Las criaturas de Camilleri y Vázquez Montalbán deberían levantar a las masas contra el poder que recorta derechos
Está en preparación un libro sobre los 'padres' de Salvo y de Pepe
Daniel Vázquez Sallés
El encuentro es a las 10.30 de la mañana. El lugar, el primer piso del Hotel Catalunya de la calle Vergara. Montados a modo de set, tres sillas esperan las nalgas de tres invitados a un encuentro que tiene como protagonistas principales a Andrea Camilleri y a Manuel Vázquez Montalbán representado por Anna y este cronista.
Tengo que reconocer que antes de llegar a ese plató de circunstancias, sé poco de un encuentro que ha montado el editor Antonio Sellerio aprovechando el aterrizaje de Camilleri en Barcelona para convertirse en el buque insignia de esta edición de BCNegra. En Italia, preparan en Sky Arte un especial dedicado a Camilleri, y Sellerio quiere publicar un libro sobre los encuentros entre el padre de Salvo y el padre de Pepe. Lo único que conozco de esos encuentros me lo contó Manolo a principios de este siglo, y si un día se publican los voy a leer con fruición, aunque sea con la torpeza de Catarella.
Y como soy obediente, me siento entre el maestro y Anna. Me pasa por la cabeza es tocar el brazo del padre de Montalbano. Mi idolatría es selectiva, y tocaría pocos brazos como lo haría con el brazo de un escritor cuyo mundo idolatro, pero me abstengo de hacer el ridículo, y cruzo las manos justo en el instante que el cámara y el técnico de sonido dan el permiso para que empiece un diálogo fluido hasta que ordenen los contrario.
Camilleri es un hombre mayor, pero sus retinas gastadas transmiten la energía de sus libros. Es feliz escribiendo. Lo cual no significa que solo lo sea escribiendo, pero tiene la felicidad del que se siente capaz de plasmar todos sus pesares y alegrías en palabras. «Esa es la felicidad del escritor, saber contar», remarca il maestro. Y como vivimos tiempos convulsos -en Italia, los polos opuestos son Berlusconi y el movimiento Cinque Stelle, y en España, un gobierno con claras tendencias neofalangistas y la sociedad civil-, hablamos de política y de economía, de Europa y de la solidaridad como de un Santo Grial que ha sido usurpado por las agencias de inversión tras un golpe de estado económico. Actualmente, parece que la solidaridad, solo exista entre banqueros.
Usurpado el estado del bienestar por los hombres de negro, personajes como Montalbano y Carvalho deberían tener la potestad de levantar a las masas contra la nube invisible del poder que recorta, recorta y recorta derechos sociales conseguidos con sangre. De haber estado Carvalho, podría haber investigado un caso con las fosas comunes y la memoria histórica como telón de fondo, pero ya no está, y Camilleri parece tan cansado de su personaje como lo estuvo Manolo a finales del milenio. Nos cuenta il maestro que en un encuentro en París, Jean-Claude Izzo, Vázquez Montalbán y él, hablaron de las ganas que tenían de dar el paseíllo a sus personajes. La idea de Izzo era meter a Fabio Montale en una barca y dejarlo partir a la deriva. Y la idea de Montalbán era mandar a Carvalho a dar la vuelta al mundo. «Por suerte», nos dice Camilleri sin perder il sorisso, «cuando fue mi turno, me vino una recepcionista diciéndome que me llamaban por teléfono, y cuando volví, la conversación andaba por otros lares. No soy muy supersticioso, pero me salvé de contar cómo iba a matar a mi detective, y de los tres, soy el único que sigue aquí».
Los lectores de novela negra nunca perdonan que sus autores favoritos se la jueguen maltratando a los personajes que veneran. Lo sabe Camilleri, que recibe cartas y cartas de admiradores recriminándole una mala praxis con el bueno de Salvo, o con Livia, Ingrid, Fazio, Catarella, Mimi o Adelina. Su primera reacción es mandarles al carajo, pero la carta de respuesta siempre es tan dulce como un cannolo siciliano.
«Ay los lectores», piensa Camilleri. Y como una anécdota muy clarividente entre la paradójica relación existente entre los autores y sus lectores, il maestro cuenta la anécdota que vivió una de sus nietas. «Estaba en la escuela, y la profesora descubrió que la niña era Camilleri por parte de madre. La profesora, miró a mi nieta por encima de la montura de las gafas y le dijo con voz doctrinal: 'Me gustan mucho las novelas de Montalbano, pero lo que no me gustan son las ideas de tu abuelo».
Luego, se apaga el foco y el ojo de la cámara cierra los párpados. Ha sido una agradable conversación. Nos veremos por la tarde. Camilleri recibirá al fin el premio Carvalho.
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