26 d’octubre del 2013

'En Lampedusa se decide cómo encaramos el futuro de Europa'

[La Vanguardia / Magazine, 27 de octubre de 2013]

ENTREVISTA A HENNING MANKELL

Fotografía: Itziar Guzmán

Antonio Lozano

Durante una entrevista con Henning Mankell (Estocolmo, 1948), el periodista sabe que llegará un momento en que el escritor comentará: “Pero sabes que sólo una cuarta parte de mis libros son novelas negras, ¿verdad?”. También se debe contar con que, en el preciso instante en que el reloj marque el fin del tiempo acordado, el protagonista se levantará y partirá con la inflexibilidad horaria de un AVE.

Sobre lo primero: el ciclo del inspector Kurt Wallander, finiquitado hace cuatro años con 'El hombre inquieto', le dio fama mundial, y eclipsó el mérito de los títulos escritos fuera de él. No reniega Mankell de aquel, en absoluto, pero agradece que la conversación no pivote en torno a su policía de Ystad… ni sobre su obra en general. Cuanto más se aparta de la literatura para entrar en África, dirige el Teatro Nacional de Mozambique en Maputo, donde reside buena parte del año, o en las diversas caras de su compromiso político y social, dona la mitad de su fortuna a causas benéficas, más síntomas de relajación e interés transmite.

La ironía es que la cita parte de la publicación de 'Huesos en el jardín', una novela corta en la que Wallander investiga la aparición de unos restos humanos que se remontan muchas décadas atrás, aparecida originariamente en Holanda en el 2003 y que funciona como un 'bonus track' para incondicionales del personaje.

Sobre su puntualidad para acabar la entrevista, Mankell es tajante con la hora porque entiende que sus compromisos profesionales nunca deben interferir con su vida privada. En esta ocasión, tras la cena en un estiloso restaurante de Göteborg, le aguarda su esposa, la directora teatral Eva Bergman, para discutir los pormenores de un montaje que se estrenará en la ciudad. En dos días, además, viajará a Uganda como embajador de las Naciones Unidas y requiere descanso. Sugiere la especialidad local que debe probar el periodista y el vino con el que debe regarla.

 A los 15 años dejó la escuela y se enroló en un mercante que transportaba carbón y hierro. ¿Huía de algo o eran las ganas de aventura propias de la juventud?

No buscaba aventura, sino entender de qué iba la vida. No tenía problemas en el colegio, pero pensaba que los profesores tardaban mucho en enseñarte y yo estaba ansioso por aprender. Mi universidad fue ese banco mercante, ahí tuve que apañármelas por mi cuenta. Conocí Estados Unidos, Inglaterra y África, pero, al regresar, de lo más orgulloso que estaba era de haberme demostrado que podía valerme por mí mismo. Asimismo, desde joven supe que iba a ser una persona que trabajaría en soledad, dedicada a alguna tarea artística, los despachos de abogados o ingenieros no estaban hechos para mí.

Luego viajó a París con una mano delante y otra detrás.

Acepté todo tipo de trabajos alimenticios, incluyendo uno que consistía en montar y desmontar clarinetes en un taller de reparación de instrumentos. A esa edad todo lo que hay en tu cabeza gira en torno al sexo, pero en París no tuve nada de eso. Para empezar, no era guapo y estaba pelado, tuve que dormir al raso con frecuencia. Fue una experiencia muy solitaria, aunque me confirió un aura.

¿A qué se refiere?

Al contarle mi intención de marcharme, mi novia de entonces me tildó de loco y me dejó. “No quiero saber nada más de ti”, me gritó llena de rabia. Al regresar y demostrarle que había estado en París, volvió a mostrarse interesada en mí. Me había convertido en una especie de héroe, alguien capaz de hacer realidad lo que la mayoría no se atrevía ni a soñar. Lo cierto es que yo me sentía más maduro que el resto de los chicos de mi edad. 

