Lucas permanece callado. La mujer sobre el escenario ha desmontado mi novela Las niñas perdidas, se ha quedado con medio centenar de frases y ha vuelto a montar algo con ellas, algo que recuerda vagamente a mi novela y que tiene mis palabras y que resulta un poco aterrador.
Cuando está a punto de acabar la lectura, Lucas se acerca a mi oreja izquierda. Estamos en primera fila, van a darme un premio, y él es mi acompañante. Por eso se ha puesto una corbata que le regaló su amigo Nuno y que lleva una dentadura de Drácula bordada. Por eso se ha pasado todo el acto en extrañas posturas que impidieran a los asistentes darse cuenta de que él, un niño de 8, llevaba una corbata negra con dentadura.
-Mamá, ¿tú has escrito todas esas palabrotas?
Es la primera vez que veo a mi hijo hablar sobre palabrotas sin relamerse. Está claro que no le ha gustado nada.
-Sí, cariño, están en la novela.
-¿Por qué?
No sé si le incomoda más la corbata o la sarta de palabras malsonantes que su madre acaba de ofrecer al auditorio lleno de la biblioteca de la Bóbila.
-Porque las cosas terribles no se explican con palabras dulces.
Lucas ha dejado de mirarme y, poco a poco, enrolla la corbata hacia el cuello hasta convertirla en una especie de rollito de primavera negro con dentadura dentro.
Dos tipos pintan un cuadro con mi cara que sólo aparece cuando le pones luz negra.
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