18 d’octubre del 2013

Guillermo Saccomanno: "La novela me protege, si me tocan, tocan a un pez gordo"

[ABC, 18 de octubre de 2013]

Sergi Doria


«El deporte favorito de mi pueblo, además del adulterio y la siesta, es el rumor…» Guillermo Saccomanno se instaló hace veinte años en Villa Gesell, urbanización frente al mar fundada en los primeros años cuarenta. Los aliados ganaban la guerra y unos alemanes, náufragos del Graf Spee, levantaron una docena de cabañas. El nombre del fundador, Carlos Gesell, se propagó en la comunidad alemana de Buenos Aires como una experiencia ecológica de pioneros: «Desembarcaban jerarcas nazis, traían el oro del Führer, cargaban pasaportes para volver a Hamburgo y regresar con más fugitivos. Odessa, ponele. Todos saben. Nadie cuenta». Aunque no todos eran nazis: «Gesell era argentino, hijo de alemanes, admiraba a Henry Ford y vivió en Norteamérica. Su compromiso con el nazismo nunca se pudo probar», matiza el escritor.
La imagen oficial de la Villa en los anuncios de turismo son bosques de alamedas frente al mar… pero bajo ese idílico paisaje palpita un submundo de voces que Saccomanno recrea en «Cámara Gesell» a través de Dante, el redactor jefe del periódico local «El Vocero». Sacar a la luz las miserias de tus vecinos, aunque les digas que tus modelos son Rulfo, Onetti o Faulkner es arriesgado. Hace seis años, Saccomanno, empezó a trazar un retablo de Villa Gesell de un centenar de páginas que se fue alargando: «Un pueblo es una cantera inagotable. Te topas cada día en la cooperativa con tus personajes en primer plano. Ahí los tienes: el tío que zurró a su mujer, el funcionario venal… Te saludan sonrientes porque una pequeña vecindad es esencialmente hipócrita, no puedes ser sincero. Sin la hipocresía ni la solidaridad no se puede vivir… Siempre necesitarás algo del vecino. El verdulero te fía porque te conoce».

El lado más oscuro

La «Cámara Gesell» de Saccomanno, como el espejo unidireccional de las comisarías que permite ver a los sospechosos sin que ellos te vean a ti, desvela el lado más oscuro de su pueblo: «Una Argentina en miniatura». Del proyecto ecológico a una sociedad carcomida por la delincuencia de los «pibes chorros». Hace veinte años, apunta Saccomanno, éramos ciento cuarenta mil habitantes y sólo una familia delincuente, ahora somos cuarenta mil y cuatrocientos con antecedentes penales… Lo experimentó en sus propias carnes: había dado la novela por acabada cuando un pibe chorro irrumpió de madrugada en la casa y le encañonó con una nueve milímetros. Tras hora y media con la pistola en la cabeza del escritor y su mujer, arrambló con dos computadoras y la televisión plasma. Lo que más preocupaba a Saccomanno era salvar el pendrive de la novela: «Decidí que no estaba acabada, debía seguir». Así, hasta doscientos personajes en más de seiscientas páginas. Los robos, puntualiza, «no son por dinero sino por adueñarse de los símbolos de status: unas zapatillas de marca, un móvil última generación, el plasma…»
De la soleada Villa del verano a la siniestra Gesell fuera de temporada, la otra cara del pueblo: adulterios, drogotas, abusadores y chorros. Saccomanno había escrito la crónica negra de sus vecinos y había corrido la voz. Leyeron como un reportaje periodístico lo que era una novela… Una atmósfera deudora del Lynch de «Blue Velvet» y «Twin Peaks». Algunos vecinos se identificaron con sus personajes y querían cargarse al autor. Otros se pusieron de su lado: «Primero dijeron que exageraba y ahora que me quedé corto…»
Historias que el escritor anotaba en los asados: «Me limité a escuchar y transcribir lo que me dictaba el pueblo: el asado del mecánico es diferente al asado de los burgueses». Vidas sombrías en pequeños fragmentos de papel compusieron el mosaico de «Cámara Gesell». Aunque su mujer sugirió cambiar de ciudad, Saccomanno seguirá en la Villa: «Esta novela me protege: si me tocan, tocan a un pez gordo».

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