Jesús Mota
En su universo, policías, gangsters y políticos conforman la trama de la corrupción contemporánea
Ahora que se ha disipado su abrumadora presencia en las crónicas y páginas literarias a cuenta del Premio Pepe Carvalho, llega el momento de recordar a James Ellroy como una fuerza revulsiva y convulsiva en la novela negra contemporánea. Y no lo es por su constante provocación pública; allí donde va no ahorra confesiones perturbadoras —a veces soeces—, ni se priva de exponer su sofocante megalomanía. Se ha construido un personaje público de clown feroz que quizá no tenga nada que ver con su modo de actuar y reflexionar en la vida cotidiana. Pero esto es solo una inferencia psicológica que cuadra en él por exceso igual que en otra persona puede cuadrar por defecto. La muerte de su madre, violada y asesinada cuando él tenía diez años, es una peculiaridad trágica, pero en nada debería afectar al análisis literario de sus novelas y ensayos. Está por ver que su prosa sincopada, incluso gutural, adornada de una violencia explícita próxima al cómic, alcance el nivel de Dashiell Hammett o Raymond Chandler. Habrá que esperar al menos veinte años para saberlo.
La aportación de Ellroy que ya puede reconocerse es la íntima conexión que establece entre el universo del crimen real (con gánsteres mayores como Mickey Cohen), la policía y la superestructura política de Estados Unidos. Para Ellroy, los tres mundos se alimentan y auxilian entre sí. Son lo mismo, igual que la Trinidad católica es un único continuo de la conciencia, según Jung. La articulación argumental de esta trinidad resulta explosiva porque el comportamiento de personajes reales (v. gr., de Joseph Kennedy, el patriarca) queda explicado e integrado en un argumento servido al tiempo por personajes de ficción y otras figuras reales. Compruébese el efecto en Perfidia, un recorrido policiaco por Hollywood con Bette Davis como cicerone esporádico.
Desde este modus operandi conceptual y literario, Ellroy es capaz de ofrecer una explicación febril y omnicomprensiva de los asesinatos de J. F. y Bob Kennedy. Un ajuste de cuentas de la mafia, una factura sangrienta por el fracaso de la invasión de Cuba y la pérdida definitiva del negocio del juego en la isla. Por más interés que tenga el llamado Cuarteto de Los Ángeles (La Dalia Negra, El gran desierto, L. A. Confidential y Jazz blanco, cuatro novelas de su profusa producción), resulta un ejercicio alucinatorio, en el sentido real del término, seguir las páginas de American Tabloid, un ensayo de historia-ficción donde cuadran todos los cabos y el lector puede asomarse al retorcido paisaje de la trinidad gánsteres-políticos-policías para asistir a las raíces de la corrupción. Habrá relatos históricos mejor documentados (aunque Ellroy se precia mucho de sus fuentes), pero no los hay mejor trabados.
No hay trinidad sin un cuarto elemento (la proposición analítica también es de Jung). Los males de Estados Unidos proceden de una década falseada, la de los años cincuenta. Ellroy culpa de todas las mentiras de hoy a la mentira iniciática del Camelot kennediano. Dicho con sus propias palabras: “La nostalgia como técnica de mercado nos tiene enganchados a un pasado que no existió nunca. La hagiografía convierte en santos a políticos mediocres o corruptos y reinventa sus gestos oportunistas para hacerlos pasar por acontecimientos de gran peso moral”.
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