En la línea más dura del policial negro, genealogía que comienza con Chandler y culmina en James Ellroy, el británico David Peace viaja al Japón de posguerra para sumergirse en un mundo en el que la vida humana ha perdido sentido. Pero muy lejos de un noir posmoderno, Tokio año cero plantea una ética de la ficción criminal.
Ariadna Castellarnau
La primera impresión que tiene el lector al empezar Tokio año cero, del escritor inglés David Peace, es la de estar sumergiéndose en una oscura, perturbadora y fascinante pesadilla, de esas que apelan a nuestro costado más truculento y morboso, el mismo costado oculto que nos empuja a buscar videos raros en YouTube a altas horas de la madrugada o a engancharnos con alguna película de terror asiático donde todos terminan descuartizados.
Tokio año cero, primera entrega de una trilogía policial, es una novela negra hipnótica y posmoderna basada en una historia real sobre un asesino serial japonés, Yoshio Kodaira, que mató a diez mujeres durante 1945 y 1946. Al mismo tiempo es una crónica despiadada y asfixiante sobre Tokio en los momentos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Y por encima de todo esto, envolviendo el paquete como un lazo demencial, un viaje al corazón mismo del espanto, de la miseria y la enfermedad que dejan tras de sí las guerras y las ruinas causadas por las guerras. Un rosario de cabezas llenas de piojos, ratas, hambre y desaliento.
David Peace –incluido en 2003 en la lista de la revista Granta de “los veinte mejores escritores ingleses”– nació en 1967 en Ossett, una población británica situada a medio camino entre las ciudades de Sheffield y Leeds, en el condado de Yorkshire. Los detalles geográficos no son en vano, puesto que el grueso de las novelas de Peace suceden en Yorkshire, durante la década del ’70 y del ’80, período marcado por una serie de sucesos oscuros y tumultuosos: los crímenes de Peter Sutcliffe, el destripador de Yorkshire (que asesinó a trece mujeres); la huelga de los mineros, acontecida entre 1984 y 1985; y la crisis económica y social que convirtió la zona en un polvorín.
Es justamente sobre esta época sangrante, violenta, de caída en desgracia de todas las instituciones, que el autor alza su tetralogía titulada Red Riding Quartet, inspirada vagamente en el Cuarteto de Los Angeles de James Ellroy. Cuatro novelas de una sordidez sin paliativos, con personajes que se encuentran emocionalmente al límite. La fórmula de Peace (que inventa en la primera novela del cuarteto, Nineteen Seventy-Four, y de la cual se sirve en todas sus novelas) consiste en apropiarse de la historia del país, engullirla a base de aplicadas sesiones de estudio y documentación, y luego regurgitarla sin cortes ni censura.
En Tokio año cero, Peace mantiene intacto su catálogo de horrores de la serie y el método de trabajo que ya había utilizado (documentación, documentación, documentación) y se muda a su ciudad de adopción, Tokio, en el momento siguiente a la rendición, en 1946, en la hora cero del año cero del principio del fin del mundo para el país. Del principio de la hambruna, la prostitución infantil, el cólera, el tifus y los efectos secundarios de las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
La historia está narrada en primera persona, a través de la voz del detective Minami, un tipo inestable, adicto a los somníferos, acosado por la mafia y por los sangrientos recuerdos de su pasado como soldado. Peace escribe con una prosa difícil, dura, que extenúa al lector. Una prosa en consonancia con el abatimiento del personaje, al que siempre vemos yendo de una escena del crimen a otra con el estómago vacío, piojos en el cuerpo, insomne, soportando el calor y los vapores dañinos que emanan de una ciudad sórdida, sin ventilar, congestionada.
Todas las obsesiones temáticas y estilísticas del autor están presentes en esta novela: violencia institucionalizada, podredumbre moral, sexo malsano y un lenguaje saturado de repeticiones, de onomatopeyas, arremolinado alrededor de ritmos concéntricos que lo acercan a la poesía beat. Los monólogos interiores de Minami son tal vez lo mejor de la novela. Peace logra ahondar en una narración interior tan descarnada, tan a la intemperie, que la lectura se vuelve una experiencia sensorial abrumadora. Su estilo se ha comparado con Ellroy, William Burroughs, George Pelecanos, Raymond Chandler, Dostoievski y hasta con la prosa punk y terrorista de Kathy Acker.
Tokio año cero es finalmente una especie de homenaje a Rashomon, de Kurosawa. “Nadie es quien dice ser”, repite la voz interior del detective Minami a lo largo de la novela, lo cual significa que cualquier punto de vista, incluso el de él, es sospechoso.
Tokio año cero. David Peace Roja y Negra 473 páginas
En un mundo sumido en el pesimismo, dominado por el hampa y los intercambios de favores, en un mundo demolido, ¿acaso tiene algún sentido la búsqueda de la verdad o el esclarecimiento de un asesinato? ¿Qué importa que un asesino añada unas muertes más a los millones de muertes, unas violaciones más a los millones de violaciones? Peace comparte con Kurosawa la visión del mundo como un espacio inhóspito y violento, en el que todos los hombres son culpables y en que la mentira se hace un hueco como método de supervivencia.
Todas las sociedades tienen sus monstruos. Para David Peace, el crimen funciona como una radiografía social, permite comprender el entramado de un determinado momento y de un lugar en particular. La ficción criminal, por lo tanto, documenta, informa, denuncia. O así debería ser. Nada de entretenimiento montado sobre muertes violentas y repentinas, sobre el sufrimiento de las familias de las víctimas. Los muertos velan la historia. Y a ellos hay que respetarlos.
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