Berna González Harbour
A.J.Finn logra el número 1 en 'The New York Times' y traducciones a 30 idiomas con su primera novela, 'La mujer en la ventana'
Hay escritores que necesitan pisar muchos suelos, viajar, recorrer calles y plazas para indagar sobre lugares y gentes que van a describir. A.J.Finn no ha necesitado eso, precisamente. Porque su viaje ha sido interior, el del trastorno mental y la depresión, y porque su libro se desarrolla en un solo emplazamiento: una casa de cuatro plantas en la que su dueña agorafóbica se refugia del mundo y desde la que presencia un posible crimen entre los delirios de la medicación y el alcohol. El resultado es La mujer en la ventana (Grijalbo), una reverencia técnica y emocional a Alfred Hitchcock, otra a Patricia Highsmith y una terapia personal para el autor que –además, bingo- se ha convertido en número uno para The New York Times y acumula más de 30 traducciones.
“Hitchcock solía situar sus películas en lugares confinados: La ventana indiscreta,en una ventana; La soga, en pisos de Nueva York; Crimen perfecto, en un piso de Londres; Náufragos, en un barco… No podía recordar libros que estuvieran limitados a un solo lugar y ahora sé por qué: es muy difícil”, cuenta en una cafetería de Madrid. Pero lo importante no es el modelo, sino por qué lo hizo: “Mi protagonista está atrapada en su casa, como está atrapada en su cabeza. Y ya que es difícil que la gente sin experiencia en enfermedades mentales se ponga en situación y sepa lo que es estar atrapado en una depresión, me dije que lo que sí podían imaginar era lo que supone estar atrapado en tu casa”, dice A.J.Finn. “Por eso lo hice”.
Respetaremos este nombre, su seudónimo, a pesar de que sabemos que él es un editor neoyorkino de 38 años llamado Daniel Mallory. Lo eligió precisamente para poner algo de distancia con su historia, que tampoco oculta: sufrió durante 15 años una depresión grave que solo remontó cuando recibió un buen diagnóstico y la medicación apropiada. “Lo había intentado todo: medicación, meditación, terapia de hipnosis, terapia electroconvulsiva, terapia de ketamina… Y nada funcionaba. Hasta que me diagnosticaron trastorno bipolar, me pidieron que estuviera seis semanas en mi casa para acometer la transición a la nueva medicación, y ahí surgió la novela”.
Él habla sobrado de energía, de argumentos, de explicaciones, también de empatía, a pesar de que la gira mundial le está llevando por varios países y le esperan muchos más. Tiene los ojos vivos, se le ven ganas de comerse el mundo. Quizá porque antes de llegar al éxito sufrió lo que sufrió. Relata cómo fue en esa larga etapa en su piso de Manhattan, mientras veía películas antiguas y espiaba a una vecina de puro aburrimiento, cuando le llegó la idea. “Estaba mirando a la vecina, que simplemente estaba zapeando en su sofá, y el mismísimo James Stewart en mi propia pantalla estaba espiando a la suya y parecía estar hablándome a mí. Tenía puesta La ventana indiscreta, yo ya estaba mucho mejor, y en ese momento surgió la idea y germinó”, relata entusiasmado. Lo demás “fue una terapia, un purgante, en realidad”.
Como editor le había dado muchas veces vueltas a la idea de escribir, pero hasta ese instante no había tenido una historia que contar. Finn-Mallory se había criado leyendo novela negra y policíaca, había devorado a Agatha Christie, Conan Doyle, Josephine Tey, Dorothy Sayers o P.D.James, pero fue Patricia Highsmith, sostiene, quien dio la vuelta a la historia de la novela criminal. “Desde que nació el género en el siglo XIX, consistía en una especie de educación moral. Tanto en Christie como en Conan Doyle o en muchas novelas de procedimiento sabíamos que, cuando todo acabara, las virtudes habrían sido recompensadas, los malos habrían sido castigados y el orden habría sido salvaguardado. Hasta que llegó Highsmith y lo cambió todo".
Él se doctoró en Oxford tras estudiar literatura inglesa, y lo hizo precisamente centrándose en las cuatro novelas protagonizadas por Tom Ripley. “Ahí Highsmith nos persuade para que estemos con él, con el asesino, hasta las últimas consecuencias, y esa alquimia, esa especie de magia negra, me conquistó”.
Él ha intentado ser fiel al estilo highsmithiano de frases puntiagudas, limpias, efectivas, pero no ha seguido su esquema de finales, sino que ha optado por la tendencia más americana de un final esperanzado (¡y no haremos spoiler!). Cuenta que en Extraños en un tren, la única película en la que colaboraron Hitchcock y Highsmith, ganó por supuesto el primero: “En el libro, el malo se suicida y el bueno es detenido tras cometer un asesinato. En la película, el malo muere y el bueno no comete el asesinato. Final feliz. La sensibilidad de Hitchcock ganó a la de Highsmith. Tal vez es una cuestión americana”. Paradójicamente, reconoce, sin embargo, dos de las películas más recordadas del cineasta del terror son las menos representativas al tener finales no precisamente felices: Vértigo y Psicosis. “El resto, en general tienen final feliz”.
Es Finn-Mallory un hombre-enciclopedia de películas antiguas y novela clásica del género, pero ha seguido alimentando la pasión con autores contemporáneos que le han abierto caminos hasta llegar a La mujer en la ventana. En su caso fue Perdida, de Gillian Flyn (2012) la que le sacudió de tal forma que sigue “pensando en ese libro seis años después de haberlo leído”. “Hay montones de novelas policíacas que son como crucigramas o puzles: los resuelves, te entretienes y te olvidas. Y no pasa nada, yo he publicado montones. Pero yo no quería un libro así, sino uno que tuviera más cabeza y corazón que la media de la novela negra”. Antes de eso llegó la moda de los asesinatos en serie, a partir de El silencio de los corderos (Thomas Harris, 1988), Patricia Cornwell o James Patterson. “Y yo lo disfrutaba, pero cuando Flynn publicó Gone Girl (Perdida) empezó la tendencia global del suspense psicológico, del que Highsmith había sido pionera, y vi mi momento”.
Eso fue para él Perdida, un libro de personajes que se te quedan grabados aunque ya conozcas la trama, y también los de Tana French y Kate Atkinson. “Yo no valdría para ser detective, nunca adivinaría quién es el asesino, me da vergüenza. Pero tengo un cerebro nervioso y cuando estaba con la medicación errónea las novelas criminales daban a mi cerebro algo en lo que se pudiera concentrar. Leí todas las que podía, me distraían y me reconfortaban, me dieron algo para seguir adelante y disfrutar cuando no tenía gran cosa a la que aferrarme”. Su final, por el momento, ha sido feliz.
Finn ha abandonado en esta fase la edición, planea trasladarse a vivir a Reino Unido “a pesar del Brexit” y prepara una segunda novela que le llevará –celebra– a espacios distintos y abiertos y en el que rendirá homenaje a Agatha Christie. “Será refrescante”, dice. Y, además, una terapia perfecta.
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