Ginés J. Vera
Entrevisto a Víctor del Árbol, (Barcelona, 1968) quien cursó estudios en Historia en la Universitat de Barcelona, colaboró dos años como locutor y colaborador radiofónico además de ser funcionario de la Generalitat Catalana desde 1992 hasta 2012. Como escritor fue finalista del Premio Fernando Lara en 2008 con ‘El abismo de los sueños’ (no publicada) y ganó el Premio Tiflos de Novela en 2006 con ‘El peso de los muertos’. En 2011 publicó ‘La tristeza del samurái’ que cuenta con numerosos premios como Le Prix du polar Européen 2012 a la mejor novela negra europea, le Prix QuercyNoir y el Premio Tormo Negro. En 2013 publicó ‘Respirar por la Herida’ finalista a la mejor novela extranjera en el festival de cine Negro de Beaune, finalista en el II Premio Pata Negra de Salamanca, finalista a la mejor novela negra 2014 que otorga el festival VLNC. Acaba de publicar Un millón de gotas (Destino, 2014).
Un millón de gotas es una novela que habla sobre la condición humana, sobre la traición, la culpa y la memoria.
Entre otras cosas… Hay una cosa sobre la que habla mucho esta novela y sobre la que no he hablado en otras novelas y es el amor. Es una novela con una gran lucha, entre un gran odio desde los años 30 hasta 2001 o 2002, y a la vez la capacidad de confrontar otra realidad como el amor. No el amor necesariamente romántico, sino el amor con una ideología, amor por un hijo, amor por un padre…. Es curioso porque cada vez que aparece el odio, la culpa, la venganza aparece el contrario, eso para mí, como escritor, es muy importante, ha sido una evolución muy importante. El tema principal de mis novelas siempre es el dolor y en esta novela no es una excepción; el dolor significa la ruptura, cuando te rompes para ser otra cosa. Pero he encontrado esa contraposición en el lado positivo del amor, el amor también puede ser doloroso, pero es un dolor distinto, distinto al de la desesperación o el de la derrota.
¿Cómo definiría a Gonzalo, al protagonista, a partir de ese hecho clave como es el suicidio de su hermana Laura?
Gonzalo, y lo repito todo el rato pero es que es una frase que me gusta, es una buena persona, con todo lo que eso significa. Y para ser una buena persona tiene que tener un cierto grado de ingenuidad, un cierto grado de inocencia buscado. Gonzalo no es una persona ingenua, él ha elegido, digamos, no ver ciertas cosas de su pasado, de su historia familiar, de su relación con su mujer, de la realidad que esta envolviendo a sus hijos… En realidad es una falta, que es un poco lo que hacemos todos; cuando decidimos llegar a un acuerdo con nosotros mismos para convivir en el día a día, ¿verdad? Cosas que preferimos no ver las pasamos, las pasamos, las pasamos... Lo que pasa es que este pasar se va convirtiendo en un silencio que acaba teniendo un peso en la novela tremendo. Lo que Gonzalo calla acaba teniendo un peso en la novela muy potente. Hay cosas que él sabe de su mujer, cosas que su mujer sabe de él, y cosas que sabe de su hijo; eso que no se dicen cuando se miran a los ojos ahí va contaminando el día a día, y entonces eso acaba explotando. Eso acaba explotando y luego Gonzalo acaba revelándose, como dejándose llevar por sí, por ese hombre que llevaba dentro escondido durante tantísimos años, ese lobo que aúlla.
Hay una parte de la novela que se llama lobo flaco, el lobo flaco es la parábola de Esopo. Él es el perro doméstico, pero dentro de él el lobo aúlla, cuando está solo; por ejemplo, se alquila un apartamento que nadie sabe que lo tiene, ahí escucha su música, va a leer sus libros, a fumar sin que su mujer se entere, pues para eso, para él es como su espacio de libertad, pero llega un momento en que su pasado, el pasado de su padre, de su madre, todo eso, el lobo aúlla, aúlla porque quiere salir, no lo puede contener y salta.
Hechos que suceden en la distancia o en el tiempo y se relacionan a modo de efecto mariposa aunque transcurran cuarenta años como en Un millón de gotas, ¿con qué quiere que se queden los lectores de su novela conforme pasen los años?
Nada, no pretendo que el lector recuerde nada cuando se cierre este libro. Lo que pretendo que recuerde el lector es que se haga preguntas sobre sí mismo, eso es lo que a mí me gustaría. Cuando tú entras en un libro de una manera y sales de ese libro de otra significa que te has dejado algo, y eso es que es un buen libro, que es una buena historia, que ha conseguido de alguna manera tocarte el alma. Y que te haga preguntas, este libro está lleno de preguntas, preguntas que yo no me hago a mí mismo, preguntas que yo comparto con el lector, no que yo le haga al lector como si yo tuviera las respuestas, porque yo no tengo las respuestas, Yo quiero compartir con él mis preguntas. Oye, ¿tú te has planteado alguna vez quién era tu padre, quien era tu padre antes de tenerte a ti? ¿Qué hubiera pasado si no hubieras nacido?, ¿a ti realmente te han amado o tú realmente has amado alguna vez…? Llevas casado veinte años, pero ¿realmente tú quieres a tu mujer o estás con ella por costumbre? Este tipo de cosas.
Si junto al título ‘Un millón de gotas’ pudiera añadir un subtítulo, cuál seria y por qué.
Un millón de gotas o la memora del olvido; la memora del olvido, es un oxímoron. ¿Por qué? Porque hay un hilo conductor en la novela que es la invención de la memoria, es una cosa que es común en mi universo literario: la concepción, idea de que la memoria nos la inventamos. De que la memoria no es solo lo que recordamos sino sobre todo lo que olvidamos.
Muchas gracias y mucha suerte, Víctor.
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