[.38: revista digital de La Balacera, 3, diciembre de 2008]
Retrato de familia con muerta
Raúl Argemí
Roca Editorial
Las viudas de los jueves
Claudia Piñeiro
Alfaguara
Alejandra Zina
El criminal(1) de Jim Thompson cuenta la historia de Bob Talbert, un adolescente acusado de violar y asesinar a su vecina, la joven Josie Eddleman. O mejor dicho, cuenta la historia de cómo Bob Talbert se convierte en acusado. La respuesta es una extraordinaria novela coral, donde capítulo a capítulo escuchamos lo que tienen para decirnos los padres del chico, los padres de la chica muerta, los vecinos, la maestra de Bob, el abogado de la familia Talbert, el fiscal, los periodistas, sí, fundamentalmente los periodistas rapiñeros y cínicos. La imagen final de este rompecabezas es la conspiración. Una conspiración silenciosa, corporativa, que tiene a Bob Talbert de víctima. El criminal, parece decirnos el feroz Thompson, a veces es colectivo.
Todos los grupos sociales (empezando por la familia) tienen algún componente tóxico en su fórmula. No hay persona que no lo contenga, por más baja que sea su gradación. Si a esto le agregamos un espacio cercado y con garitas de seguridad como es el escenario exclusivo de un country, el resultado se potencia.
Con la crisis de 2001, la narrativa argentina (también la sociología, la antropología, el periodismo) empezó a interesarse por la biósfera de aquellos barrios cerrados donde una clase media acomodada y una clase alta compuesta por viejos y nuevos ricos se fue instalando en los últimos veinte años. Barrios ubicados en las afueras de la ciudad, generalmente vecinos a villas miserias, que nacieron como promesa de tranquilidad, privacidad y seguridad y que, con el tiempo, comenzaron a mostrar la hilacha: robos, violaciones, asesinatos, suicidios, tráfico de drogas, todo lo que sucedía afuera y más también.
Cuando en octubre de 2002 se da a conocer el caso de María Marta García Belsunce, Claudia Piñeiro estaba enfrascada terminando Las viudas de los jueves, la novela con la que conquistó el Premio Clarín-Alfaguara 2005 y que ya lleva más de 100.000 ejemplares vendidos.
Es verdad, hay muchos puntos en común entre la vida de aquella mujer de familia patricia que aparece muerta en la bañera de su casa y la vida de los personajes de Piñeiro. Una coincidencia que, al publicarse su novela, muchos no perdonaron. Y sí, ya nadie cree en la inocencia de nadie.
Sin embargo, la trama policial de Las viudas de los jueves es sobre todo un puente para contar otra cosa. Otras cosas. El detalle minucioso de la urbanización del country, el diseño de casas y parquizados, la sociabilidad en torno al deporte o a las actividades de beneficencia, la vida escolar de los chicos y los "desvíos peligrosos" (el hijo que descubren pitando un porro es tratado de yonki), las humillaciones a empleadas domésticas y personal de servicio, las miserias familiares, la apabullante hipocresía y, fundamentalmente, las normas de convivencia y seguridad que generan la ilusión de estar a resguardo y entre iguales.
Piñeiro escribe una novela coral, ágil, con capítulos breves y voces verosímiles. Quizás sean innecesarias las referencias a la coyuntura política omitiendo nombres propios (la renuncia del vicepresidente Álvarez, los recambios en el Ministerio de Economía, el asesinato del periodista José Luis Cabezas, entre tantas), obvias para el lector argentino e incompletas para un lector extranjero. Conocedora del mundo que describe, la autora logra retratar con precisión el
derrotero de un grupo social que jamás sospechó su caída.
Retrato de familia con muerta de Raúl Argemí, escritor argentino residente en Barcelona, es sin lugar a dudas una novela policial. Lo acredita además el II Premio Internacional de Novela Negra L´H Confidencial recibido en 2008 y premios anteriores como el Dashiell Hammett.
Argemí viaja a la Argentina y se entera del caso de María Marta García Belsunce, luego recibe información judicial de primera mano, le interesa, sigue leyendo, investiga. Del estupor inicial y de los interrogantes posteriores surge una ficción orquestada por dos voces en primera persona (el juez Juan Manuel Galván y su amigo informante Jorge Gustavo Ritter), y un coro trágico encarnado por las mujeres que rodeaban a la muerta(2).
La novela tiene también un sesgo de thriller judicial: las investigaciones del juez Galván, los tironeos con el fiscal Barrenechea arreglado con la familia sospechada, el contrapunto con su amigo Ritter que ilumina y oscurece la investigación y cuyo pasado es, por lo menos, inquietante. Digno policial negro, no podía faltar el deterioro emocional y físico de Galván ni su debacle matrimonial, crispada por la obsesión casi necrofílica con la muerta (el capítulo en el que Galván escribe desde el punto de vista de ella es impagable).
El lenguaje de Retrato de familia con muerta hace honor al pulso de la novela, riguroso, despojado, y con todo el pathos de la tragedia griega(3).
La historia narrada es ominosa y a la novela no le interesa atenuarlo, al contrario, hoja tras hoja, respiramos lo siniestro. En el country Los Reyunos aparece muerta una mujer de familia aristocrática. Podría haber sido un accidente si no fuera por los cinco balazos que intentaron disimular. No se sabe a ciencia cierta quién fue ni por qué lo hizo, sólo sabemos que se monta un encubrimiento vil y alevoso en el que están involucrados marido, hermanos, padres, amigos,
masajista, médicos, guardias, empleados de casas velatorias.
Como reflexiona el juez Galván, "no se puede estar rodeado de tontos o hijos de puta sin serlo de alguna manera".
Me lo imagino ahora a Jim Thompson escupiendo un resto de tabaco y recordándonos que el rebaño forma un solo ser, único y poderoso.
(1) Una de las joyitas de Ediciones Júcar, aquella colección negra con luminosas notas preliminares de PIT II.
(2) En ningún momento se menciona su nombre, como si nunca lo hubiese tenido. Para invocarla, se dice "la muerta" o "ella".
(3) Como lectora argentina me entristece un poco ver entrecomillados nuestros coloquialismos (villero, colimba, etc.) y las traducciones para el lector castizo, del tipo: "...los vigiladores, nombre coloquial que reciben los guardias que garantizan la seguridad del country". Ojalá Argemí no me putee por esto en catalán.
Alejandra Zina nació en Buenos Aires en 1973. Publicó la antología Erótica argentina y, en co-autoría, la compilación En primera persona. Correspondencia argentina en dos siglos. Tiene editado el libro de cuentos Lo que se pierde. Coordinó talleres y clubes de lectura en Bibliotecas públicas. Dicta clases de narrativa en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica. Cuentos suyos han sido publicados en diarios, revistas literarias y antologías.
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