El abandono de su madre hizo que lo criara su padre. A pesar de que su profesión de juez invita a pensar en alguien estricto, ha recalcado que fue muy comprensivo con usted.

Mi vida, sin duda, habría sido mucho más complicada si mi padre no hubiera apoyado mis planes de conocer mundo y de convertirme en escritor. Era un buen pianista que había soñado con desarrollar una carrera musical, de forma que entendía el temperamento artístico.

¿También nació de forma temprana su conciencia social y política?

Muy pronto advertí que poseía cierto liderazgo, entendido como la capacidad de movilizar a la gente. Por alguna razón que aún desconozco, me seguían. La conciencia llegó luego. No lo veo algo tan extraordinario, si no reaccionara ante las injusticias, ¿dónde quedaría mi credibilidad?

Pero no se ha quedado en una toma de postura intelectual, ha apostado por el compromiso activo, que ha ido de la lucha contra el apartheid en Sudáfrica a la defensa del pueblo palestino o incontables campañas de ayuda a África.

Mire, crecí en los años 50 en el norte de Suecia, dentro de una comunidad pequeña. Ya entonces la pobreza era palpable. Mucha gente a mi alrededor no poseía nada más allá de comida y un techo. Yo era un niño, pero era imposible no verlo. Llegaron los 60, década de la que me considero hijo, y con 20 años empecé a hacerme una idea más clara de hasta qué extremos el mundo se dividía entre los que tenían y los que no. Sentí que debía decidir de qué lado quería estar, tomar partido, y así lo hice. Por ejemplo, jamás visité España, Portugal o Grecia mientras estuvieron sometidas a dictaduras.

¿Cómo se definiría en tanto que director de teatro? ¿Qué objetivos persigue?

Lo que más me interesa es trabajar con los actores, que jamás sean meras marionetas, sacar de ellos toda la fuerza dramática que puedan alcanzar. Los aspectos técnicos, formales… son secundarios. Un actor sobre un escenario, y no necesitas absolutamente nada más, de aquí su magia, es alguien capaz de recordarnos, siempre de forma distinta, porque cada representación es única, cómo los seres humanos estamos relacionados los unos con los otros, y hacerlo de un modo cercano, desnudo y directo. Es la base de todo. Por eso me preocupa que tantos jóvenes conviertan una pantalla en su vía de acceso habitual a experiencias artísticas.

¿Discute con su mujer sobre aspectos teatrales? ¿Se brindan consejo mutuo?

Todo el rato. Hablamos abiertamente, nos decimos lo bueno y lo malo.

Ha estado casado en cuatro ocasiones. ¿Se considera un romántico?

Más bien un optimista. La concepción del amor difiere dependiendo de la edad. Primero es pasión, luego es formar una familia, más tarde lo prioritario es mantener una amistad y, al final, contar con alguien que te coja la mano cuando estés muriéndote. El amor se manifiesta, pues, de muchas maneras. Eva y yo nos acercamos a la última fase, ojalá resistamos juntos.

Años atrás, escribió una obra de teatro sobre la inmigración titulada 'Lampedusa', ciudad que definió como “el centro de Europa”. Ahora esto acaba de adquirir una resonancia más trágica aún.

Hace una década empecé a utilizar Lampedusa como un símbolo de los problemas de Europa. ¿Cuál es su capital? ¿Londres? ¿París? ¿Bruselas? No, es Lampedusa porque en ella se decide cómo encaramos su futuro. ¿Queremos que sea el continente a cuyas costas llegan los cadáveres de los desamparados? Este drama viene de antiguo, y lo que más asusta es que parece que no ha muerto la suficiente gente para tomar cartas en el asunto. No nos hemos dado cuenta de que África y Europa somos los vecinos más cercanos que se pueda imaginar y que hasta el colonialismo nos llevábamos muy bien. Construyamos puentes, no metafóricos, físicos. Volvamos atrás.

¿Cómo le ha ayudado a usted África a crecer como persona y escritor?

