3 de juny del 2014

Cuando vienen mal dadas

[Elemental, 3 de junio de 2014]

Ana Lorite Gómez


Mal dadas le vienen las cosas a los personajes de la novela de James Ross (Mal Dadas, Sajalin Editores, 2013, que acaba de publicar su segunda edición), retrato magistral de las gentes de Corinth, localidad de Carolina del Norte en los años de la Gran Depresión, cuya escala social se divide en "gente como Dios manda, gente como Dios manda de verdad" y el resto, seres empobrecidos, física y espiritualmente, cuyas vidas están hechas pedazos.
Jack McDonald, el protagonista, relata en primera persona su peripecia vital: no tiene un céntimo y ha perdido lo poco que tenía. Su granja está embargada y tiene una deuda por el funeral de su madre con el mafioso local: "¿Mis bienes inmobiliarios? A ver, hombre, el banco agrario tiene hipotecada la granja por más de lo que vale. Por los muebles de la casa no me darían más de veinte dólares, y eso con suerte: dudo que se puedan sacar ni siquiera diez. Debo cuarenta de impuestos. Todo eso va por delante de tu factura [la del funeral]. Tengo algunos aperos de labranza: unos quince dólares. Y una mula que no vale nada. También hay algunas gallinas, pero si han puesto un solo huevo en los últimos dos meses debe de haber un perro que ha ido por mi casa y se lo ha zampado".
Así que cuando su antiguo compañero de colegio Smut Mulligan le ofrece un empleo en su recién inaugurado salón de carretera, lo acepta inmediatamente. Por este salón -donde se sirve alcohol (ilegal) de fabricación casera, se juegan partidas clandestinas y se alquilan cabañas por horas-, desfila todo un paisanaje que proporciona a Mulligan buenos rendimientos, ya sea en forma de dinero o de información. Cuando Smut se ve en la tesitura de saldar sus deudas para poder continuar con el negocio esa información será vital para poner en práctica su plan y Jack McDonald se verá involucrado en un crimen chapucero del que le resultará muy difícil salir airoso.
Como una premonición del título de su novela, mal dadas le vinieron al autor, que publicó esta novela en 1940 con el original título original de They don’t dance much que no gustó al público americano: su realismo sin concesiones y su lenguaje directo resultaron demasiado avanzados para el gusto de los lectores de entonces y cayó en el olvido hasta que en la década de los setenta volvió a publicarse. En España ha estado inédita hasta octubre de 2013.
James Ross (Carolina del Norte, 1911-1990), tras dejar sus estudios universitarios y participar en la Segunda Guerra Mundial, trabajó como albañil, granjero, fue jugador semiprofesional de béisbol hasta que se dedicó por completo al periodismo. De su obra narrativa solo consiguió publicar Mal dadas y algunos relatos en revistas. A pesar de que su obra recibió los elogios de Raymond Chandler, Flannery O’Connor y George V. Higgins nunca encontró editor para su novela inédita In the Red.
La obra, calificada por Raymond Chandler como "una novela sórdida y depravada",  escrita con un lenguaje sencillo y carente de emociones, se sostiene sobre los diálogos extraordinarios de sus protagonistas: obreros de la fábrica de hilados, un sheriff corrupto, un mafioso local, el rico del pueblo y su mujer insatisfecha, morenos (negros) paupérrimos y víctimas del racismo, blancos desarrapados que trabajan por alcohol, comida y cama... gente que aspira a salir de la pobreza por el camino más corto, que por otro lado, es el único camino.  Personajes sorprendentemente amorales que Ross nos presenta sin un solo juicio de valor.
Mención especial merece el lenguaje. Higgins, en el epílogo que acompaña a la edición, escrito en 1975, habla de la imposibilidad que tuvo el autor de "presentar directamente unos hechos brutales en términos también brutales". Porque a lo largo de las casi 350 páginas de la novela no hay ni una sola palabra malsonante. Es imposible creer que esos personajes al límite hablaran como niños bien educados. Sin embargo, los censores no lo habrían permitido. Y como plantea Higgins "cuesta creer que [esos personajes duros, de piedra, que transpiran una amoralidad resuelta y depravada] limitaran sus intervenciones verbales a frases incapaces de ofender ni siquiera a japoneses que no hablaran inglés veinte años después. De hecho, resulta imposible".  Y así el también infravalorado autor deLos amigos de Eddie se plantea si Ross merecería una felicitación tardía por su maestría al presentar una historia amoral con un lenguaje que no hace daño y, de ese modo, burlar las restricciones.
Sobre ese microcosmos del salón de carretera, donde se bebe alcohol desmedidamente y los incautos que se atreven con las timbas se quedan sin blanca cuando vienen mal dadas, se cierne la incertidumbre, que Ross dosifica extraordinariamente hasta sorprendernos con un desenlace absolutamente inesperado.



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