Está llegando a nuestra cultura un nuevo término, el femicrime, de ascendencia escandinava; pretende entrar a nuestro lenguaje tras su paso por zonas anglosajonas. El femicrime intenta categorizar las novelas de género criminal escritas por mujeres en las que el personaje protagonista es, a su vez, una mujer también. Es la coincidencia de ambas características la que convertiría a una novela negra en un femicrime; muchos escritores ponen al frente de las investigaciones de sus novelas a mujeres, pero el tratamiento de la vida de estas mujeres sigue estando dominado por un enfoque masculino de la vida; contrariamente, muchas escritoras crean protagonistas hombres, pero a la hora de describir sus hábitos masculinos, el enfoque se asemeja al que un escritor suele dar a sus protagonistas.
Dentro del género de novela negra, novela de detectives, hemos tenido investigadoras de crímenes, desde luego desde principios del siglo XX, si no ha habido incluso algún caso anterior. Ya antes de la aparición de Miss Marple, personaje nacido de la mano de Agatha Christie (Inglaterra 1890 – 1976), en un relato de 1926, la también británica Emma Orczy, famosa por las novelas de La Pimpinela Escarlata, creó quince años antes a Molly Robertson-Kirk, Lady Molly of Scotland Yard. Sin embargo, incluso en esa época en la que leer que dos mujeres fueran investigadoras cuando en la sociedad no era real que las mujeres se dedicasen a esos menesteres, este sorprendente hecho no se refleja, o apenas lo hace, en las narrativas de sus aventuras. Que sean mujeres no parece ser importante dentro de la narración y las protagonistas no suelen reflexionar sobre cuestiones relativas a su sexo. No es hasta 1972 cuando P. D. James crea una detective en la que el hecho de ser mujer es importante en la trama, al publicar An Unsuitable Job for a Woman. Desde ese momento comienzan a aparecer en la literatura anglosajona protagonistas femeninas de todos los ámbitos laborales que se dedican a investigar crímenes, y cuyas vidas personales, inmanentemente femeninas juegan un papel tan importante en las tramas como las masculinas vidas de Philip Marlowe o Sherlock Holmes en sus respectivos relatos.
Es a principios de los 2000, cuando en los países escandinavos, muchas autoras comienzan a escribir novela negra y a protagonizar sus narraciones con investigadoras y permitir que el hecho de ser mujer se transluzca en las historias; algo que si ya ocurría en las novelas anglosajonas, ahora incluye una mayor descripción de la intimidad femenina, incluyendo cuando es pertinente, temas como la maternidad, el embarazo, y otras características inherentes a las mujeres.
Es entonces cuando nace el término Femikrimi en Dinamarca.
En un principio, fugaz, el término se usaba para marcar la diferencia entre la literatura protagonizada por detectives masculinos con arquetipos parecidos a Philip Marlowe o intentos de variantes del cliché, y la nueva ola de detectives femeninas que cada vez se alejaban más de esos lugares comunes. Estas detectives compartían una visión femenina de la vida, sin contar con el hecho accidental, pero importante, de que las obras estaban escritas por mujeres escritoras. En 2008 Frank Egholm Andersen publica Den nordiske femikrimi el primer estudio sobre las novelas de mujeres detectives creadas por escritoras; años antes de la publicación de este ensayo el término Femikrimi ya era despreciativo, pero a partir de entonces pocos otros usos va a recibir. Tras extenderse la nueva novela negra, y el término negativo, también por países como Noruega o Suecia, donde el género de novela negra más se ha desarrollado, el Femikrimi se extiende levemente como concepto sexista a los países anglosajones (como Femicrime en su adaptación lingüística), y ahora, tristemente, empieza a oírse en la zona sur de Europa (sí, eso incluye España ya, donde ni nos hemos molestado, para variar, en adaptar la palabra que ahora nos llega del inglés).
