Paz Pérez
Carlos Salem es un escritor argentino nacido en 1959 y que
veintiocho años después cruzó el charco para probar suerte dentro de nuestras
fronteras. Y no le ha ido nada mal, ha publicado en menos de seis años más de
quince libros; seis novelas, cuatro poemarios, cinco cuentos y una obra de
teatro. Ha recibido por su labor múltiples premios, como el París Noir,
dedicado a la novela negra o el premio Mandarache de relatos. Salem es un escritor polifacético que no
tiene miedo a ningún género. Acaba de publicar Muerto el Perro y ya habla de su próxima novela que
saldrá a finales de este año. En su trayecto ha desempañado trabajos muy
diferentes, como el de taxista, que sin duda ha influido en sus novelas. Carlos
Salem es una persona que se mueve entre la noche, acomodado sobre las barras de
los bares e incluso, en alguna ocasión, detrás de ellas. En concreto del Club
Bukowski, un bar de Madrid que permitía a todo aquel que lo deseara declamar
sus versos ante el micrófono. Defensor acérrimo de la verdad, aunque no de la
verosimilitud, y de la propiedad intelectual, Salem es el nuevo escritor de
moda que detesta lo comercial.
Poe es un tipo común,
que existe sobre las hojas negras de Salem, se erige como un imán al que todos
los locos le cuentan sus historias. Carlos Salem le describe como “mitad
poeta, mitad hijodeputa”, y reconoce entre sonrisas que es un poco como él, “en
las historias tiendes a exagerar al límite algo que tú has hecho”, confiesa el
escritor. Cuando decidió que Poe tomaría decisiones lanzando cerillas contra el
suelo, Salem también lo hacía “aunque terminé con esa práctica cuando me di
cuenta que se equivocaba las mismas veces que yo”.
Poe no es el único, el
escritor camina con sus personajes a cuestas. Camina, sin embargo, con
equilibrio, por un cable que se alza sobre un océano de delirio y humor. No
debe ser cómodo cargar con esa tropa de invenciones, sobre todo si se
trata de entenderlos. Alrededor del pañuelo que envuelve su cabeza revolotea
Poe, Octavio Rincón, Aregui, Lidia… Un enjambre de criaturas inmenso que
incluye a varios argentinos. Para Salem, “un novelista es un mentiroso
benevolente, si no es un tramposo de mierda, que te cuenta una mentira
maravillosa para llevarte de viaje y tú te la crees”, aunque eso sí, “el
escritor siempre presta algo de sí. Es otra manera de narrarse a uno
mismo, a la vez que te despojas de todo lo que tenga que ver contigo,
dejando sólo el esqueleto”.
Despojarse de su voz
árida de noctámbulo impenitente para Salem es una de las labores fundamentales
de un buen escritor, “las buenas novelas son inverosímiles, pasan en un sentido
que no podría pasar en la realidad. Al final una novela es exagerar al límite
algo que eres, pero no te atreves a decir a través de ti mismo”. Sus novelas
son historias aparentemente cotidianas que siempre terminan siendo delirantes.
Sus personajes deambulan en cada folio sobre escenarios nocturnos porque “la
noche está llena de muerte, de vida, de parejas que se hacen y se deshacen, de
misterios”. Y todo esto siempre mezclado con un característico humor negro.
Salem dispara tramas vertiginosas para defender, un poco en broma, un poco en
serio, su género: la cerveza-ficción ya que, según dice, “La solemnidad mata a
la literatura y le obliga a tomar viagra para pasarlo bien”.
Le cuesta admitir cuál
de sus personajes tiene más que ver con él, sin embargo, reconoce que
siempre hay un denominador común; “en general, son gente arruinada que, sin
embargo, conserva un resto de dignidad”. Además, todos ellos son criaturas
incapaces de pertenecer a la sociedad, aunque nunca cesan en el intento: “la
sociedad dibuja un cuadradito y te encierra en él. Cuando sientes algo que te
estorba en el alma ya no cabes en ese cuadradito que te hicieron. No es que mis
personajes sean gente asocial, sino que de alguna manera les han expulsado de
ese cuadradito, han intentado entrar y todos se han dado cuenta de que no les sirve…
todos han intentado ser un buen marido, un buen hijo, una mujer ejemplar pero
con los cánones equivocados. Prácticamente todos han querido hacer lo que
debían hacer, pero no les ha servido. El problema es que no saben hacer otra
cosa”, se apena el escritor.
