José Ignacio Roldán
Frente a la etiqueta de escritor de novela negra, Carlos Zanón dice ser "escritor a secas. Hago poesía, crítica literaria, escribo novelas… De todo. Me gusta escribir hasta la lista de la compra". Así se expresaba el autor barcelonés el pasado mes de diciembre en Pamplona, en el curso del encuentro organizado por el club de lectura de Diario de Navarra para presentar Taxi, su última obra. Anteriormente presentó Marley estaba muerto.
En realidad, a Zanón no le interesan las novelas policiacas, los crímenes, los matones o los narcotraficantes y sí le interesa la gente. "La etiqueta de negro me importa poco. Si dicen que soy negro, pues soy negro. No me importa lo que piensen de mí a la hora de escribir. Me molesta más lo que pienso de mí. Si podía haberlo hecho mejor, si he sido perezoso… Intento escribir de la mejor forma posible para comunicar. Si es con la novela negra como instrumento, lo usaré. En el fondo lo importante es contar la historia y si para contarla necesito utilizar las convenciones de la novela negra, las voy a utilizar".
Habrá como mucho dos Carvalho
Sin embargo, ha aceptado el reto de recuperar al detective Pepe Carvalho. "Al principio dije que no porque no había hecho nada policial ni tenía pensado hacer un personaje serial. Pero funciono mucho por la ilusión y me di cuenta de que me ilusionaba la idea y además pensé que me iba a dar mucha rabia si decía que no y se lo daban a otro".
Así que decidió afrontarlo. "Pensé que podía ser divertido si la editorial me daba libertad absoluta. No es hacerlo como Vázquez Montalbán ni ponerlo en su época. Básicamente era hacer mi novela y escribirla como yo escribo". Lo que no ha conseguido es que Pepe Carvalho deje de comer. "A mí me aburrían mucho todas las recetas y eso yo me lo saltaba. Le dije a la editorial que había pensado que no comiera y me dijeron que si quería cambiarle de sexo, vale, pero dejar de comer, ni hablar. Tengo un problema porque tengo la novela llena de huecos para las comidas y las recetas. Algún día los rellenaré".
A lo que no está dispuesto Carlos es a dar continuidad a la saga y en eso es contundente. "El acuerdo con la familia es de un libro. No te digo que si nos volvemos todos locos, hagamos otro. Pero más de dos no, seguro. Yo tengo mi pequeña carrera, me ha costado mucho llegar hasta aquí y no quiero terminar siendo solo el autor que continuó la serie. En mi cabeza está hacer solo un libro. Y un montón de recetas, eso sí".
Salir del libro distinto de cómo se entra
En Taxi, como en sus anteriores novelas, aparecen personajes ambiguos, contradictorios, capaces de lo mejor y de lo peor, vulnerables como cualquiera. "Mi idea es esa: jugar con esos personajes porque son los que me interesan. Interpelar al lector para que se pregunte qué haría en la misma situación. Qué harías si te encontraras dinero y nadie te viese. Lo cogerías o no. Eso me interesa. Son más ricos y conectan más con el lector porque el lector hace una interpretación autobiográfica de los libros. Piensa, si le ha pasado, qué haría".
Hay cierta crudeza en su obra precedente y en Taxi ha intentado salirse de ambientes anteriores. "Sandino, el protagonista, no es violento. Es émulo de Ulises, es astuto, inteligente es un superviviente, pero no violento. Salen otros barrios y en el taxi entra todo el mundo. No tengo esa sensación de crudeza". Pero añade a continuación que "la literatura tiene que cambiarte, tienes que salir del libro distinto de cómo has entrado, tiene que volarte la cabeza, plantearte preguntas incómodas. Ahí está la gracia. Si no, es un pasar hojas. En Taxi hay incluso sentido del humor. Si tú haces de la crudeza tu sello, acaba siendo una caricatura de ti mismo y veo a veces a muchos autores que acaban siendo una caricatura de sí mismos por intentar ser muy duros".
El resultado es una novela muy trabajada plagada de reflexiones. "Sí, hombre, yo los libros me los trabajo mucho. Luego salen como salen. Me gusta la novela psicológica, qué pasa por el interior del personaje. Me interesa más por qué hacen las cosas que los hechos en sí. Me gustan esas as reflexiones, la máquina de los seres humanos, por qué hacemos las cosas como las hacemos, qué hay detrás de todo eso, frustraciones, fantasmas. Eso es lo que me interesa y la novela es un instrumento superpoderoso para conseguirlo. Puedes explicar un personaje con lo que hace, con lo que piensa, con lo que necesita. Me gusta jugar a eso".
Dejó la abogacía por la literatura
En el fondo él quería ser escritor y, sobre todo, poeta. Pero, desde un punto de vista más práctico, una carrera le permitiría sobrevivir, comprar discos y libros, si le iba mal con la literatura. De modo que estudió Derecho y se convirtió en abogado penalista hasta que un día decidió abandonar su profesión. "Llego un momento en que era imposible compatibilizar el trabajo con la escritura. Cada vez me exigía más y necesitaba más horas. Por otro lado, iba a un juicio y cada vez pensaba más en la novela. De acuerdo que mi defendido era un quinqui, pero tenía derecho a un abogado que pensara en su caso".