Cuando fui a África por primera vez, hace muchos años, fue para ver el estado de la condición humana fuera de Europa, asistir a cómo luchaban por su supervivencia. No olvidemos que la mayoría de la humanidad vive en condiciones muy parecidas a las de los africanos. Hoy sigo acudiendo por los mismos motivos. Me enseña infinidad de cosas sobre la vida, pero también, ojo, me permite apreciar lo bueno que tiene Europa, como es el caso de la democracia. Con frecuencia he declarado que África me hace mejor europeo.

Ha contado que empezó a escribir novela negra para hablar de racismo y al principio no tenía claro que desarrollara una serie. Después de tantos títulos, ¿el género fue capaz de superar lo que pensaba que podría conseguir con él?

Tenía el convencimiento de que el género negro era un buen espejo en el que reflejar los conflictos y contradicciones de la sociedad. El impacto de mis obras me sorprendió pero, al mismo tiempo, me confirmó que aquel era capaz de hablarle a la gente de asuntos que la preocupaban. Ahora está de moda, gracias en parte a los autores del norte, pero llegarán nuevas propuestas que tomarán el relevo. En su día la literatura francesa eclosionó, luego la latinoamericana, ahora la policiaca… quién sabe si la africana será la próxima.

Al crear la serie de Wallander declaró su deuda con el teatro clásico griego, el ámbito del 'ananké', donde los dioses dictan los destinos humanos. Teniendo en cuenta la frecuencia con que sus novelas negras han resultado premonitorias, en ocasiones usted ha parecido actuar como una de esas divinidades.

En la dramaturgia griega los dioses creaban y solucionaban los problemas, en mis novelas negras no es así: las personas, al haber obtenido el conocimiento y el control sobre sus vidas, se las han de apañar por su cuenta. Sin embargo, las contradicciones humanas son las mismas. Creo que, si te sientas a pensar, existen muchas señales flotando que te permiten emitir predicciones acerca del futuro. No es tan complicado. Fijémonos, por ejemplo, en la situación financiera actual de Estados Unidos, con una deuda monstruosa contraída principalmente con sus acreedores chinos. Démosle alguna vuelta y nos haremos una idea de lo que esto implicará en, pongamos, una década.

Aunque, al crear al inspector Martin Beck en los años 60, sus compatriotas Maj Sjöwall y Per Wahlöö fueron pioneros a la hora de denunciar las fallas de la sociedad sueca, muchos lectores tuvieron por primera vez noticia de ellas por medio de sus libros. ¿Le produjo esto una satisfacción especial?

Suecia nunca ha estado libre de problemas, al tiempo que siempre ha sido una sociedad decente y tirando a justa. La mitología acerca de su perfección fue una imagen creada por ustedes. Esa idea del amor en el aire y de todos bellos y rubios de pelo lacio es una invención foránea. Yo no es que quisiera luchar contra esa ficción, simplemente me limité a hacer una escritura realista, sensible a los conflictos.

¿Qué le hace sentir más orgulloso de su país?

La igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. No hablo sólo de la conciliación laboral, sino de la paridad de salarios y la fuerte presencia en los puestos de poder.

Tras los disturbios de mayo en Husby, ¿la integración del inmigrante sigue siendo la gran cuenta pendiente de Suecia?

Una vez más, no entiendo por qué la gente se sorprendió tanto. Es algo que se venía venir de lejos. Habíamos creado esos guetos que eran una suerte de bomba de relojería. Quizás el bienestar del inmigrante no sea nuestro mayor desafío, pero sí una gran preocupación. Con todo, me da la impresión que se están tomando medidas para acabar con este tipo de segregación. Me preocupa más que, tras tantos años con un gobierno conservador en el poder, la brecha entre ricos y pobres siga creciendo.

¿Acudía con frecuencia a la policía para que lo ayudara a resolver dudas?

