24 de març del 2017

Novela negra: ¿de qué estamos hablando?

[Un ciego con una pistola, 24 de marzo de 2017]


Una novela negra no es una historia que se cuenta con el estilo de una redacción de educación secundaria del estilo «mi día en el parque de atracciones». No. Ni siquiera es una historia con crimen u otro delito de cualquier naturaleza contada al modo de un documental de National Geographic. No. Tampoco es una historia en la que desaparece el jarrón de la abuela y aquella sobrina lista ayudada por su novio boticario resuelve el misterio enfrentándose a peligros tan escalofriantes como saltarse una hora de escuela con el riesgo de ser pillada in fragantiMisterio que para más inri se resuelve gracias a ese contacto del grupo de Whatsup de misterio de aficionados almisterio. No. Ni de coña. Y ni mucho menos es una historia investigada por un detective al que le gustan los animalitos, cliente de herbolario aficionado a las terapias alternativas nueva era, que escribe poemas de amor en sus ratos libres y es gay porque ser gay está bien visto socialmente y es políticamente correcto y porque «ya estamos hartos de detectives duros y machistas».
El detective o policía clásico tiene que ser duro porque se va a enfrentar a traficantes, asesinos, violadores, atracadores, pederastas o mafiosos, no por el capricho de denostados y obsoletos escritores como Chandler o Jim Thompson. Y el lenguaje y el estilo utilizados deben ser intensos y deben golpear las entrañas no por el capricho de cuatro escritores chulos o machistas, sino porque nos describen hechos deleznables y horribles.
No hay nada más ridículo que describir hechos de esta naturaleza con un lenguaje costumbrista y un estilo timorato. Bueno, sí que lo hay: que los escritores que lo ponen en práctica digan que vienen a revolucionar el género sin haber leído ni una sola novela de género y, por tanto, sin tener ni idea de lo que quieren revolucionar. Hay algo todavía más curioso: que estos escritores sean publicados, culpa de las editoriales, obviamente; y que sean leídos, culpa, indudablemente, de la «tontificación» del personal y de la corrección política reinante.



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