[El Mundo/Tendències, 12 de desembre de 2008]
Matías Néspolo
Consagrado como autor de novela negra con el Premio Dashiell Hammett y el L'H Confidencial a cuestas, Raúl Argemí se desentiende sin complejos del género en su última novela, La última caravana. Una cáustica sátira sobre el derrumbe argentino muy a tono con la crisis global
Entre el militante entusiasta del género policial y el que lo practica eventualmente se abre una brecha difícil de superar. El primero sólo escribe novela negra y vive cualquier incursión en otro terreno literario como una suerte de traición. El segundo se lía esporádicamente con el crimen, pero de tapadillo, como si de una infidelidad se tratara. De ahí que suela firmar con seudónimo sus escarceos detectivescos como John Banville, alias Benjamin Black.
Sin embargo, hay una tercera tipología de escritores policiacos, escasos pero relevantes, que cruzan sin problemas las fronteras del género en una u otra dirección. Francisco González Ledesma es el ejemplo paradigmático. En esa línea se instala el argentino radicado en Barcelona Raúl Argemí. El multipremiado autor de novela negra y habitual de los saraos negrocriminales como la Semana Negra de Gijón o el festival BCNegra sorprende con una nueva novela, La última caravana, que difícilmente pueda enrolarse dentro de las convenciones del género. Pero no hay truco, porque para Raúl Argemí, el policial no es un punto de partida, sino de llegada.
"Muchos autores de novela negra sienten que juegan en segunda división", dice Argemí en relación a prejuicios que no comparte porque "para escribir una buena novela negra, como cualquier otro tipo de novela, hace falta talento y mucho trabajo". Su fidelidad al género que lo ha consagrado es puramente accidental, porque su único compromiso de fidelidad es "con la voz que narra y con la naturaleza de la historia". "Si la voz y la historia son truculentas, como me suele ocurrrir a mi, la novela sale negra", aclara. Pero no tiene necesariamente que ser así. De hecho con Patagonia Chuchu (Algaida) Argemí se desentendió de las leyes del género para transitar el camino de la novela de aventuras con ribetes de picaresca.
Ahora corta por completo las amarras del género con La última caravana, editada por Edebé. Una novela de corte social con una buena dosis de sátira, "más cerca a una película de Berlanga que a una novela negra", señala Argemí y con razón.
La última caravana narra las peripecias de un grupo de empleados públicos de Fiske Menuco, un pueblo perdido en el desierto patagónico. En los albores del crack argentino de 2001, el grupo de funcionarios, todos ellos casualmente ex militantes de izquierdas que han pasado por la prisión o la mesa de torturas, se revelan contra la calesita o carrusel. Un curioso sistema de rotación de destinos de empleados públicos en la época de privatizaciones y desmembramiento del Estado durante la gestión de Menem. El gobierno planea construir en ese pueblo perdido una lujosa colonia para jubilados japoneses, mientras la población sufre el llamado corralito, acompañado de un cierre por decreto de las entidades bancarias. Y la pandilla de funcionarios se propone remediar los entuertos de ese rincón desangelado del planeta mediante el robo de un banco y la fundación de un extraño partido político revolucionario. Una aventura a la vez trágica y esperpéntica que acabará con una suerte de diáspora a través del desierto patagónico.
"Es una visión cáustica sobre la cara más delirante del neoliberalismo latinoamericano", explica Argemí. Preñada de humor y de historias reales que el autor recopiló durante los años que ejerció el periodismo en la Patagonia, "la historia está construída con pedazos de realidad zurcidos con fantasía". Argemí condensa el lento declive económico y social argentino de los años 90 en una peripecia narrativa de apenas un año de duración. "Quien se explique el derrumbe argentino porque sus gobernantes son corruptos y jilipollas llevan razón. Pero yo le recomendaría que se mirara en ese espejo porque aquí sucede lo mismo", arremete Argemí trazando equivalencias entre la burbuja inmobiliaria y el espejismo argentino de la paridad cambiaria peso dólar.
Viejo militante del grupo ERP 22 de agosto, Argemí participó en la lucha armada de los años 70 y por ella purgó diez años de prisión en los famosos "pabellones de la muerte". De allí que la suya también sea una novela sobre los sueños rotos de su generación, de su frustración e impotencia para cambiar el mundo. "Cuando has formado parte de un proceso trascendente, como el revolucionario, y quedas fuera, siempre es más difícil encontrar en lo prosaico de tu experiencia individual una justificación vital", confiesa. Con ese fracaso cargan los personajes de su novela y a ese dilema también se enfrentan muchos de sus ex compañeros de militancia. "¿Con qué reemplazar el sueño roto?", se pregunta el argentino. Y en su caso la respuesta es obvia: con literatura.
EXPERIMENTACIÓN, PERO CON RESERVAS
M.N.
Con un largo y destacado prontuario policial a cuestas con crímenes como Penúltimo nombre de guerra (Premio Dashiell Hammett 2005), Siempre la misma música (Premio Tigre Juan 2005) o Retrato de familia con muerta (Premio L'H Confidencial 2008), Argemí se declara admirador de los grandes narradores clásicos americanos, en un espectro que va de O. Henry a Erskine Chadwell. ¿Artilugios? "Los justos para que la historia funcione", aclara. Apuesta sin embages por "nunca forzar al lector". "Un libro es una partitura que se ejecuta en la cabeza del lector", dice, "y cada uno conduce a la velocidad que puede".
Con si estas reservas fueran pocas, añade: "No me interesa el experimentalismo como fin en sí mismo". Sin embargo, La última caravana es la más experimental de sus novelas. El argentino enmarca la historia dentro del relato de Roque Pérez, uno de los delirantes revolucionarios, que reconstruye la aventura años después en una residencia geriátrica en respuesta a las exigencias de una psicóloga que busca a su padre y sospecha del mismo Roque Pérez, lector voraz. Y su relato fragmentado y desordenado, está plagado de referencias a sus lecturas. "La memoria tiene sus trucos. Su estructura no es la de los hechos cronológicos", dice Argemí al reconocer haberse "permitido el lujo de cierta experimentación formal que en otro tipo de historia no hubiera sido necesaria".
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