22 de gener del 2009

En un bar de La Bòbila

[El Periódico, 22 de enero de 2009]

Josep Maria Fonalleras

Me pierdo la ceremonia de Washington porque deambulo entre Esplugues y L'Hospitalet a la búsqueda de la Biblioteca La Bòbila, en una plaza que se llama así y que, según me cuentan, está en la frontera de las dos poblaciones. Yo hago como Carod-Rovira, que programa una conferencia en Nueva York el día en que el mundo se para para ver al primer presidente negro de la historia de EEUU. Conclusión: parece que el público atiende más al juramento de Obama que a nuestras respectivas charlas. Hablo de esto con el director de la biblioteca. Este me cuenta que en una estadística de sus usuarios descubrió que tiene clientes de 52 nacionalidades, lo que demuestra, por si alguien no se había enterado, que esta es una sociedad cambiante y dispersa. Me siento después en un banco de la plaza y veo pasar a unos cuantos representantes de las Naciones Unidas de L'Hospitalet. No parecen interesados en mi charla, pero tampoco en la de Obama. Pasean a sus hijos, les llevan a música o al dentista y les compran patatas fritas con mayonesa en una churrería que impregna toda la plaza de ese tufillo indescriptible de aceite requemado.

Entro en un bar. No recuerdo el nombre, pero sí que venden miel, a 3,75 euros el frasco, "sin conservantes". En la tele no sale Aretha Franklin ni Springsteen, ni el vestido amarillo de Michelle, sino Christopher Reeve cuando hacía de Superman, con su novia, volando por los cielos americanos. En la barra, un parroquiano ojea un deportivo y recibe las puyas del camarero, que es del Barça. Le dice: "¿Seguís como las uvas, no?". El de la barra lo entiende enseguida. Es del Madrid, claro, que está a 12 puntos del Barça. En una mesa, una chica se queja por teléfono de que su novio parece que le tiene miedo. Miedo de decirle según qué, imagino, o de comprometerse demasiado. En otra mesa, un señor se dirige al de la barra y le comenta: "Hoy, ese, el Obama, parece que ya es presidente, ¿no?". Al cabo de 10 minutos (Superman sigue volando), el del Madrid le contesta: "A estas horas ya será presidente, sí". Y el otro: "¿A ti qué te parece?". Pasan otros 10 minutos y llega la respuesta: "Están de fiesta, estos americanos". La tertulia parece que no va a dar más de sí, pero entonces llega el momento cumbre. El de la mesa, que mira de reojo las hazañas del superhéroe, no puede evitar la comparación histórica: "Se creen que hará como Superman, que lo soluciona todo en un santiamén". Y el de la barra asiente: "Pues sí. Y el Bush, sin ser Superman, se ha ido volando".

Al cabo de unas horas, en la tele, al fin podré contemplar el gentío del National Mall, que no sé yo qué demonios pudo ver el último de la fila de esos dos millones de fieles entregados, y pensaré que, con tantos, seguro que habrá más de 52 nacionalidades y puede que más de uno, al acabar la jornada histórica, se haya zampado también unas patatas fritas con mayonesa, o algo así.

Dios sabrá

Leo a Siri Hustvedt en su apasionante Elegía para un americano. Habla en un capítulo de las iniquidades de los conflictos bélicos y de lo que hoy llamaríamos trastorno por estrés postraumático. En la primera guerra mundial, las alucinaciones sin sentido, "el azote del insomnio y las pesadillas" de los combatientes, eran mencionados en los informes médicos como DS. Dios Sabrá. Son formas distintas de clasificar lo inclasificable. Hoy aún es incomprensible, porque nunca sabremos en qué infierno habitaron.

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