Contaba con una base de fans considerable en el cuerpo de policía, muchos agentes me confesaron que les habría encantado ser como Wallander y se ofrecieron a asesorarme. No obstante, sólo busqué su ayuda para cuestiones concretas, por lo general detalles de procedimiento. Conocerlos confirmó mis sospechas de que estos profesionales son cerebros en acción más que hombres de acción, en una comisaría puedes sentir la electricidad neuronal a pleno rendimiento. Luego, obviamente, existen particularidades nacionales en cuanto a filosofías y métodos, por lo que la policía funciona también al modo de un instrumento para entender el carácter de un país.

Tras el adiós de Kurt, todos sus seguidores tenían depositadas sus esperanzas en su hija, la también policía Linda Wallander, que ya protagonizó una novela, 'Antes de que hiele'. ¿Habrá noticias de ella próximamente?

Sinceramente, no he estado pensando en el personaje, por el momento no siento la necesidad de retomarlo.

La adaptación televisiva que hace la BBC con Kenneth Branagh en la piel de Wallander es técnicamente perfecta, pero ¿no resulta desconcertante escuchar a su inspector con acento irlandés?

Aunque fuera así, no importa. Han captado la esencia de los libros y del personaje. Con eso me basta.

Hay una emotiva línea en 'Huesos en el jardín' que dice: “Poseía una belleza que sólo la edad podía conferir”. A estas alturas de su vida, ¿encuentra belleza en lugares en los que antes no existía?

La frase que menciona está inspirada en una anciana a la que conocí en Maputo, cuyo rostro estaba tan surcado de arrugas que sugería un mapa que permitiera recorrer su biografía. Lo más paradójico es que últimamente son los niños pequeños los que me emocionan con más intensidad.

Siempre los ha tenido muy presentes: escribiendo libros infantiles, apadrinando proyectos educativos…

El verdadero héroe de cada momento histórico es el maestro, ya que se encarga de hablar a las generaciones futuras. Yo sólo acudo a las charlas con niños a las que me invitan y respondo sus cartas.

¿Cómo era su relación con su suegro, Ingmar Bergman?

Conectamos porque le encantó descubrir que no me intimidaba en absoluto. Hablábamos mucho de música y veíamos multitud de películas en la sala de proyección de su casa. Siempre me asombraba lo perceptivo que era con las personas de su entorno, le bastaba echarte un rápido vistazo para conocer tu estado anímico.

¿En qué punto se encuentra el anunciado proyecto cinematográfico sobre su figura en el que trabajaban usted y su esposa?

Se tratará de una ficción basada muy libremente en la vida de Ingmar. Nuestro propósito es estrenarla en el 2016, año del centenario de su nacimiento.

En un artículo en el que loaba a su compatriota Tomas Tranströmer, uno de sus poetas de cabecera, tras recibir el premio Nobel también acusaba ala Academia sueca de “estar podrida”.

Ha habido excepciones pero, por lo general, han galardonado a autores que no dejarán huella, a los que nadie recordará en el futuro. Sin embargo, lo que de verdad me molesta es la sola existencia de premios al mérito artístico. ¿Cómo se puede seleccionar a un creador sobre otro cuando el arte es tan subjetivo y hay miles y miles de personas de mérito? Me parece absurdo, un despropósito. Detesto los Oscar, el Festival de Cannes, los Emmy, los Grammy… Bah.

¿Dónde encuentra la paz?

Escucho ópera, italiana básicamente, no soporto a Wagner. Me gusta salir en mi barco a navegar. Junto con mis hermanos comparto una isla cerca de Estocolmo, que mi padre adquirió por una miseria en los 60, y mi hijo mayor posee una granja en Ystad, ambos son lugares en los que busco sosiego.

¿Sigue fiel a sus expediciones de incógnito al Museo del Prado?

Sí. Cada dos años visito Madrid y me concentro en alguna escuela o un artista. La siguiente cita será en el 2014 con Velázquez como protagonista.




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