Rubén Redondo
Policía Python 357 forma parte por méritos propios de esos polar crepusculares y tardíos que cautivaron allá por la década de los setenta a los aficionados al género más negro desde el punto de vista cinematográfico, logrando pues marcar distancia con las obras de tono existencialista que brotaron en aquella época en los Estados Unidos o los más desenfadados y brutos «poliziescos» originarios del país de la bota. Así, en Francia nombres como los de Jacques Deray, José Giovanni, un ya crepuscular Jean Pierre Melville o el atrevido Georges Lautner mantuvieron a flote ese estilo único de trasladar a la pantalla historias de viejos delincuentes sumergidos en una red de delincuencia, tragedia homérica, traiciones y desamor que tanto nos hizo disfrutar a los amantes del noir menos clásico y detectivesco. Sin duda, Alain Corneau fue una parte importante e integrante de esa maravillosa generación de cineastas galos fascinados por retratar el lado criminal de la vida con obras en su haber tan ejemplares como La decisión de las armas, Serie negra y la seminal cinta que protagoniza esta reseña, que aprendió el complejo oficio de dirigir películas acompañando en sus proyectos a nombres de la talla de Roger Corman, Marcel Camus o el ínclito Costa-Gavras al que le unía una sincera amistad. De este modo, de la mano del mítico Yves Montand —actor fetiche del cineasta griego—, Corneau esculpió una personal grafía del lado más sucio y tenebroso de la sociedad, optando por dar el protagonismo de sus epopeyas a personajes desquiciados sitos en los márgenes de la legalidad o atrapados en una espiral de violencia y depravación por sus actos inconscientes.
Y es que esta Policía Python 357 basa su capacidad para hipnotizar y cautivar al espectador no solo en su perfecta realización inspirada en los thrillers de referencia de los años cincuenta —muy en la línea de las impactantes cintas de Phil Karlson— y en su increíble elenco de actores encabezados por un Yves Montand como siempre soberbio al que acompañan en unos breves y fundamentales papeles la bella Stefania Sandrelli y la legendaria Simone Signoret, sino que parte de la culpa de los magnéticos efectos que desprende la película pasados casi cuarenta años desde su estreno es sin duda su espléndido guión que mezcla con fundamento y sapiencia una historia en un principio alejada del cine de acción y suspense que parece proponer inicialmente Corneau para poco a poco, a fuego lento pero siempre in crescendo, esculpir un ejemplar monumento al cine de suspense de tintes Hitchcockianos en cuanto a su oferta por tejer una quebradiza investigación llevada a cabo por el policía interpretado por Montand, exhibiendo una enrarecida trama en la que un inocente se verá implicado en la indagación de un crimen que puede concurrir con su propia persona inculpada por un asesinato que no ha cometido.
En este sentido, la película arranca mostrando las peripecias de un superpolicía de métodos poco ortodoxos —una especie de Harry el Sucio a la francesa, llamado Ferrot (Yves Montand)—, cuya solitaria existencia será disuelta una fría noche en la que topará con una foto de su estampa en un escaparate, instantánea que ha sido tomada por la hermosa y misteriosa Sylvia Leopardi (Stefania Sandrelli), una mujer de origen italiano y oscuro pasado de la que el arisco Ferrot se enamorará perdidamente. En paralelo conoceremos que Leopardi mantiene una relación amorosa con el jefe de Ferrot, un comisario de instintos burgueses gracias a su matrimonio de conveniencia con su adinerada y aristocrática Therese Ganay (interpretada por Simone Signoret), una cónyuge inválida que a duras penas puede valerse por sí misma y sobrevive postrada y encerrada en la cama de la habitación conyugal. Este primer vector del film carece de elementos sustentados en el cine de género y acción, apostando por tanto por el retrato pormenorizado de unos personajes taciturnos y decadentes que tratan de superar su depresión abandonando su pasión sexual en brazos de fácil conquista. Sorprende el dibujo de la extraña relación marital que mantienen el comisario Ganay y la desvalida y avejentada Therese, la cual consentirá el «affair» de su cónyuge con la joven Leopardi conocedora de su incapacidad para satisfacer los deseos más ardientes de su marido, así como la disección del perfil de Ferrot, un hombre a priori duro cuya insensibilidad se verá quebrantada por el aroma del amor verdadero e irracional que emanará de su encuentro fugaz con la libertina Leopardi, una joven de promiscuo y oculto pasado, el cual no será un obstáculo para engatusar al rocoso policía.