«Aunque los sentimientos maternos empezaron a surgir poco a poco y sin esfuerzo, tenía la sensación de que un extraño había invadido el hogar que compartían ella y Patrik, y había momentos en que lamentaba haber tomado la decisión de tener hijos. Estaban tan a gusto solos…, pero se rindieron al egoísmo humano y al deseo de ver reproducida la excelencia de sus genes, lo que cambió su vida de golpe y la redujo a ella a una máquina de producir leche con servicio de veinticuatro horas.» Las hijas del frío (Stenhuggaren, 2005). Camilla Läckberg
«Salió de la ducha y comenzó a disponer el desayuno. Hizo café, preparó el yogur, cuatro rebanadas de pan tostado con mantequilla y queso bien curado. Siempre había tenido dificultades para sentir hambre a horas tempranas de la mañana, pero hoy se forzó a comer. Comprendió que no podía empezar un día así con un café solo y un cigarrillo, es decir, lo que durante años había sido su desayuno favorito para al amanecer salir a enfrentarse con el mundo y la vida.» La mujer del lunar (Kvinna med födelsemärke, 1996). Håkan Nesser
En estos dos ejemplos podemos ver cómo, en el primero, Camilla Läckberg permite que el personaje deErika nos muestre actitudes íntimas pero coherentes de su personaje, femenino en este caso, y en el segundo ejemplo Håkan Nesser hace lo mismo con el comisario Van Veeteren. Hasta aquí todo bien. El problema aparece cuando se confunden la diferencia con la calidad. Cuando alguien cree que un personaje preocupado por su maternidad es femenino (específico) y absurdo mientras que un personaje preocupado por pasar la pensión a su ex esposa es, masculino (universal) y coherente. Por desgracia, como ocurre desde hace años con el término «literatura femenina», que pretendía simplemente describir obras escritas por mujeres sin connotaciones positivas ni negativas, el término femicrime, ya antes de entrar en nuestro idioma viene con demasiadas cargas negativas.
«Las “Femi-detectives” se guían por su caos interior ilógico, irracional e incomprensible [...] y luego las encuentras en las últimas páginas [de la historia] llorando, maltratada y gastadas» Den nordiske femikrimi, p.59
En los países escandinavos ya se habla desde hace diez años de que el Femikrimi es una novela inferior a la novela de «Krimi» escrita por hombres, un subgénero (inferior) del «Krimi», y un tipo de narrativa que da mal nombre a la novela negra en general. En otras palabras, si el detective es un hombre con problemas masculinos, es positivo, si la detective es una mujer con problemas femeninos, es negativo. Como es costumbre en las técnicas de desprestigio, primero se trata de negar que algo es algo («eso no es novela negra, es literatura femenina»), si no, resulta que ese algo sí es ese algo pero no es bueno, («es novela negra pero inferior»), y si no siempre nos queda decir que ese algo es un subalgo («es novela “femicrime”»). Si, en la medida de lo posible, evitamos propagar este término, aún estaremos a merced de las mismas críticas, pero no es tan necesario que ayudemos a nombrarlas para darle mayor veracidad aún y ayudar a convertir la literatura de detectives escrita por mujeres en un subgénero inferior y para mujeres.
En España, en los noventa, Alicia Giménez Bartlett nos entrega a la detective Petra Delicado, no es la primera investigadora femenina, pero desde luego sentó unas bases, tanto en la ficción de las detectives, como en la realidad de las escritoras españolas. Hoy en día tenemos a muchas escritoras de novela negra, sean frecuentes o temporales, de muchísima calidad, y antes de que empecemos a oírlas declarar cosas como «yo no escribo “femicrime” escribo literatura» y leer críticas como «en su última novela negra, novela negra de verdad, no el “femicrime” que tan de moda está, el protagonista…»; estas cosas ya han ocurrido en Suecia y Dinamarca con Camilla Läckberg, Liza Marklund… de Helle Vincentz ya se ha dicho «Si estás harto de los libros de “Femicrime”, esta novela es un cambio que se agradece» porque su protagonista es más ruda que otras mujeres, menos femenina, de Tine Enger se ha comentado que sus novelas son buenas porque no muestran «rastro de sentimentalismo», o toda una diatriba en el prestigioso Berlingske sobre como son libros de amas de casa y para amas de casa aburridas, y que Elsebeth Egholm «ha comenzado a escribir dentro del género femi-crime» cuando su detective cuenta sus quehaceres, femeninos, porque es una mujer, diarios, y estos no son beber en un bar porque una mujer le ha partido el corazón dejándola por otro hombre, un no-detective no-alcohólico.
Es muy posible que este término no llegue a cuajar en español pero, por si acaso, no estaría de más evitar la tentación de volver a nombrarlo no vaya a ser que, como las hierbas invasivas, acabe por extenderse aunque solo sea para demostrar de nuevo la denostada Ley de Murphy.
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