P. Unamuno
La
editorial mexicana Jus desembarca en España con un primer título que es una
declaración de intenciones. Algo así como «hágase justicia aunque se hunda el
mundo». El autor a quien se reivindica, a través de su libro de relatos
Trópico, es el casi desconocido Rafael Bernal, en quien se constata que el
talento no siempre es suficiente.
Lo poco
que los más enterados suelen saber de Bernal (1915-1972) es que escribió el
libro fundacional de la novela negra en México, El complot mongol, y que fue
hombre de natural inquieto, viajero incansable y de ideas políticas
conservadoras que posiblemente influyeran en la escasa difusión de su obra.
El
episodio más oscuro con el que se le relaciona en su detención después de que
un grupo de sinarquistas (nacionalistas, católicos y anticomunistas) colocara
una tela negra sobre la estatua de Benito Juárez en la Alameda Central del D.
F. Bernal negó su participación en los hechos pero una foto de la Enciclopedia
de México lo muestra leyendo un texto ante el micrófono en el momento en que se
encapuchaba al ex presidente.
Sí es
cierto que militó en el Partido Fuerza Popular, heredero de la Unión Nacional
Sinarquista. El presidente Miguel Alemán le ofreció el indulto, pero él lo
rechazó porque suponía reconocer su culpa. Después se desvinculó del
movimiento.
Hay
otros motivos que explican el olvido de Bernal. Uno es la falta de un estudio
exhaustivo de su creación. Además, muchos de sus libros fueron editados por
sellos pequeños, desconocidos u olvidados como Calpulli, que sacó a la luz El
fin de la esperanza en 1948 porque Stylo, la editorial que lo imprimió, temió
represalias. Otra parte de su obra se dio a conocer por radio y televisión (y
por tanto se perdió)... Y en México recuerdan que Bernal vivió lejos del país
muchos años.
Estudió
el bachillerato en Montreal; de vuelta a México probó suerte cultivando
plátanos en Chiapas (de ahí surgen los relatos de Trópico); vivió en Nueva York
y trabajó como guionista en Hollywood.En París estudió cinematografía y ejerció
como corresponsal.
Enre
1941 y 1956 volvió a Ciudad de México, donde produjo la mayor parte de su obra
literaria publicada y un sinnúmero de poemas, guiones, cuentos y obras de
teatro. En el primer grupo hay que mencionar Caribal y Su nombre era Muerte,
inquietante novela de ciencia ficción. De esa época son sus Tres novelas
policiacas (también de Jus), cuya mera existencia desmiente que El complot
mongol marcara el inicio del género negro en su país. Aquí el protagonista no
es Filiberto García y sus andanzas con los pinches chinos, sino otro detective
de nombre Teódulo Batanes inspirado en el padre Brown de Chesterton.
La vida
viajera de Bernal se reanudó con un periplo venezolano en el que trabajó en TV
adaptando novelas de Uslar Pietri y Rómulo Gallegos. Más tarde hizo carrera
diplomática, que lo llevó a Honduras, Filipinas, Japón, Hong-Kong... Así sacó
adelante otra de las facetas de su carrera, la de historiador.
En Lima
volvió a publicar poesía y a escribir teatro, se integró en la vida cultural de
la ciudad y terminó no sólo El complot mongol sino la que es considerada su
obra mayor: El gran océano, una biografía del Pacífico, sus historias y sus
gentes, que no se editó hasta 1992.
El
clima de la capital peruana agravó la sinusitis de Bernal, que pidió por ello
ejercer como empleado de embajada en otro lugar más seco. Berna fue el destino
donde le sorprendió la muerte en 1972. Sus restos sólo regresaron a México 20
años después, coincidiendo prácticamente con la publicación de su libro
predilecto.
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