Javier Pérez Andújar
Los quioscos han sido las librerías allí donde no había librerías, las neuronas de la calle
Ha muerto Javier Coma y se me han declarado los tebeos en huelga. A Javier Coma se le deben muchos libros, por supuesto; pero es su 'Historia de los Cómics', aquellos cuatro volúmenes encuadernados en un color extraño, con una textura asimismo extraña para portada de unos libros (parecía más propia de un tresillo), lo que a principios de los años ochenta convulsionó los quioscos, que ya hacía tiempo que iban a convulsión diaria, de nueva revista en revista nueva, de colección en colección de fascículos. La dirigida por Coma y editada por Toutain significó una revolución cultural en una manera de leer que todavía no estaba considerada cultura (y hoy, a ratos); y era también un canto de amor a los cómics, y a sus creadores y profesionales, y por encima de todo a los lectores. A quienes empezaban a comprarlos y a quienes llevaban toda su vida leyendo cuadernos ilustrados desde que apareció 'El corsario sin rostro' hasta las últimas reediciones de las Hazañas Bélicas. Aquella 'Historia de los Cómics' venía repleta de biografías, explicaciones, documentación, artículos de expertos de muchos países, reproducciones de planchas tan inaccesibles y tan lejanas para los lectores como el último de los planetas. Pero Plutón, que entonces era nuestro último planeta, ya ha sido expulsado del derecho a ser uno de los nuestros, igual que se está expulsando de la existencia, no ya a los fascículos, sino a los kioskos en general. A ambos, a los quioscos y al que no hace tanto fue reclasificado como “planeta enano” (y menos mal que no le pusieron “planeta mindundi”), se les excluye en verdad por pijerío.
Los quioscos son las neuronas de la calle, y al modo de éstas han construido una red de inteligencia urbana. Por los quioscos pasa todo lo que es importante: los acontecimientos históricos, las cosas de la vida, los hechos políticos, la lectura, las aficiones de cada cual, los vicios privados, los juguetes, las golosinas.
EL AMAZON DE LOS BLOQUES
El quiosco ha sido librería donde no ha habido librerías. Hay todavía en Barcelona barrios y municipios enteros que no tienen ni una sola librería, y cada vez cierran más kioscos. El kiosco ha sido la librería del pobre. El quiosco es a las grandes superficies lo que las tiendas ecológicas a la comida empaquetada. A los quioscos de los barrios han acudido históricamente los escolares para comprar las lecturas del curso, como 'La plaça del Diamant' y 'Últimas tardes con Teresa'. El quiosco ha sido un Amazon de los bloques, y de este modo ha traído desde un muy lejos modesto los libros que les pedían. El quiosco lleva pegada la libertad de la gente que pasa por la calle y en su puerta sostiene con pinzas lo que ocurre cada día. El lema del quiosco debiera ser: Lo que pasa, para la gente de paso.
Tener una cultura de quiosco anula las fronteras culturales, pues en su crisol se mezcla todo lo que está vivo y palpita. Se aprende a ser democrático culturalmente pasando junto a los cartones de un quiosco apoyados en la pared de enfrente. Se aprende democracia en el compañerismo de encontrar, por ejemplo en estos días de casi primavera, la 'Ciropedia de Jenofonte', traducida por Ana Vegas Sansalvador, al lado de 'Las colinas negras', de Lucky Luke, traducido por Mireia Rué. Ha sido democrático haber podido comprar en el mismo lugar historietas de 'Conan el Bárbaro' y ediciones de Nietzsche, Boris Vian, Raymond Chandler, Knut Hamsun, Sven Hassel... En el quiosco está la aventura de ir a buscar noticias llegadas de todo el mundo y volver con novelas del oeste, o de ciencia ficción, o de terror, o de detectives. Me pasé dos años en un quiosco repartiendo la prensa a los suscriptores y los domingos eran tan gordos los diarios que no cabían por debajo de las puertas de los bancos. Había un médico al que cada mañana le podía decir lo que iba a comer ese día porque siempre me lo detallaba su criada (el conejo con chocolate fundido le chiflaba). Unas navidades, en una sastrería me dieron una corbata de aguinaldo.
SUPERVIVENCIA
Un quiosquero, una quiosquera, trabajan trece horas diarias todos los días del año, y sólo cierran en San Esteban, Año Nuevo y Viernes Santo. El de mi barrio no les calcula a los quioscos más de cuatro o cinco años de supervivencia, y dice que luego pondrán máquinas en la calle para que la gente compre la prensa. Si es que la siguen comprando, porque también dice que los quioscos salen adelante, no por la venta de revistas y diarios, sino gracias a las promociones de sartenes, cuberterías, aparatos electrónicos, pero también se han dejado de vender. Bueno, está la ayuda de la máquina de tabaco. Y aún resisten los cromos. Lo cierto es que un quiosco cerrado da más beneficios que un quiosco abierto, ya que el pastón se hace con la publicidad que exhiben en sus paredes de perfumes, campañas institucionales, estrenos cinematográficos... En eso el quiosco no ha perdido su olfato callejero, y nos está anunciando lo que se nos viene encima. Un mundo sin nada dentro donde se especula con las apariencias.
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