7 de maig del 2011

Cristina Fallarás: un diálogo

[Antón Castro, 7 de mayo de 2011]


LITERATURA. CRISTINA FALLARÁS. La escritora y periodista, nacida en Zaragoza en 1968, publica su tercera novela, ‘Las niñas perdidas’ (Rocaeditorial), donde crea a la detective Victoria González, encargada de resolver un caso de pederastia, adopción, bajos fondos de Barcelona y asesinato de dos niñas.

“Estamos hechos de palabras y no las usamos lo suficiente”
“Cuento los horrores elaborados y excéntricos de nuestra sociedad”
“El humor es un arma de la inteligencia para enfrentar el mundo”
“Estoy harta de los silencios, la obediencia y el disimulo”

¿Cómo nace, y por qué, la detective Victoria o Vicky González?

Quería escribir una novela negra ciñéndome al género, con detective, caso, investigación, etcétera. Cuando publiqué mi anterior libro, Así murió el poeta Guadalupe, dijeron que era una novela negra, pero a mí me parecía más política, así que me dije vamos a hacer una negra al uso. E inventé una mujer porque quería hablar de dos temas que me reclamaban ese punto de vista. Uno es el uso de las niños por parte de adultos para asuntos sexuales. El otro, cómo se retira la custodia a las madres, por qué y a quiénes.

¿Por qué deja de ser periodista?

Victoria deja de ser periodista a fuerza de resacas y borracheras, esa es la verdad. Sin embargo, detrás de eso subyace el hastío que le provoca la profesión periodística, una profesión donde impera la obediencia a la empresa. Como en cualquier empresa, me dirán. Sí, como en cualquiera, sólo que ésta debería dedicarse a informar desde el compromiso con la verdad.

Podríamos decir que esta novela aborda uno de los peores territorios que puedan darse, ¿no? ¿Has querido plantear una situación extremada, agobiante, o has querido decir que la infamia está en todas partes?

He querido plasmar mis miedos. Más exactamente, mis miedos como madre. Creo que nuestros miedos han cambiado mucho en muy poco tiempo. Antes, una madre tenía miedo de que a su hijo lo atropellara un coche. Ahora, quien más quien menos, imagina en la calle o en el parque una situación cercana a CSI, con violadores, pederastas, asesinos en serie... Y sí, ambas cosas, he querido plantear un situación extrema y mostrar un retrato de la infamia, que no está en todas partes pero abunda.

Victoria González está embarazada. Y tú también lo estabas cuando empezaste la novela, creo recordar. ¿No te dio un poco de impresión o repelús escribir sobre una historia tan terrible, el secuestro y el asesinato de dos niñas?

La empecé estando embarazada y la continué con mi hija Pepa recién nacida. Creo que enunciar nuestros terrores es una forma de salvarnos de ellos, de conocerlos bien y de ponerlos en su justo lugar. Enunciar, nombrar las cosas nos salva. Hay que ponerle palabras al miedo, al dolor, a la injusticia o al amor para entenderlos bien. ¿Recuerdas los versos de Juan Ramón: “Intelijencia, dame/ el nombre esacto de las cosas!/ Que mi palabra sea/ la cosa misma? Estamos hechos de palabras y sin embargo creo que no las usamos lo suficiente.

¿Por qué arrastra tanta rabia Victoria?

Victoria arrastra rabia porque es una mujer lúcida y, por lo tanto, muy consciente de que vive en una sociedad construida sobre la mentira, la injusticia y sobre el hígado del más débil. Cuando una sociedad está basada en falsedades, no puedes permitirte el lujo de cuestionarlas y seguir como si tal cosa. Vamos allá: ¿Por qué nos meten en guerra con unos países y no con otros que soportan regímenes más sangrantes? ¿Por qué están prohibidas algunas drogas por un estado que mercadea con alcohol y tabaco? ¿Por qué tiene que venir wikileaks para que tú te enteres de asuntos que todos los diarios (con más medios que Assange) ya sabían? ¿Por qué España es el único país católico, porque lo es, de Europa que no ha tenido denuncias de pederastia? ¿Por qué nos hemos olvidado que algunos de nuestros jefes de Estado son seguidores de la secta de Marcial Maciel, el pederasta? Da igual, podría llenar páginas de preguntas. Y como Victoria tiene algunas ideas de las respuestas, tiene también tanta rabia.

De repente, recibe una oferta inesperada, y más bien secreta, para que investigue un caso tan espeluznante. ¿Se dan esas cosas?

Todo lo que podemos imaginar se ha dado y se da, claro.

¿Cómo es esa Barcelona de la que hablas?

