[Cultura: suplemento de La Nueva España, 916, 31 de marzo de 2011]
«Las niñas perdidas» es una novela muy negra e inquietante, de vigoroso estilo
Tino Pertierra
Las sombras de la ciudad al acecho. Tras las apariencias, el engaño envenenado. Una Barcelona que tiene poco que ver con las postales edulcoradas es el laberinto por el que se mueve una detective de nombre común en estado de excepción: está embarazada. Bien, eso nos coloca ante una investigadora nada habitual.Y un encargo cargado de malas vibraciones: Las niñas perdidas. Desaparecidas. Por una ya no puede hacer nada: ha sido asesinada.Y de la otra nada se sabe.
A Cristina Fallarás, que ganó el premio de novela negra «L’H Confidencial» con esta novela, le va la marcha. Escribe a trallazos: un estilo sincopado, de plano corto que de repente se lanza a patinar sobre frases sinuosas, sustantivos solitarios, verbos que incendian las páginas cuando menos te lo esperas. Una prosa con carácter. Parece sobria a primera vista, pero no lo es. Es retorcida y frondosa, de espesura amenazadora, de pronto se salta las comas o taladra la página con una imagen sombría, poderosa, temible. No hay exceso de diálogo. Qué raro en una novela negra. No es necesario. Cuando hablan es por algo, no por cháchara llenapáginas. Lo quiero muerto. Me han dicho que usted mata. Adjetivos punzantes, una calle queda descrita (destripada) en unas líneas que huyen de lo convencional y lanzan a la cara del lector olores, colores, sabores incluso. El escenario infernal donde aguardan momentos aterradores. El horror no perdona nada: la inocencia en el punto de ira. Y entre brotes de crueldad y golpes bajos de un mundo hostil, destellos de ternura (ese diálogo con el bebé que va a nacer) que aligeran la presión de una atmósfera agobiante en una ciudad que es como una bestia, un monstruo con entrañas que se revuelve, se enfurece, muerde. La ciudad como vertedero de miserias de carne y hueso. Fallarás no se anda con chiquitas a la hora de dar un repaso convulso a la inmundicia que nos rodea, a la guerra silenciosa que estalla todos los días ahí fuera y a la que es mejor no acercarse para no saber de qué pasta están hechos algunos seres inhumanos. La acción avanza sin misericordia hacia un desenlace tan lógico como amargo, no hay concesiones cuando se trata de retratar el infierno. El horror es pegajoso. El horror nunca se olvida, aunque vendas tu alma al diablo a cambio de borrar la memoria. Y la pena... la pena mata. Las niñas perdidas es una invitación al desasosiego: sin pamplinas, sin paños calientes. El saber sí ocupa lugar: allí donde nace la rabia.
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