Jordi Corominas i Julián
En el último decenio ha
aparecido una trilogía de investigadores que desarrolla su actividad entre las
dos guerras mundiales
La Historia puede explicarse y
silenciarse de muchas maneras. Nuestra época tiende a ser comparada en ciertos
aspectos con los años treinta del siglo pasado, pero el símil suele quedarse en
el tópico desde el colapso económico, las colas del paro y un aumento de
populismos con la eterna amenaza de un nuevo fascismo en el horizonte. El
período de entreguerras cabalgó entre la euforia de los años veinte y su
precipitado final en octubre de 1929. A veces la hemeroteca constata lo
inesperado de las debacles. Poco antes del hundimiento de la bolsa de Wall
Street, Aristide Briand habló en la Sociedad de Naciones de una futura Europa
Federal. Días más tarde murió su mayor aliado, el ministro de exteriores alemán
Gustav Stresseman, y la República de Weimar inició sin saberlo su camino hacia
el infierno mientras los cabarets berlineses seguían con su imparable senda de
desenfreno.
Tras la locura de Wall Street,
la vertiente Occidental del Viejo Mundo avanzó hacia una división entre
frágiles democracias y totalitarismos inspirados en la obra de Benito
Mussolini. La marcha sobre Roma de octubre de 1922 se anticipó a sus seguidores
y plantó la simiente de un Estado corporativista con ambiciones imperialistas.
Hitler aterrizó en el poder en enero de 1933 y Franco sólo consolido el suyo
con la conclusión de la Guerra Civil.
Los tres regímenes murieron,
unos tras la guerra y otro en la cama, y sus países recuperaron la vía
democrática. Pese a ello durante muchos años el mutismo predominó y en
ocasiones parece que la ciudadanía no quiera saber mucho de ese nefasto pasado.
En Alemania la recuperación de la memoria llegó con la unificación mediante un
programa escolar en que el nazismo tiene una importancia primordial para evitar
su repetición que se refuerza con una serie de producciones televisivas con
clara vocación pedagógica. Entre ellas conviene destacar 'Hijos del Tercer
Reich', miniserie donde se enfocaba el período nacionalsocialista desde el
golpe que supuso a la normalidad de cinco jóvenes. La producción germánica con
relación al pasado no se limita a Hitler. Buena prueba de ellos serían filmes y
series recientes como 'Goodbye Lenin', 'La vida de los otros' o 'Deutschland
1983', obras fílmicas más que válidas para entender los mecanismos y nostalgias
de la antigua RDA.
Por lo que concierne a las
dictaduras mediterráneas flota una sensación de descuido académico o una escasa
voluntad de educar a la ciudadanía en ese pasado. El recuerdo adolescente nos
lleva a esos programas que siempre terminaban con la caída de Cuba y nunca
llegaban al siglo XX, como si fuera un pecado analizarlo, y lo mismo ocurría en
la Universidad, donde quien escribe, pese a licenciarse en Humanidades, no
abordó la Segunda República y la Guerra Civil hasta el doctorado.
El caso italiano tendría la
excusa de su cinematografía, siempre interesada en analizar lo pretérito desde
el neorrealismo, cuando se atrevieron con el pasado presente mediante una serie
de películas célebres, de 'Roma Città Aperta' a 'Paisà', hasta alcanzar en
nuestros días una calidad encomiable a la hora de hablar sin tapujos de los
tortuosos años de plomo de la década de los setenta y de la corrupción que
terminó con la Primera República, retratada a la perfección en la serie 1992 y
sus sucesivas secuelas.
Detectives en arenas movedizas
Sin embargo, el Franquismo y
el Fascismo siguen siendo una especie de coto infranqueable en el sector
cultural. Los últimos tiempos apuntan a una coincidencia entre los tres países:
los detectives son una metáfora de pesquisa de lo desconocido y pueden ayudar a
que lectores alejados de la alta literatura se interesen por esas arenas
movedizas de la Historia.
A lo largo del último decenio
ha aparecido una trilogía de investigadores que desarrolla su actividad durante
el mundo de entreguerras. En el caso teutón Gereon Rath es el héroe inventado
por Volker Kutscher, un antiguo periodista especializado en la República de
Weimar que hasta la fecha ha dedicado seis novelas a su protagonista, un
comisario de policía que, tras escapar por un turbio fracaso de su Colonia
natal, recala en el Berlín previo al nazismo, donde luchará por adaptarse al
medio mientras, poco a poco, se erosiona la democracia y las calles se llenan
de conflictividad política en medio de una urbe acelerada entre hampones,
callejones sin salida, delirios de la transición del cine mudo al sonoro y una
atmósfera muy cargada de incertidumbre.
