Miguel López
“¿Acaso no matan a los caballos?” es un texto duro. Ahí se desgrana la historia de una pareja que participa en un maratón de baile en California, durante los años de la Gran Depresión. Es una de las muchas competiciones que se organizan en los años treinta para dilucidar qué pareja aguanta más en la pista sin parar de moverse, aunque revienten. Este tipo de torneos en Estados Unidos se prolongan durante semanas, con las parejas bailando como zombies en pos del premio para los ganadores.
El simulacro festivo pretende ocultar el derrumbe de una sociedad herida que lucha por su supervivencia. La gran ventaja de esos maratones radica en que los participantes reciben alimento durante los días que dura el concurso, un formidable incentivo en aquellos días de hambre. Todos rozan la extenuación, con cortos períodos para recuperarse mínimamente, y pelean por resistir más que la pareja que se derrumba a su lado. La pista donde se celebra el maratón entrelaza sus trayectorias un tiempo, pero el desengaño arrastra todo finalmente hacia el sumidero de la tragedia.
En las páginas del libro cabalga una crónica demoledora y de enorme calidad literaria. Con el tiempo se ha elevado como una de las cumbres de la novela negra por su sórdido retrato de las aberraciones a las que llega la conducta humana en condiciones de penuria. La angustia que atenaza a los personajes constituye un caldo de cultivo perfecto para las humillaciones perpetradas por desalmados, especialistas en utilizar a su antojo la necesidad rampante. Los concursantes son en realidad un señuelo publicitario. Desfilan por la trama, de forma similar a como lo hacen hoy por las pantallas de televisión, desposeídos, marginados, jóvenes desesperanzados, actrices fracasadas, rehenes de su tiempo…
Aquí y ahora, en España, ignominias semejantes reproducen tan trágico escenario. El pasado marzo, una mujer llamada Clio Almansa ha denunciado las vejaciones y heridas que sufrió durante la selección de personal de agentes comerciales en Ecoline 2010, empresa dedicada a la venta de aspiradores. Un directivo arrojó un billete de cincuenta euros ante los candidatos al puesto de trabajo y anunció que ese dinero formaría parte del sueldo de quien primero lo cogiera. Las lesiones de esta mujer ante el tumulto la obligaron a llevar dos meses un corsé ortopédico. Resulta irónico, pero la ficción de Horace McCoy se anticipa varias décadas a algunos espectáculos televisivos y circos mediáticos que estos años inundan los platós de televisión.
En un principio, la obra literaria pasó totalmente desapercibida y sus ventas fueron irrelevantes. Sólo después, de forma paulatina, cala entre los críticos y alcanza gran reconocimiento, aupada por el aplauso que recibe de los escritores franceses en la órbita existencialista: Sartre, Gide o Malraux.
El éxito del libro propicia la realización de una película, Danzad, Danzad, Malditos (1969), dirigida por Sydney Pollack, donde reaparece esta demoledora pregunta. En el filme, dos jóvenes, interpretados por Jane Fonda y Michael Sarrazine, descubren en plena competición que el premio es ridículo y abandonan. La fatiga erosiona los ánimos y crece la frustración. En la mujer se abre paso el deseo de “poder acabar con todo”. Su compañero de danza no comparte su pesimismo, pero la comprende. La chica se siente como un caballo malherido, exhausta y sin esperanza. Intenta pegarse un tiro, pero carece del valor suficiente. Pide a su pareja de baile que la mate y el muchacho accede. La policía arresta al brazo ejecutor y, cuando le interrogan, el jovendice: “¿Acaso no matan a los caballos?”.
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