Dedicarse de lleno a la literatura conlleva un riesgo: "Puede llegar el día en que hagas cosas que no quieres, como ganar un premio solo por el dinero. No me gustaría llegar a eso o venderte o hacer un libro barato porque no tienes para pagar el alquiler. Eso me da miedo. Voy a abrir una cuenta bancaria para que podáis ingresar un euro. Esto en Cataluña –añadió entre risas- se hace mucho últimamente, pero no funciona mucho".
Tres taxistas en casa
Vivían en la misma casa tres taxistas: su padre y sus dos abuelos. "Tenía claro que, para contar esta historia, el protagonista tenía que ser taxista y yo lo había vivido en casa. Sabía cómo era el trabajo, estar tantas horas pegado a la máquina. Mi padre olía a coche, a gasoil. Cuando era pequeño pensaba que él tenía el mejor trabajo del mundo: salía, volvía cuando quería y pensaba que era genial ir en coche por la ciudad. Sin embargo, mi padre me hizo ver que era muy duro. Lo peor era que te diera igual ir a cualquier lado y depender de los demás todo el día. La no rutina es una rutina y es muy destructiva. Es como la maldición de Prometeo".
Explicó Zanón que taxista era la profesión perfecta para Sandino, su protagonista, "un personaje a la deriva, que le diera lo mismo estar en un sitio que en otro porque estaba igual de bien o de mal, con una mujer que con otra, en un sitio que en otro, con unos amigos que con otros. Esa deriva era el motor de la narración. Un Ulises que no sabe dónde está su casa, no sabe a qué o quién pertenece. También necesitaba alguien que encontrara algo que le fijara, que le obligara a elegir, porque no elige nunca. Lo tiene todo y por eso no tiene nada". Y añadió: "Se siente estafado con su vida y no le puede echar a nadie la culpa porque ha sido él. No es un Donjuán ni un depredador, es alguien con historias medio acabadas, que no engaña, pero no un depredador".
Una mañana, la esposa de Sandino le dice que tienen que hablar y él, sospechando que quiere dejarle por culpa de su infidelidad, retrasa durante días esa conversación no volviendo a casa y vagando con el taxi por la ciudad con la música de The Clash al fondo. "En una novela cuentas con la imaginación del lector, que suple todo lo que te puede dar el cine. La música puede servir para evocar. Yo propongo esa, pero el juego ese que el lector ponga sus canciones".
La abuela misteriosa
Carlos Zanón ha trasladado a Taxi la historia de su abuela. "Era una mujer misteriosa y solo cuando se murió supimos cosas que no sospechábamos. Por ejemplo, que veraneó en La Concha. No nos lo creímos y luego resultó ser cierto. Resulta que la madre de mi abuela enfermó de tifus y estuvo desahuciada. Una familia muy rica quiso adoptar a la niña una Navidad, pero mi bisabuela no se murió y no la adoptaron. Sin embargo vivió con ellos como si fuera su hija y mi abuela solo se enteró de la verdad después de muchos años. Le dieron una educación de nivel para señorita. Sabía solfeo, veraneaba… pero no lo explicó nunca".
No es el único hecho histórico de su abuela que se narra en la novela, por increíble que parezca. Entre el asombro y la sonrisa de los presentes, Carlos Zanón explicó cómo perseguía a los nietos con la dentadura postiza en la mano, cómo hacía huevos fritos para toda la semana o cómo en cierta ocasión confesó haber matado a su marido.
La abuela vivía en el piso de debajo de la misma casa que el escritor, a la que llama "Casa Usher", como la de la narración de Edgar A. Poe. "Una casa donde se queda a vivir todo el que entra: mis abuelos, mis padres… Una metáfora de cómo las raíces te atan, te impiden volar y reinventarte, como le ocurre a Sandino".
Sandino es un taxista que lee libros poco conocidos. "Elegí que el protagonista leyera libros buenos. No creo que haya taxista que lea esos libros, pero si alguien quiere leer los que salen en la novela se encontrará con libros absolutamente maravillosos".
Crítico literario
Carlos Zanón hace crítica literaria a menudo. "Me dicen que no es correcto escribir y juzgar a otros escritores. Quizás tengan razón, pero me gusta. Y ya está. Intento aportar lo que yo sé de escribir. Yo sé que en el peor libro hay ilusión y trabajo. Tienes que respetarle a él y al libro. Lo sé porque a mí me han rechazado durante 20 años mis novelas. Todas. Hay que respetar el trabajo y el escritor. Pero cuando escribes y publicas te arriesgas a que la gente lo valore y yo intento comunicar entusiasmo si me gusta. Digo lo que funciona y lo que no. En todos hay cosas buenas".
No cree que sea incompatible estar a ambos lados de la trinchera y nunca hace críticas de amigos ni de enemigos. "El problema eres tú mismo. Hay un momento en que conoces a mucha gente del sector, te cae bien la gente de prensa de la editorial y el editor te trata bien Si empiezas a arrugarte, lo tienes que dejar. Además, hay editores que saben que sacan malos libros y, si ven una buena crítica, pensarán que eres un cobarde. Si haces bien tu trabajo, te respetan más. ¿Qué si tengo enemigos? Tengo una archienemiga extranjera en lengua española, pero mola porque uno no puede ser un héroe sin un archienemigo".
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