30 d’octubre del 2013

Andreu Martín y Juan Madrid: poli bueno, poli malo

[Elemental, 30 de octubre de 2013]

Juan Carlos Galindo

foto: Bernardo Pérez

“Diciendo lo mismo, tenemos tendencia a discutir” avisa Andreu Martín (Barcelona, 1949) mientras camino con él y Juan Madrid (Málaga, 1947) por las populosas calles del centro de Getafe, invadido por las actividades y los aficionados del Getafe Negro que se celebró la pasada semana. Entre saludos, firmas de libros y conferencias (una antes de esta conversación, otra después) Martín y Madrid encuentran un hueco para reflexionar para Elemental sobre su género, la crisis y lo que haga falta. Y sobre el papel de la policía en la vida y en las novelas. Y para discutir, defenderse, contrariarse, atacar y defender el sistema. Como dos policías en un interrogatorio.
Paramos en un café de la calle Ramón y Cajal, en la terraza para que Juan pueda fumar, al fresco de una tarde de octubre mitigado a base de carajillos. El ruido de los autobuses no impide escuchar con atención a dos maestros del género, dos escritores que empezaron en la novela negra junto a Manuel Vázquez Montalbán y Francisco González Ledesma, cuando casi nadie en España frecuentaba esta literatura. Un primer aviso de Juan Madrid: “La literatura es una mercancía, lo ha sido siempre, desde sus orígenes, pero ahora lo es más. ¿La novela negra va a morir de éxito? Yo lo creo, igual que va a morir la burbuja inmobiliaria”.
Primera parada obligatoria para ordenar algo una conversación que amenaza con escaparse: el estado de la cuestión. ¿Cómo está el género negro y el negocio literario? Andreu Martín reflexiona y espera el contraataque; Juan Madrid, más impetuoso, ataca:
Juan Madrid: Llegará un momento en que las editoriales vendan exclusivamente lo que crean que se va a vender, que no tiene por qué ser lo mejor.
Andreu Martín-: Pero eso ya pasa ahora.
J. M: Pero tiene que ser más agudo.
A. M: Esta ley ya rije. Ya pasó la época gloriosa en la que empezamos, cuando el editor era cómplice y entre nosotros y el editor convencíamos al comercial de lo que había que vender y lo que no. Hace mucho tiempo que los comerciales dieron el golpe de estado y los editores ya no mandan como mandaban antes. Ni muchísimo menos. Quien mandan son los comerciales.
J.M: Es la dictadura del director de marketing. Hay pocos editores, los que hay son muy malos.
A.M: No, eso tampoco. Los hay muy buenos pero que están sometidos a las obligaciones del mercado. Sin poder.
J.M: El mercado es la teología, la nueva teología. No puedes no creer en el mercado. Esto puede ser peor y peor y peor. ¿Dónde está el límite? Un escritor que empiece ahora con 30 años como teníamos nosotros cuando empezamos lo tiene jodido. El director de marketing tiene el mismo criterio para los libros que para vender judias o neveras.
Martín y Madrid son dos conversadores geniales, maestros de la esgrima verbal. Se contrarian, se matizan, se complementan como si todo estuviese ensayado. Pero también se enfadan.
Recojo el guante lanzado por Getafe Negro y les pregunto qué le falta y qué le sobra al género hoy en día. Sin dudarlo, cada uno da su visión. Juan Madrid: “Yo creo que fundamentalmente lo que le sobra es estar de acuerdo con el sistema. Que se ha aclimatado perfectamente al discurso oficial, a los discursos del poder. La realidad está difuminada, enmascarada… Le faltaría crítica”. Andreu Martín, al contragolpe, primero el gancho a la dialéctica del amigo rival, después, la respuesta. “No estoy de acuerdo. Hay novela negra de todo tipo. Hay muchos escritores jóvenes que salen de la marginalidad y que escriben, mejores y peores novelas, pero desde múltiples ópticas. Ah, y sobre la pregunta: lo que le sobra al género son novelas malas”.
