), pero en el fondo, todos son unos perdedores.
Son dos tipos de criminales distintos. Lola, el Marqués, el Salvaje y el Flipao delinquen porque carecen de otros medios para buscarse la vida. Delinquen para sobrevivir. En cambio, Padrón y Perera no tendrían, en principio, ninguna necesidad de tratar con dinero sucio. Ellos tienen cubiertas todas sus necesidades, pero siempre quieren más. Cometen delitos por mera ambición, por un desaforado afán de lucro. En la historia, todos pagan un precio personal. Supongo que, en el fondo, todos acabamos pagando un precio (material o anímico) por intentar lucrarnos más allá de lo que necesitamos para subsistir.
5.- Por momentos, el infierno violento que se desata en tu novela me recuerda a la película Amor a quemarropa. ¿Crees que la violencia está ligada ineludiblemente al hombre y a la sociedad?
En tratamientos cinematográficos de la violencia, siempre he preferido el crudo y descarnado de Scorsese al estilizado (y hasta glamuroso) de Tarantino, guionista de esa película. Pero sí es cierto que la violencia es uno de los principales problemas que recorren toda mi producción. Y confieso que no tengo una respuesta firme. Porque la violencia salvaje que aparece en algunos momentos de mis novelas casi siempre es correlato de una violencia estructural, implícita, que rodea a los personajes. Normalmente, en ese sentido, me muevo cerca del Freud de El malestar de la cultura: él pinta a un ser humano con unas pulsiones depredatorias que son sublimadas por la educación y que pueden surgir en cuanto los mecanismos de control social se relajan o lo permiten. Es precisamente la sociedad la que debe canalizar esas pulsiones violentas individuales y convertirlas en una pulsión positiva para la comunidad. El problema es cuando el sistema bajo el cual nos organizamos colectivamente, promueve precisamente la ambición personal, permitiendo o incluso potenciando el afán depredador individual.
P.- Visto lo visto cada día en las televisiones y los informativos… ¿La realidad supera a la ficción o crees que todavía se puede ir a más?
La realidad siempre superará a la ficción. Por el mero hecho de que la ficción, para que funcione, necesita ser verosímil. Y la realidad, con frecuencia, no lo es. Por eso cualquier noticia de sucesos convocará siempre más asombro que el más disparatado de los argumentos que yo imagine para mis novelas.
P.- La tuya es novela negra de altura, pero en la que no destaca precisa ni especialmente el policía o detective que carga con la investigación.
Creo que la novela negra no debería ser ya un género de evasión, sino de invasión. Y que hay que escribir sobre lo que se conoce. Yo conozco más los barrios y las clases populares que las comisarías y las oficinas de los fiscales. Por eso, en los últimos años, trabajo crook story, historias protagonizadas por delincuentes. Están muy cerca del polar de los años 60 y 70 franceses. O de un cierto tipo de novela que se trabaja en Argentina, México o Uruguay. Es un tipo de historia psicologista, que se acerca a cómo son los mecanismos que desencadenan la violencia y el crimen, antes que centrarse en la investigación para saber quién es el asesino. A fin de cuentas, me interesa más esto, porque incomoda al lector, le provoca preguntas, le hace plantearse cosas sobre el mundo en el que vive y sobre sí mismo.
P.- Por cierto, los timos y estafas que llevan a cabo los personajes son realmente agudos. Y los personajes son ingeniosos, cercanos y muy reconocibles. ¿Inspiración real quizás?
En algunos casos sí. Todos los personajes corresponden siempre a arquetipos clásicos, pero luego relleno esos paradigmas con elementos pertenecientes a personas que sé que existen o que, directamente, he conocido. En cuanto a los timos, ocurre igual: han sido extraídos de páginas de sucesos o de cosas que he visto o me han contado. Hay un momento, por ejemplo, en el que Felo da un tirón que sale mal (no diremos cómo para no hacer spoiler). Pues bien: eso está inspirado en algo que me contó el padre de mi pareja, que es policía local en Las Palmas de Gran Canaria, quien fue testigo directo.
P.- Tu novela, a pesar de la violencia y el crimen, me deja cierto aliento poético. Hasta en el título. ¿Crítica social y lírica que van de la mano?
Siempre. Un novelista hace novelas. Su intención tiene que ser siempre literaria. Ocurre que, como ser humano, el novelista no puede evitar tener preocupaciones sociales, políticas, éticas y hasta metafísicas, que comunica al lector a través de sus trabajos. Pero si esos trabajos no tienen una intención estética, lo demás no tiene sentido.
P.- Vivimos un gran auge de la novela negra y criminal. Pero ¿crees que todo lo que se hace tiene la calidad suficiente o es que algunos quieren subirse al barco…?
Hay muchísima calidad en lo que se produce actualmente, al menos en España. También, y como siempre que una fórmula tiene éxito, habrá muchos que quieran subirse al barco y mucho invento editorial. Y, algunos, con grandes números en las ventas. Pero eso tiene que ver más con la industria y el comercio que con la literatura. Es algo que pasa siempre y es normal en el mundo cultural en el que vivimos. No lo veo como un problema. No pasa nada por que las librerías se inunden con novelas de moda que tienen fecha de caducidad. Porque, dentro de treinta o cuarenta años, las obras de calidad, las que han sido escritas por escritores con oficio que escribían con seriedad y sinceridad, seguirán leyéndose. Y las otras caerán en el olvido. Es el tiempo el que da a cada título la prueba de su calidad.
P.- ¿Tienes ya algún nuevo proyecto narrativo entre manos?
Ahora mismo trabajo en una novela que no es negra. Se centra en un episodio de los primeros meses de la Guerra Civil en Canarias que no ha sido contado, creo, en ninguna novela. Y que merece cierta atención.
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