12 d’abril del 2013

La Urquijo "Connection": Un asesinato lleno de incógnitas

[Qué Leer, 186, abril de 2013]

Dos libros nos acercan a un crimen de hace 33 años que aún arrastra interrogantes: El asesinato de los marqueses de Urbina (Roca) de Mariano Sánchez Soler, Premio Internacional de Novela Negra 2013, desde la ficción, y ¿Por qué me pasó a mí? (Espasa), de Myriam de la Sierra Urquijo, desde la autobiografía.

Francisco Luis del Pino Olmedo

Alrededor de las 6 de la mañana del 1 de agosto de 1980, tres disparos efectuados por una pistola Star calibre 22 acabaron con la vida de Manuel de la Sierra y María de Lourdes Urquijo Morenés, V marquesa de Urquijo. El rastro de los proyectiles llevaría a la cárcel a Rafi Escobedo y a uno de sus cómplices, un año después del crimen. El asesinato de los marqueses de Urquijo en su casa de Somosaguas estremeció a una España golpeada por la violencia criminal de ETA y de la ultraderecha. En un principio incluso se pensó que la autoría del doble asesinato podría ser de la banda terrorista, pero se descartó esa hipótesis casi de inmediato. El juicio al presunto asesino fue seguido por la ciudadanía con morbosa pasión, alimentada desde una prensa que tuvo carnaza abundante y sembró sospechas por doquier. Todo ello condujo a un juicio paralelo y lesionó gravemente la imagen de los hijos de las víctimas y de algún allegado. A pesar del tiempo transcurrido, algunas de las incógnitas permanecen por resolver. Como por qué se lavaron los cuerpos de las víctimas, que llegaron sin ropas al Instituo Anatómico Forense de Madrid, por lo que no se pudo realizar el estudio de los vestidos, manchas de sangre, pruebas de parafina y demás. O la desaparición de los casquillos encontrados en la finca del padre de Rafi Escobedo. No es de extrañar que para muchos fuese el misterio criminal más famoso de la España del siglo XX.

El autor de El asesinato de los marqueses de Urbina, Mariano Sánchez Soler, experto en Justicia e Interior, se vale de Fierro,  un asesino frío y calculador, especialista en trabajos ilegales al servicio de la banca, para adentrar al lector en el mundillo de Dani (Rafi Escobedo) y sus amigos más cercanos. La promiscuidad bisexual del grupo resalta la dependencia de Dani, retratado como un homosexual pusilánime, fácil de engañar y someter, al que utiliza Fierro para que cometa el crimen. Eso sí, con una vieja pistola y munición fácil de rastrear, para que se llegue hasta él sin muchas dificultades. Un cabeza de turco excelente. Fierro alimentará el resentimiento de Dani hacia su suegro, a quien culpa de su separación matrimonial por no haberle prestado ayuda económica. Mariano Sánchez Soler insinúa, pues, que hubo alguien en la sombra que lo dispuso todo para que Dani (Rafi) realizara lo que por propia iniciativa no hubiera podido hacer. En la ficción, se trataría de un encargo de alguien muy importante en la escala social y de parentesco familiar con los asesinados.

El lugar del crimen
Durante los primeros meses, las sospechas de la policía apuntaron hacia Myriam de la Sierra y su hermano Juan. Poco tiempo antes, ella había establecido relación con Dick Rew, un estadounidense divorciado con un hijo de 9 años, con el que formaba tándem en una empresa de compraventa de alta bisutería. El día anterior al asesinato visitó a sus padres para que conocieran al niño y esa fue la última vez que los vio.

La casa de Somosaguas estaba tomada por la policía y periodistas cuando llegó Myriam acompañada de un vecino que la había llevado en su coche, y allí encontró también a dos de sus tíos, que intentaban calmar a las inconsolables abuelas. Su hermano Juan, que estaba trabajando en Londres, consiguió llegar ese mismo día. Avisó a Rafi Escobedo, su marido todavía, pues su separación era de hecho pero todavía no ante la ley, para decirle lo que había pasado. Tardó unas horas en llegar y recuerda que le pareció que estaba temblando. Hablaron en el comedor. Muy agitado, Escobedo no cesaba de repetir: "Tengo que irme, tengo que irme".

