[Liberty, 13 de enero de 2010]
En el Estado español hay muchos clubs de lectura repartidos por toda la geografía. Muchos de ellos se han especializado en algún género. Tenemos, por ejemplo –y sólo es un ejemplo, bueno, dos-, El Club de lectura de novela de misterio y ciencia ficción de la librería Estudio en Escarlata de Madrid, el Club de lectura El Gato Negro, de la librería Zifar, de Gijón, de la misma índole que el anterior: terror, gótico, fantasía, “chupasangres”… Y habrá más, muchos más.
Muchos de estos clubs se reúnen en librerías. Los libreros, esos con pocos medios y muchos cariños, hacen la vida a los lectores más agradable. Recuerdo el primer Club al que asistí durante casi dos años, el Club de Lectura de Literatura desarrollado en la librería Muga, de Madrid. Acudíamos unas doce o trece personas, había días que más. Fue muy interesante y sigue siéndolo, puesto que me costa que siguen reuniéndose los segundos martes de cada mes para hablar de Literatura con mayúsculas, sin géneros impuestos. Eso es lo que a mi me llevó a otro club.
Yo me encuentro bien leyendo novelas de género. Hablar de género no es achicar la literatura. Como dice Demetrio Estébanez Calderón en su Diccionario de términos literarios, los géneros literarios son la “expresión con la que se denomina un modelo estructural que sirve como criterio de clasificación y agrupación de textos (atendiendo a semejanzas de construcción, temática y modalidad de discurso literario) y como marco de referencia y expectativas para escritores y público”. Algo así como una situación de connivencia entre autor y lector, sin olvidar la obsesión aristotélica de la clasificación.
Pero muchas veces no se elegían las novelas que yo proponía (negras, naturalmente) y…, no me pesa, no, ¡qué va! Pero mira por donde, cuando ya iba a terminar el segundo año del club de Muga me entero de que en el Centro Social Seco se iba a constituir un nuevo club de lectura de novela negra negrísima y me apunté, como vulgarmente se dice. Trasladé mi persona y mis lecturas a dicho nuevo Club, inspirado en el decano de todos ellos, el de la biblioteca pública La Bóbila de L’Hospitalet.
Para mi fue el período más divertido que yo he pasado en clubs de lectura. Fijábamos una novela al mes –nos reuníamos el último miércoles de mes, bueno, siguen reuniéndose sus miembros (y miembras) por supuesto- y, según el tema, el personaje, el país, etc., así era la manduca. Porque había manduca y bebida además de charla y cambio de pareceres. En él se había perfilado como dos “bandos”, en el buen sentido de la palabra: novela negra vs. novela roja, o algo así. No lo recuerdo muy bien porque no era relevante. Y entre bocado y bocado, vasito a vasito, se soltaba la lengua y todos opinábamos la mar de bien. Ya digo, de los que he participado es, con mucho, el mejor. Pasaron grande plumas por ahí, acompañadas, por supuesto, de grandes y sedientas gargantas. Hasta que… Un día tuvimos un invitado y se armó la marimorena. Eso es todo. Malos entendidos, malas formas y abandoné el Club.
Pocos meses después, con el beneplácito de Juan Salvador, el salvador de muchos, aunque yo tardé en aplicarle su nombre/adjetivo, puesto que creí que el primero era Escarlati, así de simple soy. Con su ayuda, repito, montamos otro club de lectura, el Club de Lectura de Novela Negra Escarlati. Tal vez con un ambiente más literario que el anterior, pasaron por allí escritores (metafóricamente, claro, aunque alguno pasó cuyo nombre no quiero acordarme que hubiera sido mejor que no hubiera pasado) como Lawrence Block, Osvaldo Aguirre, Chandler, Alejandro M. Gallo (metáfora y realidad), James Salis, Hammett, Oscar Urra (metáfora y realidad), Friedrich Dürrenmatt, Sciascia, Westlake, Markaris, Himes, Chabon, Marc Behn, Highsmith, Simenon… últimamente hasta metieron a Asimov (El sol desnudo), al cual un servidor no leyó.
Un día, es decir, una noche tranquila y oscura, en la que hacía doscientos años del nacimiento de Edgar Allan Poe, se reunieron los dos clubs de lectura de la librería Estudio en Escarlata, el de fantasía y el de negra, para dar lectura a las negras fantasías poetianas hasta que el cuerpo aguantara. Dos clubs reunidos, un grupo numeroso de entusiastas leyendo, bebiendo (amontillado, claro está), recitando y suspirando bajo la sombra del cuervo. Al final nadie fue a la taberna de Ryan a buscar al maestro.
Esta también fue una acción memorable. Pero, a pesar de que se dijo que había que repetirlo, no volvimos a beber amontillado, o güisqui, o tinto… Sí, hemos bebido otros licores, otros vinos, cava incluso… Pero no procedían de la taberna de Ryan.
Quizá se terminó un ciclo. Quizá. No es como al principio, no. Pero es cierto que una vuelta de trescientos sesenta grados he dado, aunque no he llegado al mismo punto de donde partí. Otras lecturas, otras experiencias, otras necesidades.
De lo que no me he desprendido ha sido de los Sábados Negros en la librería Traficantes de Sueños. Y, ya puestos en el mismo barrio, suelo visitar otra librería de carácter totalmente diferente, una librería que apuesta por otro mundo de manera militante: La Malatesta. No tiene club de lectura, pero tiene una sala en la que se llevan a cabo conferencias, charlas, coloquios, asambleas… sobre el movimiento libertario.
Y ahí estoy.
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