En estos primeros minutos Corneau se centrará en construir una película con sabor al tradicional melodrama francés en el que las inestables interrelaciones y secretos surgidos entre los personajes protagonistas serán el eje principal del desarrollo de la historia. Sin embargo, un punto de inflexión desviará el espíritu fundacional del film hacia el puro y nervioso suspense: el asesinato de Leopardi a manos del celoso comisario Ganay en un arrebato de ira tras conocer que su joven amante mantiene una relación amorosa con otro hombre. De este modo, la búsqueda del reloj que Ganay regaló a Leopardi y que ésta a su vez entregó a su nuevo amor Ferrot así como la aparición de unas secretas fotografías en las que Leopardi aparece detrás de un recóndito caserón, serán las pistas que empleará Ferrot para tratar de desenmascarar al auténtico asesino —su propio jefe— para así impedir ser inculpado como principal sospechoso del homicidio de su amada, con objeto de superar pues la trampa diseñada por el pérfido y frío matrimonio Ganay.
Como los buenos aficionados al cine negro clásico habrán adivinado de la descripción de la sinopsis del film,Python 357 fue esculpida por Corneau como una especie de refundación desde un estilo mucho más sucio y realista, de ese clásico de John Farrow titulado El reloj asesino que nuevamente sería fuente de inspiración en los años ochenta en esa ocasión para el gran éxito de Kevin Costner en No hay salida. Si bien los críticos consideran la cinta de Roger Donaldson un remake de la cinta de Farrow, me atrevo a afirmar que ésta lo es pero de la cinta de Corneau, pues el film de los ochenta toma sin complejos los personajes y situaciones del polar setentero para transformar la historia de amor vivida por Ferrot y la prostituta Leopardi así como sus complicadas ramificaciones gracias a la trama de adulterio protagonizada por el comisario Ganay y la trampa en la que se halla inmerso el propio Ferrot por tapar su implicación en el caso y buscar al auténtico culpable, en ese thriller político que fue No hay salida. Así, secuencias como las del asesinato o toda la complicada trama persecutoria diseñada por el personaje de Signoret (personaje que en la cinta de Costner adoptaba la figura del homosexual y sádico ayudante de Gene Hackman interpretado por Will Patton) fueron tomadas sin rubor por parte del equipo estadounidense de este germinal y potente polar de Corneau, hecho que remarca la importancia en el género de esta imprescindible pieza de suspense europeo.
La cinta ostenta algunas secuencias ciertamente memorables e inquietantes, situadas todas ellas en el segundo vector de la misma de marcado carácter intrigante, como por ejemplo la escena rodada en las afueras de un Carrefour en la que Ferrot deberá engañar a sus compañeros tras ser descubierto en la cola del cajero por un testigo presencial que le vio en compañía de la asesinada, o igualmente las artimañas empleadas por el personaje de Montand para tratar de evitar su contacto con las diversas personas que acuden a comisaría y que podrían delatar su secreto y por tanto inculparle injustamente del crimen investigado. Corneau demuestra su talento para radiografiar la tensión latente que surge a lo largo de la búsqueda de pruebas por parte de Ferrot culminando su obra con una escena quizás un tanto recargada e innecesaria, pero que rebrota toda la poesía de la redención y el perdón que no puede faltar en un thriller con mayúsculas.
Nos hallamos pues ante una de las mejores piezas del polar tardío, que no solo destaca como una película muy entretenida que se contempla con sumo gusto en los ojos de un espectador actual, sino que igualmente teje una particular atmósfera de suspense de ineludible consulta para todo director que desee componer una película de suspense con todos los ingredientes necesarios para pasar a la historia del cine. Sin duda, una obra a recuperar y reivindicar por las nuevas generaciones de cinéfilos.
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