El administrador y mano derecha de su padre durante años, Diego Martínez Herrera, arregló su cadáver, mientras una enfermera de la familia se encargó de la marquesa. Quitaron las sábanas, ordenaron las ropas y arreglaron las habitaciones para evitar la imagen sangrienta del matrimonio. "Mas tarde esto dio pie a un sinfín de especulaciones. Dijeron que de ese modo se habían eliminado huellas dactilares, que en el suelo se había encontrado un lazo que podría ser de la asesina... Y que luego resultó ser de mi madre", cuenta la hija de las víctimas. Pero lo que resulta extraño es que la policía no estuviera atenta para evitarlo, o que el mismo administrador no calibrara la importancia que tenía el suprimir pruebas que podrían conducir a pistas relevantes. Si por una parte hay una explicación sencilla que podría pasar por normal a ojos de muchos, por otra la incógnita se mantiene. ¿Obró por cuenta propia el administrador o lo hizo siguiendo instrucciones de alguien? Los medios de comunicación le trataron bastante mal, apunta Myriam de la Sierra.

Los marqueses de Urquijo tenían un saloncito con un sofá-cama. Cuando ella no podía dormir --por sus terribles dolores de cabeza o por el insomnio-- se iba a leer al sofá y, a veces, se quedaba dormida allí. Debió ocurrir así aquella última noche, ya que fue donde encontraron el cadáver. Tenía dos impactos de bala, uno en la cabeza y otro en el cuello. El marido murió instantáneamente en su cama, de un disparo a bocajarro en la cabeza. Se queja Myriam de la Sierra de que la prensa publicara las fotografías que se habían tomado de los cuerpos antes de limpiarlos, y supone que fue la Policía quien se las facilitó.

Myriam de la Sierra vivió un tiempo aterrorizada por las llamadas telefónicas de un perturbado que se enamoró de ella el día del entierro de sus padres. La policía pudo detenerle al fin, comprobó que no era peligroso y lo dejó en libertad tan asustado que se hizo aguas menores encima. Pero la misma policía, sin pistas relevantes, empezó a buscar entre las personas más cercanas a las víctimas. A los pocos días del crimen la llamaron a las 3 de la madrugada para interrogarla en comisaría: pretendían pillarla en un renuncio, explica. Por otra parte, la prensa insistía en que el móvil tenía que ser la herencia. No había transcurrido más de un mes cuando la policía llevó a los dos hermanos a la casa de Somosaguas. Les dijeron que tenían que ayudarlos y dispararon varias veces a un listín telefónico en el interior del dormitorio de sus padres. Un agente que estaba en la planta baja confirmó que, efectivamente, se oyeron disparos. La escena se repitió en la salita. Nunca ha comprendido por qué hicieron "semejante barbaridad", dice Myriam de la Sierra.

La confesión
A los ocho meses del asesinato, la policía detuvo a Rafi Escobedo. Llegaron hasta él por medio de un inspector (Romero Tomaral) que visitó la finca de los Escobedo en Montalvillo de Huete, Cuenca. Allí, la familia practicaba el tiro, ya que Miguel Escobedo, el padre de Rafi, pertenecía a la Federación Nacional y colaboraba en revistas especializadas. Era coleccionista de armas y poseía algunas piezas raras.

La pista que condujo hasta Escobedo fue el tipo de bala, pues su padre tenía un arma de ese mismo calibre. Le detuvieron y, durante el interrogatorio, proporcionó una serie de detalles que, según Myriam de la Sierra, alguien que no hubiera estado allí jamás habría podido conocer. Y matiza: "No sé si fue él quien disparó, pero no había ninguna duda de que había estado allí. Tampoco nunca dijo quién le acompañó, pero estaba claro que no estaba solo, porque cuando confesó siempre hablaba en plural".

Las balas fueron llevadas al juzgado, pero las robaron antes del juicio. Durante el mismo se supo que Javier Anastasio, el amigo de Rafi, había tirado la pistola asesina al pantano de San Juan, pero no se pudo encontrar. Escobedo fue sentenciado a más de cincuenta años de cárcel. Se suicidó --o lo ayudaron a hacerlo-- colgándose en su celda. Siempre, pues, quedará la sospecha de que una trama oculta lo utilizó para sus siniestros fines.

¿Por qué me pasó a mi?
Myriam de la Sierra
Espasa
188 pág. 19.90 €

El asesinato de los marqueses de Urbina
Mariano Sánchez Soler
Roca Editorial
192 pág. 14.90 €

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