El escritor malagueño, creador de Toni Romano, no olvida, pero pasa a otra cosa. Minutos después volvemos al tema y vuelve a la carga. “No creo que por escribir desde la marginalidad se haga necesariamente un discurso crítico”, suelta el autor de Los hombre mojados no temen la lluvia (Alianza). “Yo resalto dos posturas: estar de acuerdo o no con el sistema”, añade antes de pasar al tema que monopoliza la charla hasta el final: “¿Qué pasaría en un momento de verdad de crisis, como en la República, como en Chile, en momentos críticos?” ¿Cuál sería la postura de la policía?” se pregunta, antes de contestarse a sí mismo:  “Hasta ahora la policía está estupenda, buenísima, cojonunda, resuelve los crímenes, pero no está para eso. Sale así retratada pero es porque no hay revolución, no hay una verdadera crisis. Hoy sale en el periódico que los Mossos han matado a palos a un tipo, pero yo no conozco ninguna novela donde los Mossos maten a palos a un tipo. Son defensores del sistema”
“Da gusto oír hablar a Juan porque parece que la revolución va a ser inminente”, tercia el autor de Sociedad Negra (RBA) o Cabaret Pompeya con una sonrisa en los labios, un gesto casi imperceptible dirigido a un viejo amigo que sabe en qué tono le han provocado.
El diálogo vuelve a los policías. Los padres de la novela negra nórdica, Maj Sjöwall y Per Wahlöö ya demostraron con su personaje Martin Beck que el ataque al sistema puede ser inmisericorde y el policía no tiene por qué ser malo o corrupto. Michael Connelly con Harry Bosch, rodeado de fiscales, concejales y compañeros que en el mejor de los casos no dan la talla, inicide en ello. Y otros muchos. Juan Madrid lo reconoce pero no se baja del caballo: 
“Es absurdo presentar a la policía como médicos que resuelven problemas técnicos, aideologizados. Es absurdo. El primero que trata a la policía cojonudamente es Simenon, que pone a un policía estupendo, buena persona, al que le gusta comer tortilla. O los policías de González Ledesma, que es un escritor cojonudo, que es posible que existan, pero que no se corresponden con la realidad de la policía. Se trata a la policía de una manera oficial. No hay discurso ideológico con la policía, y eso me mosquea”.
Andreu espera y saca el papel de poli bueno. “Sí hay muchos policías tratados de manera distinta”. Juan sigue: “Tú puedes hacer un Gary Cooper, pero no todos los extras pueden ser Gary Cooper. Si sacas un personaje así, saca luego otro distinto”.
La tensión dialéctica sube, se enredan como si hubiesen empezado a hablar hace dos minutos del tema, como si no llevaran toda la tarde a lomos del caballo:
A.M: El comisario Jaritos es lícito porque en las novelas de Petros Markaris salen policías malos. Y si no salieran sería una novela maniquea, perfectamente lícita, pero maniquea. Y si en una novela todos los policías son malos estamos haciendo también una novela maniquea que falsea la realidad. La realidad es mucho más compleja que todo esto.
J.M: Si yo no digo que no. Pero, no me jodas, Jaritos, la policía griega, ¡por Dios! Unos torturadores y unos fachas. Yo le doy la complejidad. Tú no. Si sacas a Kostas no le das complejidad. Tienes que sacar también a los policías que torturan, que son unos hijos de puta, esa es la complejidad. ¿Maigret? Pero qué policía es como Maigret.
A. M: Hay muchos policías como Maigret, infinitos (cierta sonrisa).
J.M: ¿Y tú qué sabes?
A.M: Porque los conozco.
J.M: ¿Pero has hablado con los inmigrantes que se llevan unas palizas de muerte?
A.M: Bueno, ya está. Hay policías de todo tipo. Defiendo que hay policías buenos y malos.
J.M: ¿Y dónde están los malos en las novelas? No los veo. Poner un policía bueno en una novela es ideológico.
A.M: Están. Será que no lees las novelas buenas. No sé en qué novelas estás pensando.Las últimas españolas que he leído son buenas. No se me ocurre ninguna que coincida con lo que me planteas. De las buenas; las malas se me olvidan.
Respiramos, llegan los carajillos cuando menos falta hacen para dar calor, que ya lo ha conseguido la conversación, la pasión de dos grandes escritores en torno a lo que aman. Seguimos hablando un rato, sobre lo crudo que es contar la negra realidad de España. “En este jodío país no pasa nunca nada aunque lo cuentes. Fíjate, yo di hace 30 años en Cambio 16 lo de los niños robados por la monja esa y nada”, resume Madrid con amargura.  Acercan posturas, matizan, llegan a conclusiones parecidas. Ya lo avisaba Andreu al principio. Se ha hecho de noche. Vienen a buscarles para ir a dar una nueva charla. La nuestra llega a su fin de manera abrupta. Todavía nos reímos unos minutos, camino del acto.


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