24 de novembre del 2013

Jesús Ferrero, escritor: «El intelectual ha dejado de ser la conciencia de la tribu; en esta época crítica hay que hablar y ver en la oscuridad»

[El Norte de Castilla, 23 de noviembre de 2013]

El autor presenta ‘La noche de Olalla’, una novela policiaca sobre la venganza ambientada en la España de la crisis

Jesús Bombín

foto: Fran Jiménez

La venganza como único recurso en una sociedad que desatiende a las víctimas y protege a los verdugos, una trama de personajes insertos en un Madrid actual, con un paisaje visual urbano dominado por los carteles de ‘Se vende’, bares y tiendas vacíos y, de trasfondo, un manicomio que ve agrandada su lista de inquilinos por los efectos de la crisis. En este marco del Madrid de la depresión social ha armado Jesús Ferrero (Zamora, 1952) ‘La noche se llama Olalla’ (Siruela), una novela policiaca que hunde su trama en la España más contemporánea. Colaborador de La Sombra del Ciprés, el año pasado llevó a la imprenta ‘El hijo de Brian Jones’ y ahora saca este texto un autor que dice no concebir la felicidad al margen del oficio literario. «No solo existe el dolor de escribir, con el que mucha gente se llena la boca; la creación de una novela ha de tener mucho de placentero. Si no escribes con alegría, eso se pasa luego al lector y crea pesadez», concluye.
–¿Cómo surgió el chispazo para escribir esta obra?
–Durante el año 2012 estuve haciendo una especie de crónica casi diaria, sobre todo en verano, de las noticias que dominaban la actualidad. Fue un año inmensamente sangriento y apocalíptico, en el que se hablaba de la predicción maya del fin del mundo. La violencia en forma de terroristas solitarios y asesinos en serie fue muy demencial y, una vez tuve esta crónica más o menos sucinta, me pareció que ese año era el escenario ideal para ubicar la historia que me bullía en la cabeza: la muerte de una muchacha excepcional y la serie de venganzas que eso iba a provocar. Y además, con el propósito de integrar esa acción que se desarrolla en Madrid con la atmósfera internacional que nos llega a través de noticias, telediarios... una novela muy encajada en el tiempo y en el espacio que me podía servir para reflexionar sobre lo que nos estaba pasando.
– «Detesto a las víctimas cuando respetan a sus verdugos» (Sartre). ¿Por qué eligió esa frase para encabezar la novela?
–Porque ilumina bastantes aspectos del texto. Dos personajes en un determinado momento se preguntan si es posible respetar a los verdugos. Y es lo que les va a llevar a la acción.
–Es una trama literaria de venganza y ajuste de cuentas en plena actualidad por la anulación de la doctrina Parot que pone en la calle a terroristas y violadores. ¿Entiende que aún no haya alguien que se tome la justicia por su mano?
–Casi no me lo explico, pero entiendo que en otras épocas de nuestra historia esto hubiera sido mucho más conflictivo. Lo que ha ocurrido con la doctrina Parot tiene bastante que ver con el fondo de mi novela, sobre todo cuando los personajes se plantean si la justicia está defendiendo a los verdugos, pero no ahora, sino de siempre.
–Ha situado la obra en un contexto presente.
–Vivimos un desmoronamiento de todos los valores en los que nos habíamos apoyado hasta ahora y un marasmo respecto a la acción y la reflexión, estamos como en el caos. La palabra que mejor lo define es marasmo y me apetecía entrar en él desde la literatura. Vi que la novela negra era un buen territorio para explorar eso partiendo del hecho de que no hago novelas negras tradicionales y me permito muchos lujos que en el género tradicional están prohibidos.
–¿Como por ejemplo?
–Que haya personajes muy intelectuales, que haya una reflexión permanente y de carácter filosófico sobre lo que está ocurriendo... y aspectos que se resumen en elevar el texto de la novela negra, que es lo que yo pretendo. En una novela tradicional no te encuentras un diario como el de Olalla, la protagonista, y yo no renunciaría a él porque a través de él vemos lo que está pasando en el mundo, agranda la obra.