Salem defiende que la
sociedad nos moldea en cánones materialistas que poco tienen que ver con
nuestro espíritu porque los seres humanos “somos monos vestidos, fieras apenas
civilizadas pero con tarjeta de crédito”. Sus personajes, sin embargo, nunca
cumplen estas características. Y aunque no lo quiere admitir abiertamente, él
es un binomio de sus personalidades. Carlos Salem ronda los 55 años, entrado en
carnes y con aspecto de pirata. Su cabeza la envuelve un pañuelo negro y su
pecho lo cubre un ancla marinera, aunque este corsario ha sustituido el ron por
la cerveza y le falta la calavera. Su perilla crecida es el elemento clave que
le permite ser un tipo duro, de los de antes, esos que vivían en los bares y
brindaban a la salud de las mujeres bonitas, esos que se han topado demasiadas
veces de bruces con la vida.
Las arrugas de su frente
delinean su humor negro y su profundo sarcasmo. “España es un país que no se
sabe reír de sí mismo”, comenta el escritor, “por eso intento a toda costa que
aprendan”. Salem tiene un estilo diferente, poco comercial y ahí reside su
reciente éxito. El problema, para él, de que ahora los best seller sean los que
son “no es culpa de los lectores, sino de los que se aprovechan de la poca
educación y crítica de las personas para meter un libro por los ojos”. Pero él
aún no ha colocado el cartel de se vende en la puerta: “la ventaja de ser un
parado de lujo, no porque sea rico, sino porque como no vas a cobrar el paro
hagas lo que hagas, es que te puedes permitir decirles que no te gusta como han
tratado tu libro, a veces ocurre”.
Ha surcado por los mares
literarios desde bien joven: “la literatura me acompaña desde niño, sobre todo
la poesía. La poesía viene del griego y quiere decir crear. Es el arte más
antiguo, el hombre empieza a contar historias memorizándolas, para que se
memoricen las dota de cierta belleza formal y antes de que existiera la
escritura ya existía la poesía. Yo antes de escribir ya pensaba versos que me
definían”. Pero hasta 2007 no comenzará a conquistar tesoros, el primero que le
catapultará a la fama, Camino
de ida. Desde entonces no ha podido parar de izar su bandera negra.
Su éxito se materializa
en su última novela, Muerto
el Perro. Mientras le pregunto por ella, saborea una tila rebosante
de orgullo desde su lado de las gafas, empañadas sutilmente por el humo de sus
frecuentes cigarrillos. Después me mira, con una expresión de escritor perdido:
“Siempre parece que es una historia delirante, pero luego cuando la lees te
quedas pensando: esto
está como una pajada. Pero en el fondo te podría pasar, no tan así,
lo que quise es compromiso con lo que deseaba decir”. Su caso tiene esa épica
singular del escritor tardío que es “la de andar por casa”, así la define él:
“Al principio no encontraba mi voz, pero me fueron animando, poco a poco lo fui
consiguiendo y me organicé la supervivencia”.
- Cuando eras niño ¿esperabas llegar hasta donde estás ahora?
-Sí, (su tono burlón no anula la firmeza de su convicción).
También me imaginaba que me iba a ligar a la chica más guapa de Madrid y
también lo conseguí. Soñar cuesta muy caro, muchas veces es trabajo, es empeño.
Yo soñaba incluso vender diez veces más, no por el dinero sino porque no quiero
parar hasta que no vea a un chino descojonándose con mi misma novela, traducida
sin matices. En Alemania o en Francia he publicado mucho, y aunque es otra
forma de pensar, los lectores se ríen de lo mismo que me reía yo cuando
la escribía. Me lo imaginaba, sí, pero imaginaba mas cosas todavía.
Carlos Salem es indudablemente argentino, aunque vivir a
caballo entre dos culturas siempre le hace sentir en tierra de nadie: “aquí me
dicen que soy argentino, allí que soy español, yo prefiero el término
argueñol”. Allí trabajó de periodista y dirigió varios periódicos. Casi
20 años de trabajo que indudablemente ha influido en su forma de literatura:
“el periodismo te hace perder el miedo al folio en blanco, el que cuenta eres
tú y, a veces, aprendes a colarles una frase sin que se den cuenta”.
Esta profesión no es la que le determinó para contar historias
negras: “lo cuentas como literatura no como denuncia. Mis novelas muestran lo
que el sistema hace con el individuo, pero no son historias totalmente…
aleccionadoras”. Tampoco cree que esa sea la misión del escritor, ni que exista
tal cosa. Mantiene las protestas fuera de sus libros: “No necesitas comprometer
tu obra, tienes que comprometer tu palabra. No quiero hacer de la protesta mi
profesión, mi misión es escribir, como la de un médico es curar. Si luego el
doctor quiere provocar una influencia sobre una causa me parece admirable, pero
lo primero es curar. Porque si es un curandero desastroso, da igual el resto,
no será un buen médico”.
