Bruno Pardo Porto
Con su reverso oscuro, Benjamin Black, el autor se ha convertido en una estrella del género negro. Su última novela, «Pecado», ha sido galardonada con el premio RBA
John Banville (Irlanda, 1945) concilia la solemnidad con el humor ácido y la autoparodia. De la misma forma, cultiva la literatura reposada y atemporal bajo su nombre y es una estrella del género negro, que firma como Benjamin Black. Con su reverso oscuro, ese «artesano» que convive con el «artista» escribe muy rápido, buscando que la historia corra y corra hasta llegar al siguiente libro. Así ha alcanzado su novena obra como Black, «Pecado», con la que ha ganado el premio RBA.
¿Es Benjamin Black una forma de separar la Literatura, con mayúsculas, de Banville, de la levedad de la novela negra?
-No sé si es tan complicado, la verdad. En 2004 dejé mi trabajo como periodista, que había ejercido toda la vida, y me di cuenta de que necesitaba algo con lo que ganarme el pan. Entonces creé a Benjamin Black, que escribe muy rápido, al contrario que Banville, que escribe muy lento. De la misma manera, Black se considera a sí mismo un artesano, mientras que Banville intenta ser un artista, independientemente de lo que eso quiera decir.
¿Con cuál de los dos disfruta más trabajando?
¿Diversión? ¿Un escritor diversión? (pregunta mientras ríe) Creo que obtengo más satisfacción artística de Banville. Me encanta la frase como objeto, creo que es nuestro mejor invento. Benjamin Black se centra más en los personajes, el argumento. Creo que me entretengo más con Black, pero es un entretenimiento de perfil bajo.
¿Qué le atrae de la novela negra?
Una de las razones por las que comencé a escribir fue precisamente la novela negra, en concreto por las obras de George Simenon. Fue un filósofo amigo mío el que me sugirió que lo leyera. Yo pensaba que era un escritor de clase b, y tienen algunas novelas que no son tan buenas, pero los libros que él llama «roman durs» (novelas duras) son maravillosas, de las mejores obras literarias del siglo XX.
En «Pecado» vuelve a hablar de la Iglesia como una institución siniestra, opaca, que oculta sus crímenes.
Voy a tener que dejar de meterme con la Iglesia. Hay una expresión en inglés que sería como «talar el árbol caído». La Iglesia sería mi árbol caído. Cuando descubrimos los delitos y los crímenes que cometió y encubrió la Iglesia fue una gran sorpresa para todo el país. Descubrimos que habíamos tenido un gulag, pequeño, pero un gulag al fin y al cabo, en el que sobre todo niños pobres y chicas embarazadas eran encerrados. Cómo no obsesionarse con la Iglesia y con lo que ha hecho en Irlanda. En cambio, Banville ha sido incapaz de escribir sobre ello. No sé por qué.
¿Quizás Banville prefiere hablar de la religión desde un punto de vista espiritual?
El caso es que a Benjamin Black le interesa lo concreto, los lugares, los personajes, los hechos históricos. A Banville no le interesa eso, escribe en un mundo atemporal.
Tal y como están las cosas, ¿cree que nuestro mundo está peor que el de las novelas de Benjamin Black?
Desde luego no en Irlanda. Allí las cosas han mejorado mucho. Odiaría pensar que las nuevas generaciones se criasen en un mundo como el mío, lleno de secretos, de pecados escondidos, de maltrato a niños pobres y a chicas jóvenes. No voy a decir que eso haya quedado en el pasado, pero es distinto.
¿Qué le preocupa de las nuevas generaciones?
No sé si los jóvenes entienden los peligros de las nuevas tecnologías y lo subversivas que pueden ser. A día de hoy todo el mundo cree que tiene una voz, algo que decir. Y no todo el mundo tiene algo que decir. Siempre imagino a un astrónomo observando un astro lejano, que lleva estudiando 50 años, y que de repente intenta explicarse por qué hay tanto ruido, por qué viene tanto ruido de ese planeta en los último 15 años.
¿Quién cree que no tiene nada que decir?
La mayoría de la gente. Yo no tengo nada que decir, apenas unas opiniones sólidas sobre ciertas cosas. No se me ocurriría ahora ponerme a tuitear sobre la crisis en España en estos momentos. Sería algo de mal gusto.
En muchas ocasiones ha dicho que se siente más respetado aquí que en su propio país. ¿Qué le parece España?
La primera vez que vine aquí fue a principios de los años sesenta. Era un país muy distinto, mucho más oscuro. Tenía sus problemas. Creo que fue en 1962. No hacía tanto que había acabado la guerra. En los autobuses, en los tranvías, veías que había sitios reservados para los veteranos de guerra. Y había veteranos de guerra en esos asientos. España es un país muy pasional, al contrario que Irlanda. Pero allí sentimos mucha afinidad con vosotros. Ambos países tenemos una historia oscura. Hemos tenido una dictadura, aquí un dictador, allí la Iglesia, y ambos hemos quedado destrozados después de una guerra civil. Además, fue un español quien inventó la primera novela moderna.
¿Le interesa Don Quijote?
Sí, claro, aunque tengo mis reservas. Había un autor que decía que solo te podía gustar Don Quijote si disfrutabas viendo cómo la gente vomitaba delante de los otros. Es un poco exagerado, pero va por ahí. Y por supuesto, el héroe del libro es Sancho Panza, un maravilloso retrato de la ternura y de la amistad. Esta imagen del escudero bajito y gordinflón con el caballero loco ilustra perfectamente lo que es la amistad, en el sentido de que es un perdón mutuo. Es algo maravilloso.
¿Qué libros salvaría de la quema del Quijote?
Es una pregunta imposible. Si quisiera leer una buena novela negra leería algo deRichard Stark, que nadie conoce pero que fue el creador del personaje Parker al que homenajea mi Quirke, que tampoco tiene nombre de pila. Si quisiera entretenerme a la antigua leería «La hoguera de las vanidades». Si quisiera algo bello leería «Ill Sin Ill Said», de Samuel Beckett. Es un texto tardío, desconocido, pero es su más bello logro. Y luego está la poesía, la historia, la filosofía… Leer es un nuestro don más maravilloso. Siento tanta lástima por la gente que no lee. Su vida será mucho menos rica que la mía. Pero al mismo tiempo yo no tengo idea de deportes, no me interesan lo más mínimo. Y aún así veo que hay mucha gente que obtiene esa belleza, esa elegancia, esa pasión que necesitamos del deporte precisamente.
¿Nunca ha disfrutado con el deporte?
Solo he conseguido ver lo interesante de los deportes una vez en toda mi vida. Fue en los 60, viendo un partido de fútbol en un pub. Estaba jugando Pelé, que avanzó tres cuartos del campo, iba el balón hacia él y se tiró de cabeza y metió el gol. Ahí sí que pensé: «Esto es maravilloso». El caso es que una persona que adore los deportes y me vea me mirará y dirá «qué aburrida y gris debe de ser su vida».
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