–En los últimos años ha habido una eclosión del género negro ¿A qué lo atribuye?
–En países como Francia, Inglaterra y EE UU ha sido un género que ha funcionado muy bien y ha tenido en cada generación a grandes representantes. Eso no había ocurrido en España salvo en dos épocas: en los años setenta se escribió mucha novela negra y fue el descubrimiento, para cierto público culto, de que había novelas negras que se podían considerar alta literatura, y ahora en este momento está muy de moda el género en España. Lo que pasa es que estas cosas salen cuando ellas quieren más que cuando tú lo deseas, pero es obvio que en mi primera época de novelista hay dos próximas al género negro –‘Lady Pepa’ y ‘El efecto Doppler’–, que me sirvieron de entrenamiento.
–«Vivimos sumidos en un sistema concebido para proteger a los verdugos y desatender a las víctimas, porque nos domina la ideología del triunfo y toda víctima es un perdedor, sobre todo si muere. Así que no queda más que enmendar esta barbarie». Así justifica un personaje la idea de tomarse la justicia por su mano. ¿Piensa igual?
–Esa conversación es uno de los momentos más luminosos de la novela porque alumbra lo que ha sucedido hasta entonces. Y lo llena de justificación moral incluso. Esa conversación la escribí al final y cuando la acabé me di cuenta de que en el texto ya estaba resuelta. Pero sin esa conversación la novela hubiese quedado muy en el aire. Siempre digo lo mismo, rara vez piensas lo mismo que tus personajes. Puedo dibujar a un personaje amante de Sade y a mí personalmente me aburre muchísimo. Si me preguntas cómo pienso, parcialmente como el personaje. Y desde luego entiendo su postura.
–¿Esta complacencia con los verdugos es propia de España o la aprecia también en otros lugares?
–Siempre va a haber algo de eso en todas las civilizaciones, que miran la vida en términos de triunfo y fallo, y consideran la muerte un fracaso. Ahora ocultamos a los muertos; enseguida, al tanatorio, como si fuese la muerte una vergüenza y una derrota para la familia. Mientras esa ideología brutal domine nuestras cabezas, algo de eso va a ocurrir siempre. Teóricos como Reyes Mate vienen a decir que la desatención a las víctimas ha sido total en toda nuestra cultura. Fueran de la naturaleza que fueran, y eso algo querrá significar.
–«Nadie sabe lo dulce que puede ser la venganza ni con qué ardor se la puede desear si no ha sufrido un dolor tan profundo como la muerte», reflexiona uno de sus personajes. ¿Reconforta más la venganza que el perdón?
–En ciertos procesos del duelo la venganza reconforta más que el perdón. Debemos pasar por momentos en los que la venganza se nos presenta como el único consuelo, y quizá pasado ese momento nos podemos inclinar no exactamente hacia el perdón pero sí hacia la aceptación de lo ocurrido y eso ya te coloca en otra situación.
–Ágata Blanc aterriza procedente de París en un Madrid deprimente. ¿Es la proyección de su visión de la ciudad?
–Aunque a mí Madrid siempre me ha gustado mucho, comparar la actual con la de la ‘movida’ es como hacerlo con el día y la noche. Pero también me atraía el Madrid de la ‘burbuja’, que mientras duró estuvo muy bien. Desde los 90 al 2005 era una ciudad soberbia y luminosa, donde te lo podías pasar bien y explorar todo lo que quisieras hasta donde te diera la gana, con una noche muy divertida y bastante internacional, venía cantidad de gente del extranjero a vivir la noche de Madrid. Y ahora esta ciudad con farolas raquíticas y las tiendas y los bares vacíos... no es lo mismo, indudablemente y lo quería reflejar. En otras épocas paseabas por Malasaña a las siete de la tarde y no veías una cola de gente que diese la vuelta a todo un edificio esperando para cenar gratis en el centro social. Y esos son los elementos que más idea te dan de dónde estamos.
–La trama incluye un psiquiátrico lleno de inquilinos arrastrados por las secuelas de la crisis. ¿Es la metáfora más eficaz para contar lo que vivimos?