Vino a España en 1988 por un proyecto periodístico que estaban
intentando sacar adelante, pero aterrizó como desempleado, eso sí, de lujo.
Decidió quedarse porque se sintió como en casa: “un marciano llega y a los seis
meses ya es madrileño”. Ha desempeñado trabajos muy diferentes, como taxista,
conserje y director de periódicos locales como el Faro de Ceuta o el Telegrama.
También ha estado paseando su voz rasposa por todo tipo de micrófonos, desde
los Diablos Azules, pasando por el Club Bukowski hasta el festival Getafe
negro. Sin duda, el género que le define es la novela y el color el negro: “el
ambiente de novela negra es más solidario que otros, los poetas, en general,
son más cabrones que los novelistas”.
Este defensor del relato canalla tiene un público
mayoritariamente femenino, sus versos pueden encontrarse en paredes de metro y
baños de instituto. Incluso tatuado en el brazo de alguna de sus fans. Él se
encoge de hombros cuando le pregunto acerca de eso, y responde con una sonrisa
pícara que no es algo que le moleste: “Uno escribe para que le quieran, para
quererse uno mismo. Lo que no hago es estar pendiente de lo que quieren las
tendencias de mercado”. Su seguridad mezclada con cierta brisa de rebeldía es
latente en cada una de sus respuestas, siempre defiende sus ideas con espada. Y
a pesar de escribir para los demás, no tiene miedo al fracaso porque siente que
nunca ha caído en esta situación. “Si al lector no le gusta mi novela tiene
razón porque no es lo que estaba buscando: no es un fracaso, es un
desencuentro”, comenta convencido Salem.
-¿Qué relación tienes con las editoriales?
-El editor no es el malo de la película. A veces el escritor
se amolda porque le gusta el éxito. Pero yo soy muy estadero, yo quiero tener
éxito a mi modo, como yo escribo y como yo quiero escribir, con las historias
que quiero contar.
No es difícil adivinar, a estas alturas, cuáles eran sus
libros favoritos cuando empezó a leer. Los libros de aventuras. Especialmente
los de piratas y bandidos. “Estos libros me enseñaron a saber cuando un escritor
me respeta y cuando no”. Para Salem, la honestidad es algo que debe ir tatuado
en todos los pie de página de la novela de un escritor, “el que es deshonesto y
trabaja con presupuestos y prejuicios porque quiere vender movidas
predeterminadas es un mal escritor. Un mal escritor no es solo el que escribe
mal, si escribe bien pero subestima al lector también es malo”.
-¿Qué libros lees?
-Yo de todo tipo. Me gusta mucho la poesía pero soy un gran
lector de novelas. De todas las que te puedas imaginar, me gusta mucho leer
desde muy pequeño, no hago asco ni a los clásicos ni a los que surgen ahora. No
tengo tiempo para leer todo lo que quiero, pero nunca dejo atrás los clásicos
ni las novelas que a mi me enseñaron a leer y a escribir.
Carlos Salem es un habilidoso malabarista de la palabra, y
entre sus manos también baila la poesía. Un arte mucho más atrevido y que vuela
más alto entre los trucos equilibristas de Salem que su género estrella: “la
novela te obliga a hablar con la voz de un personaje, es como un actor
demasiado tímido para poderse poner enfrente de los focos, pero se pone el
papel delante y actúa”. Sin embargo, en la poesía utiliza su propia voz, sin
tapujos, “la poesía para mi tiene un valor muy importante como medio de
expresión”. Salem no tiene miedo a ponerse ante un escenario y verter
lentamente un trocito de sí mismo sobre el público, es fundamental ser valiente
en este arte “hay poetas de los cojones, sin cojones para escribir lo que piensan
y acaban escribiendo lo que deben”.
Carlos Salem es el pirata negro que ha triunfado en apenas
seis años de navegación, con valentía en proa y gritando al mundo que no le
tiene miedo. Su forma de contar historias es diferente a la común: “Yo no soy
un Pablo Coelho pseudofilosófico que sólo habla de las cosas buenas de la vida.
A mí esa idea no me gusta. La vida es una masa que tiene todo tipo de
ingredientes, buenos y malos, y que de vez en cuando te deja amasarla”.
-¿Qué crees que es el éxito?
-Es como los dibujos del coyote y el correcaminos, cuando el
coyote salta a la otra punta del precipicio y queda al borde y ves como
va cayendo poco a poco, aferrándose a la salvación con las uñas. Si
conseguimos eso ya hemos llegado. Llegar al otro lado prácticamente es
imposible.
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