Hoy la periodista y fotógrafa Laura Muñoz nos reseña Muerto el perro (Navona) última novela del escritor Carlos Salem (Buenos Aires, 1959) que se presenta este mismo lunes en Madrid.
POR LAURA MUÑOZ
Una semana. Sus días. Y siete boleros. Uno detrás de otro y rozando/arañando las pieles de los personajes de Muerto el perro. Es la estructura de la última novela de Carlos Salem que, en esta ocasión, sorprende con una narración en primera. Más. En femenino. Se atreve y mete en las entrañas de Piedad, una mujer a punto de alcanzar la mitad de siglo, beata y viuda desde hace un mes. Convive con su experiencia, su riqueza billetera frente a lo pobre de la infelicidad encubierta.
El perro de sus vecinos apenas la ha dejado dormir. Sabe que su marido, Benito, desfalcó cien millones de euros de la empresa que ella preside pero en la que no participa, se entera que ese dinero era para fugarse con una ucraniana de veinte años a Río de Janeiro y que ella sólo ha sido el hilo conductor de todos sus proyectos. Ahora en la ruina, claro. Engañada. Metida en un fregado que jamás imaginó: debe encontrar el dinero que Benito guarda en alguna parte. Para salvar su empresa. Para salvarse.
¿La habrá amado alguna vez Benito? Entre rezo y rezo, ¿vió él alguna vez la mujer que es? ¿La otra que la habita? ¿Las reconoció juntas o por separado? Un lunes en toda regla. Un primer día de semana que desata el nudo de la rabia. Piedad, por primera vez, viviendo en el mundo real. En ese nuevo universo, Piedad comparte pena con su mejor y poco deseable amiga, coartada con un ángel rubio que aterriza en el salón de su casa e investigación con Soldati, un embaucador incorregible con una extensa lista de fracasos a sus espaldas.
Y la semana pasa con desnudos, borracheras, encuentros, refranes y recuerdos. Viajes al pasado que Piedad comparte con La Otra. Rememora e indaga a sus padres cuando aún no lo eran, sustituye lo que era su realidad por la verdad y empieza a entender que los refranes de su padre no siempre se cumplen y que los boleros que cantaba su madre, a veces, mienten. Rastrojos de una vida que, se da cuenta, nunca vivió de verdad. Palpa su piel por primera vez, su furia, y tiene la necesidad y las ganas de sentir(se).
En esta última novela, Salem coloca al lector bajo la piel en la que se mete. Hace que se rompan barreras y, peligroso, hace pensar. Todo a través de una prosa ágil y, claro, con las gotas estratégicamente vertidas que hacen que los ojos del lector sonrían y, al momento siguiente, griten de estupor. Un texto plagado de grandes frases que uno quisiera haber escrito, inventado.
Cuidado con la mujer que desata el nudo. Estén atentos si muere un perro. Dense cuenta que, quizás, no acabe la rabia. Y que la vida, sea como sea, “vale la alegría”.
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