Matías Néspolo
Carlos Zanón ya se perfila como el sucesor de Manuel Vázquez Montalbán
El autor se consolida como la gran voz de la novela negra contemporánea
'Yo fui Johnny Thunders' es su última obra
Ha perdido los dientes, la cintura -la desintoxicación siempre viene con sobrepeso- y la dignidad, si es que alguna vez la tuvo. Ahora vive con el cretino de su padre, un pensionista que no llega a los 500 euros al mes. En el barrio no lo reconocen; de Mr. Frankie, la estrella que salía en la tele, tocaba con el mismísimo Johnny Thunders y a cuyos riff se rendían las groupies ya no queda nada. Ahora es Francis, el que intenta levantar cabeza, sortear el juicio por la manutención de sus hijos, a los que apenas conoce, y tener al menos para tabaco.¿Oportunidades? Una hermanastra que abre y cierra las piernas sólo para liarla, el turbio gerente de un bingo que la cela y su violento lugarteniente, para que la acelerada y gloriosa carretera de los 80 lo lleve a estrellarse muchos años después una vez más contra el arcén.
De eso trata la cuarta novela de Carlos Zanón (Barcelona, 1966) 'Yo fui Johnny Thunders' (RBA), la confirmación sin matices de que las voces críticas que lo señalaban por la anterior 'No llames a casa' (2012) como el digno heredero de la mejor tradición de la novela negra barcelonesa, o sin ambages, como el Manuel Vázquez Montalbán del nuevo siglo, no se equivocaban. No en vano su primera novela de género, 'Tarde, mal y nunca' se ha publicado ya en Estados Unidos como 'The Barcelona Brothers', en Francia, Italia y Holanda y el mismo camino sigue, también en Alemania, 'No llames a casa'.
Pero cuidado, porque el despistado lector que se deje embaucar por su título y espera encontrar una panorámica desde la ficción de la vida y obra de ese feroz guitarrista de New York Dolls, pionero o antecesor del punk surgido de la escena glam de los 70, se verá profundamente defraudado. De la estrella maldita caída en desgracia intravenosa apenas hay un cameo en una primera escena que no tiene más trascendencia argumental que metafórica. Pero lo que seguramente sí encontrará es el espíritu salvaje de su música e incluso oirá el pellizco lacerante de la púa sobre las cuerdas eléctricas, en la sórdida y rota Barcelona de extrarradio.
El malogrado y legendario Johnny Thunders, del que Francis no es más que una degradada copia es para Zanón sólo un punto de partida, «una imagen muy potente del ángel caído o el yonqui guapo, que en el fondo, viene del romanticismo y que me da un poco de grima», reconoce.
«Quería hablar sobre la música. Siempre quise aplicar la energía y la intensidad de la música a la literatura», explica. «En este caso se trataba de escribir una novela con la intensidad de una canción de tres minutos», dice con toda intención, porque no se refiere a una inofensiva banda sonora injertada en el relato, sino a indagar más bien en el imaginario colectivo. «En lo personal, lo que me interesa es el significado de la música para mi generación, que fue como nuestra educación sentimental. Otras generaciones tuvieron el cine de matiné; nosotros, el rock'n'roll», sentencia, «y quería transmitir eso».
De lo que habla Zanón no es otra cosa que esos acordes sucios y riffs endemoniados que, de algún modo, funcionaron como el puntal existencial de su quinta, de la generación que llegó tarde a los sueños de la Transición y demasiado pronto al cobijo de la sociedad del bienestar. «Cuando te dejaba una chica acudías a una canción; cuando te echaban del trabajo, a otra», recuerda el autor. «Yo también era un chico raro y con pocos amigos», se sincera, «y es extraño, pero sintonizabas una radio y conectabas de alguna manera con otros tipos raros y solitarios como tú, que no encajaban ni encontraban su lugar tampoco, y te sentías menos solo». Ese espíritu rock'n'roll es el que Zanón recupera sin asomo de nostalgia. «La música está en el tuétano de la novela y del protagonista».
En el fondo, el diseño argumental de Zanón es muy sencillo y casi un lugar común. El motivo de la ascensión y caída, pero aquí sin redención posible. «No soy un escritor de argumentos, ni muy imaginativo, funciono más por atmósferas y personajes», reconoce. Y en los suyos, casi irremediablemente «el carácter es su destino» y ésa es su tragedia. «Las mías son historias de identidad», se sincera.«Tú eres lo que eres y acabas haciendo lo que tienes que hacer, aunque eso te lleve al desastre».
El desastre Francis, en este caso, es que ya no hay posibilidad de corregir el rumbo, no sólo porque su generación está diezmada sino incluso hasta la sociedad se han torcido. «Tomó el desvío de la música y la droga, pero cuando regresa a la autopista se da cuenta de que los que se quedaron en el barrio no están mucho mejor que él», explica.
El barrio del que habla Zanón es el suyo de infancia, Horta-Guinardó, que no es el Carmelo de Marsé, pero se le parece mucho, en una versión posmoderna y rota. «Marsé es un gigante y junto con Casavella son los hermanos mayores que me hubiera gustado tener», responde. Lo cierto es que el paralelismo no acaba ahí, porque el abogado penalista en actividad no utiliza esa doble vida leguleya para nutrir de realidad sus ficciones, dice, ni se documenta ni hace trabajo de campo alguno, sino que construye sus historias a la manera de las célebres aventis, de Marsé, las tronas que contaban los muchachos de posguerra. «Es como cuando contabas batallitas a los amigos, mezclabas algo de verdad en la invención para que suene creíble. No sé si es verdad que Johnny Thunders tocaba con una Gibson en 1989, pero no voy a perder un minuto en averiguarlo», explica.
Pero si en el qué de la historia no hay mayor misterio que el relato desplegado, sí lo hay en el cómo. Y el cómo de Zanón, autor de cuatro poemarios y antes poeta que narrador, es salvajemente lírico.«Escribir poesía me ayuda a escribir novela», reconoce, cosa que suele hacer simultáneamente. Si su última colección de versos Tictac tictac (Ediciones Carena) «responde a la atmósfera» de No llames a casa, su próximo poemario, Rock'n'roll, que en un par de meses pondrá en circulación el sello 66RPM, dialoga de manera mucho más explícita con 'Yo fui Johnny Thunders'.
Pero además de esa escritura simultánea entre géneros, el mérito de Zanón es inyectar constantemente un chute de poesía a su prosa, y en eso radica su fuerza narrativa. «Como vengo de la poesía lo que hago es no cortarme, me sale sin esfuerzo, casi sin querer», se excusa y asiente. «Sí, mi manera de narrar es poética, porque creo que la poesía es mucho más certera que la prosa a la hora de descifrar la realidad», explica utilizando a John Banville como ejemplo, que en lugar de describir al detalle una situación embarazosa dice que el personaje se siente igual que un payaso con unos zapatos enormes que ha pisado un chicle.
Pero si el narrador no cede terreno al poeta, tampoco el abogado penalista en actividad está dispuesto a dejarlo todo por el hombre de letras. «Como Francis, que querría vivir sólo del rock, mi sueño es dedicarme exclusivamente a escribir; pero sé que no lo haría si pudiera, porque no tengo claro que sea bueno vivir pendiente del mundillo literario. Eso te aísla de la realidad y de la gente, y al fin y al cabo escribes para que te lea la gente», concluye.
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