Esa es mi Barcelona. La novela se centra en dos focos: el Raval y Nou Barris. El Raval es la nueva periferia, aunque paradójicamente sea el centro exacto de la ciudad. Es el antiguo Chino, el lugar de la inmigración paquistaní, filipina y magrebí, donde ahora empiezan a florecer aquí y allá de nuevo los yonquis como plantas podridas, un lugar donde la pobreza tiene poco recato. En el otro extremo, Nou Barris es una zona marginal de extrarradio nutrida por la inmigración andaluza, extremeña y gallega de los 50 y 60. Fueron el centro del asociacionismo reivindicativo y ahora son casi nada, han perdido la mayor parte de su identidad. En esas dos Barcelonas, de las que no se habla porque no tienen sagradas familias ni pedreras ni chiringos fashion, es donde viven hoy los más desfavorecidos, que es de quienes habla la novela negra. Pero ojo, que también ronda mi detective por Sarrià y Pedralbes.

¿No hay demasiadas cosas en la novela: proxenetas, pederastas, apasionados del cine gore, asesinos, traficantes de niños…? ¿Es tan terrible el mundo? ¿Existe para ti alguna esperanza?

¿Cómo no va a existir esperanza? Yo tengo la esperanza de conseguir algo de paz, interior, para seguir creando. Y la esperanza de volver a alcanzar ese estado mental que te pone frente a la belleza, que te permite contemplarla. Lo que pasa es que si tú eres camello a gran escala resulta más fácil que acabes cruzándote con un proxeneta que si eres un empleado del Santander. En cuanto al mundo, no es tan terrible, es peor. Lo que yo cuento son los horrores elaborados y excéntricos de nuestra sociedad rica y hastiada. Afuera, donde cunden el hambre, la sed y el dolor, todo es increíblemente peor.

Son muy interesantes esos pequeños episodios, al modo Perec y al modo de Cortázar, de ‘Instrucciones para matar perros, gatos o hámsters’. ¿Qué función tienen en el texto?

Dan un respiro y apoyan a la protagonista, la detective Victoria González. Toda la novela está escrita con las tripas, metiendo las manos en el barro, y esos episodios permiten tomar distancia, a mí como narradora y al lector. También son una forma de manejar el humor. Es mentira que quien mira al dolor a la cara sólo pueda (o sólo deba) sufrir. El humor es un arma de la inteligencia para enfrentar el mundo.

Victoria es obsesiva, cabezona, desafiante. Y trabaja con un personaje muy curioso, casi antagónico, como Jesús. ¿Cómo explicas la relación entre ambos?

Victoria es la hija empecinada de una clase pobre que no logró nada de lo que se proponía. A mí esa gente me enternece. Su madre montaba puestos pro Nicaragua en las fiestas populares de los barrios marginales, creía en la revolución y soñaba con cambiar el mundo. Perdió en todas las batallas, como es evidente, y su hija, Victoria, estuvo allí para verlo. Jesús, procediendo del mismo mundo, es hijo de lo contrario, del agarra lo que puedas y tira con más jeta que lucha. Por eso es divertida su relación y se complementan. Sin embargo, el verdadero personaje antagonista de la detective es Adela Sánchez de Andrade, la madre cuyas hijas desaparecen.

El Croata, el Conseguidor, el Calvo, el Alemán. ¿Cómo se escriben los secundarios?

Los secundarios son los que dan vida a una novela y la hacen real. Sin los secundarios y sin esos detalles que parecen cotidianos, como una mancha o una peca o un tic, la narración no palpita. Fíjate Genaro: es un sicario capaz de torturar, drogadicto, yonqui, y está tremendamente preocupado porque si su sobrinita ya va sola al colegio.

¿Cómo entiendes tú la novela negra? A veces da la sensación de que este libro tiene idéntica porción de rabia y de vómito. Y a la vez que es una severa crítica social…

No sé cómo entiendo la novela negra… si quieres que te diga la verdad, yo todo lo entiendo igual, como una forma de pelear contra lo injusto, porque de eso se trata. No hablo sólo de justicia social, ¿eh? Hablo también de nuestras pequeñas injusticias íntimas, de nuestras trampas. De nuevo, la necesidad de enunciarnos: soy así, pienso esto, veo esto, estos son los que te matan y estos otros los que no te salvarán. Estoy harta de los silencios, la obediencia y el disimulo.

¿Qué vinculación tienes con Zaragoza, la ciudad donde naciste?

Yo me fui de Zaragoza con 18 años a estudiar periodismo a Barcelona. Tengo 43 y no he vuelto, porque no se ha dado la ocasión, pero cada vez me parece una ciudad más apetecible. Aquí vive toda mi familia, excepto mis hijos, claro. Y veo que se vive bien, que se ha convertido en una ciudad por la que pasear, con espacios abiertos y limpia, una ciudad clara y también muy cómoda. A veces me tienta volver e instalarme, claro, me da la sensación de que vivir aquí es fácil, lo que no es poco.

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