Rath es un solitario que ni
sabe ni quiere obedecer a sus superiores. Su superlativa inquietud le llevará a
trabajar fuera del horario de oficina y a complicarse la vida al saber
demasiado de todos los casos abiertos y tener que ocultarlo, porque en su
continuo vaivén por la capital prusiana cometerá más de un error, matará casi
sin querer y se adentrará en tugurios de moda en los que siempre habrá una
puerta abierta para el secreto. Su único consuelo estribará en el alcohol, el
intento de consolidar su relación con Charlotte Ritter, una estudiante de
derecho con fino olfato policial, e intercambiar confidencias con Weinert, un
periodista que reside en una penosa pensión desde la que abarca todo el mapa
del mal con su máquina de escribir.
El éxito de las novelas de
Kutscher, en España Ediciones B editó las tres primeras de la saga, se ha
trasladado a la gran pantalla con 'Babylon Berlin', la mayor producción
televisiva del principal motor europeo. En sus dos primeras temporadas, de
increíble factura visual, ha cogido elementos de las novelas sin ser fiel a las
mismas por exigencias de un guion trepidante que ha triunfado en casi todo el
Planeta.
Hambre y amor
En la serie Rath toma una
especie de droga calmante, algo común en estos detectives de antaño. El
comisario Luigi Alfredo Ricciardi, héroe de Maurizio De Giovanni, desarrolla su
actividad en el Nápoles mussoliniano, concretamente en los primeros años
treinta, cuando el Duce navegaba tranquilo en el interior y se aprestaba a
cumplir sus sueños coloniales. Al igual que su coetáneo del norte no simpatiza
con el fascismo y su rebeldía le impide confraternizar con sus superiores,
quienes le aguantan por su brillante eficacia en la resolución de las
investigaciones, que siempre enfoca desde los dos motivos esenciales de la
muerte: hambre y amor. Tiene un aire, sin sombrero, al comisario Ingravallo de
'Un maledetto imbroglio' de Pietro Germi, pero su magia reside en su tormento
de ver las últimas acciones de los difuntos antes de expirar. Al perder a sus
padres de pequeño vive con su tía y se resiste a emparejarse por miedo que sus
poderes, que denomina El asunto, afecten a sus relaciones. Aun así, es
cortejado por Livia, viuda de un famoso tenor, y suspira por su vecina Enrica,
a la que observa desde la ventana de su habitación sin saber ser correspondido.
Ricciardi tiene como
compañeros a Maione, un ayudante obsesionado con la gastronomía partenopea, y
al Dottore Modo, un antifascista de manual con quien habla de lo divino y lo
humano. Sólo ellos, y no en su totalidad, comprenden el martirio de su
compañero, un fenómeno en el país transalpino que ha convertido a De Giovanni
en el más que probable sucesor de Andrea Camilleri. A falta de un detective
romano el escritor napolitano, que empezó con su personaje en un concurso
literario, ha ampliado fronteras y en España Lumen publicó seis de sus
andanzas.
Si Rath destaca por su torpe
parsimonia, pese a todo muy germánica, y Ricciardi por ser un empecinado
taciturno, su coetáneo español es casi el doble de su creador. Lorenzó Falco es
arrogante, mujeriego, no se casa ni con su sombra y sólo es de fiar porque
suele cumplir con lo pactado. Las tramas urdidas por Arturo Pérez Reverte son
más simples e instantáneas, bombas de relojería sin la complejidad de las de
Kutscher ni la elegancia de De Giovanni, pero con ese efecto logra la misma
contundencia, aliñada con la provocación de conferir a Falcó la pertenencia al
servicio de espionaje franquista durante la Guerra Civil en misiones de alto
copete, desde un hipotético rescate de José Antonio Primo de Rivera hasta la
recuperación del oro de Moscú en Tánger, escenario arquetípico del género y la
época.
La épica de Falcó contrasta
con la de Rath y Ricciardi, cuyas exploraciones en la realidad sirven a sus
autores para presentar frescos de la sociedad en un trance crucial desde la
cotidianidad. De hecho, puede decirse que la criatura del padre de los cipotudos
lleva una marca de hombría que empapa toda su superficie salvo por sus
cavilaciones amorosas con una soviética, ideal para aderezar el relato con
aquello de los polos opuestos se atraen y dar un poco de picante con la
esperanza de transformar a un completo fornicador de etiqueta en alguien con un
mínimo de sentimientos.
Dado que la ficción ha dado
con un método inteligente y dinámico para transmitir la dura cadena de
entreguerras quizá haya llegado el turno para que los gobiernos, de todo tipo y
pelaje, activen su maquinaria para hacer lo mismo desde una voluntad de formar
a sus ciudadanos, pero esta afirmación es un sueño mientras la Cultura y la
Historia sean meros instrumentos de manipulación en manos de los que mandan,
una verdadera tragedia digna de investigación y denuncia.
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