–Ubicarse en un manicomio es un buen territorio para observar cómo está la sociedad y cual es su salud mental, el mejor sitio. Dentro de la novela era un lugar muy estratégico porque quería colocar al vengador al borde de la locura o por lo menos en un ambiente de locos, y el manicomio era ideal. Que las enfermedades mentales aumentan en época de crisis es una cuestión de estadística, se sabe que es así.
–¿Qué visión maneja del panorama narrativo en España?
–Vivimos una situación paradójica: al mismo tiempo que dicen que cierran librerías y editoriales –y es verdad–, nunca el mundo de la edición se había democratizado tanto, hasta el punto que gente de treinta años está creando editoriales muy bonitas, publican cosas interesantes, aunque a veces, para no pagar –porque no tienen dinero–, recurren demasiado al pasado y eso es peligroso.Pero están surgiendo editoriales como setas, con lo cual a pesar de la crisis montar una editorial no es tan difícil. Yvivimos una democratización de la escritura a través de Internet. Respecto a la literatura española, ahora no está tan de moda como en los años 80 y 90. Parece que el público giró hacia la novela extranjera, lo cual no deja de ser un fastidio, en fin. Hay una generación de treintañeros interesantísima, y entre ellos colocaría a Iván Répila con ‘El niño que robó el caballo de Atila’. Viene una generación de escritores que va a dejar huella.
–¿Qué papel desempeñan los intelectuales en estos momentos?
–Uno inferior al que tuvieron en otras épocas, porque ahora el intelectual ha dejado de ser la conciencia de la tribu. Y en muchos aspectos me parece un error, pero creo que en momentos críticos como los actuales, los intelectuales tienen que manifestarse independientemente de que su opinión no tenga tanto prestigio como antes. En las épocas críticas es necesario hablar y ver en la oscuridad. Unos lo pueden hacer a través de un artículo, pero también a través de la poesía y la novela. Puede que la causa esté en que se ha democratizado la escritura y la edición; hace cincuenta años publicar un libro te sacralizaba, la edición era mucho más selectiva, era un elemento básico que daba prestigio al intelectual. En una cultura menos elitista y más igualitaria el intelectual no se eleva tanto sobre los demás. Ahora con Internet están todas las voces del mundo.
Viajar y cambiar de espacio
–¿Qué está leyendo?
–Novela, sobre todo china y francesa, lo cual está muy bien porque son dos países que atraviesan por un gran momento narrativo.
–¿Cómo ha sido su evolución como escritor?
–A pesar de la vorágine, tranquila y pensada. No he tenido sobresaltos creativos y he disfrutado mucho de la escritura y de la lectura y, por supuesto, lo sigo haciendo. Y en ese proceso he seguido, sabiendo que es un error decir eso de que en esta nueva novela voy a superarme. No. Cada vez que empiezo una novela es una aventura diferente, de la que en principio no sé nada, si va a ser mejor o peor que la anterior.
–Cuando uno de los personajes cruza la frontera de Hendaya dejando atrás España empieza a ver la luz. ¿Le sucede eso a usted cuando vuelve a París?
–No, pero sí que me sucede que igual estoy en un momento confuso de una novela o con mi propia vida y de pronto hago un viaje de tres o cuatro días a cualquier parte; se me aclaran las ideas. Parece que fuese importante en algunos momentos de nuestra vida distanciarnos físicamente incluso del lugar en el que están ocurriendo nuestras turbulencias. A veces cambiar de espacio ya te coloca en otra dimensión.
–¿Qué le exige a una novela?
–Nada especial salvo una imaginación musculosa y cierta capacidad lógica. En mis artículos en La Sombra del Ciprés dejo claro lo mucho que frecuento tanto la literatura popular como la culta, no tengo prejuicios ni barreras y pienso que solo existen buenas y malas novelas en cualquier género. Una novela negra ha de tener tres características: ser intensa y entretenida desde el principio, que la acción se adentre en la oscuridad, y que los personajes estén bien dibujados.

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