No es habitual en la moderna novela negra, la localización principal en terrenos extraurbanos. Podríamos decir que la ciudad le va bien a la intriga criminal. Sin embargo, como excepción que confirma la regla, Andreu Martín y Jaume Ribera, nos llevan de excursión a la montaña pirenaica, a un pueblo perdido donde una femme fatale, Sara Artigues, precisa de los servicios de la agencia de detectives del atrabiliario y parlanchín señor Biosca, en Barcelona. El detective Ángel Esquius es encargado por la agencia para arrojar luz sobre tan oscura trama. Esta joven viuda, de ojos color esmeralda y largas piernas bien torneadas, se manifiesta aterrada por temor a sufrir un chantaje. Todo ello explicado en un intrincado dialecto local y con profusión de frases textuales extraídas del cine. Entre los móviles de tal presagio, el dinero, mucho dinero. Su fallecido marido le ha dejado una herencia importante, entre cuyos frutos hay tierras extensas, susceptibles de ser recalificadas en campos de golf.
Las intrigas típicas del mundo rural son aquí un material espléndido para localizar la acción: las envidias, los ataques de cuernos, las disputas por los terrenos, los celos, las herencias justicieras, la promiscuidad en todos los ámbitos, la carencia de intimidad y anonimato, los odios genealógicos, las recalificaciones del suelo y las teorizaciones ecológicas... También hay dos muertos, por si faltara algo.
Una lectura que mantiene la sonrisa en nuestros labios, a pesar del trasfondo sangriento de una intrincada trama criminal.
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