Marina Artusa
Entrevista
Ganador del premio Goncourt en 2013, el francés vuelve con una novela sobre un asesinato entre niños. Obsesiones, secretos y enojos de un escritor al que le gusta perturbar.
Pierre Lemaitre le gusta decir que es un hombre tardío. ¿Lo dirá porque se casó después de los 50 o porque luego de años de enseñar literatura a bibliotecarios escribió su primera novela a los 56? Tal vez lo dice porque casi a los 60 debutó como papá o porque recién en 2013, a los 62, le llegó el reconocimiento con el Premio Goncourt, la distinción literaria más importante de Francia. Le lleva su tiempo, a Lemaitre, lograr lo que se propone. No parece, sin embargo, un tipo ansioso: “Llevo cuarenta años buscando a esta mujer –dice el novelista y acerca el retrato blanco y negro de una morocha intensa, preciosa, que custodia el escritorio mínimo donde Lemaitre escribe–. No sé quién es pero hace décadas que sueño acostarme con ella”.
La fotografía enmarcada llegó a sus manos cuando un amigo suyo vació una baulera. Lemaitre buscó al autor que firmó el retrato (Alban) pero el fotógrafo no recordaba a su modelo. Consultó a estilistas y, por el peinado de la morocha, se podría decir que la foto fue tomada en los años ’30. “Pero no tengo cómo rastrearla”, dice el novelista del noir francés más intrigante de los últimos años, sentado en el living de su casa, un departamento pura luz en la zona baja de Montmartre.
¿No probó contactar a la mujer del retrato por las redes sociales?
No figuro en Facebook ni en Twitter. No tengo ni siquiera página web.
¿Quiere que lo ayude? Puedo postear la foto y señalar que el novelista francés Pierre Lemaitre busca a esta mujer.
¿Sería capaz de hacer eso por mí?
Por un rato el enigma de la mujer del retrato nos aleja de la charla sobre su última novela, Tres días y una vida (Trois jours, un vie, en idioma original), que la editorial Salamandra acaba de publicar en español. En el libro, la intriga es otra: un nene de 12 años comete, ante los ojos del lector, una atrocidad por la cual será buscado durante años. Años en los que el chico se convertirá en un hombre agobiado por su pasado. “Muchas veces he creado personajes que creen poder escapar a su pasado, pero que quedan atrapados en él”, dice Lemaitre.
¿Quiso escribir una novela sobre la culpa o sobre el castigo?
La noción de castigo es demasiado religiosa para mí. Esconde la idea católica de redención, con la que no me siento identificado. Eso lo encontramos, por ejemplo, en Crimen y castigo de Dostoievski, pero no está en mi cultura. La noción de culpa sí me interesa. En Tres días y una vida he optado por otra forma de culpa. He querido situar al lector ante una paradoja: que, por un lado, quiera que Antoine (el niño de 12 años) escape del caso y que, por otro lado, no. He querido dar la responsabilidad moral más al lector que al personaje.
Poner al lector frente a situaciones perturbadoras no es muy amable de su parte. ¿Por qué lo hace?
El oficio del novelista es perturbar. Una novela es buena cuando plantea interrogantes al lector. Las peores novelas son ésas en las que el autor cuenta todo, piensa por el lector y no deja ningún rincón en sombra.
Esta novela angustia. ¿No es demasiado arriesgado establecer una relación emocional con el lector despertando sentimientos trágicos?
Hay tantos libros que un lector va a devorar y de los que no se va a acordar al día siguiente porque su lectura era demasiado fácil, que yo no me quejo cuando provoco reacciones en el lector. No me voy a lamentar por hablarle demasiado fuerte al lector. Tampoco voy a pedir perdón.
El riesgo es que esa persona que está leyendo su libro lo abandone.
Si escribo novelas demasiado complejas en el plano emotivo, es cierto, puedo perder lectores que no llegarán al final del libro. Pero incluso si lo abandonan, he hecho mi trabajo. Si alguien deja de leer porque ha sentido una emoción, al menos se dirá que hay algo que le habla de su vida y que abandona el libro porque le habla de un modo demasiado fuerte. La literatura es una máquina para explicar el mundo, para analizarlo. Hay otras disciplinas que también lo hacen. La historia, con hechos. La sociología, con estadísticas. La literatura lo hace a través de las emociones.
¿Se angustia cuando escribe?
En absoluto. Me pueden angustiar cuestiones técnicas, pero no son angustias ligadas a la historia. Son propias de mi trabajo. No siento la angustia de los personajes, aunque vivo sus mismas emociones. Para escribir bien tengo que ponerme psicológicamente en la misma situación.
Lemaitre ganó el Goncourt con Nos vemos allá arriba, su primera novela costumbrista, ambientada en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial. El relato comienza en los días previos al armisticio de 1918 y hace foco en el espinoso volver a casa de dos sobrevivientes que no logran hallar un lugar en el mundo, la crueldad de la vida en la trinchera, los negocios turbios en torno a los cuerpos de los caídos en combate y las falsas exhumaciones. El mismo Lemaitre admitió que escribió el comienzo de esa novela veintidós veces.
Hay una parte del mundillo literario que lo mira con cierto recelo argumentando que a usted le importa más el engranaje de la historia a contar que una escritura más sofisticada y cuidada. ¿Es así?
Me molesta que me pregunte esto porque no estoy de acuerdo con la pregunta. Es muy difícil escribir sencillo. Es lo más difícil que hay. Escribir de forma barroca es muy fácil. La gente piensa que como es fácil de leer, es fácil de escribir. Esa es la lección de Simenon. Cuando le preguntaron cómo era su estilo, respondió: “Llueve”. Es decir, lo más sencillo que pueda haber. El estilo, para mí, no es la complejidad de la escritura. El estilo es una voz. Puede que mi estilo no sea el de Proust, que sea más modesto, pero es mi propia música. Esta cuestión me enoja. Una página y media de Nos vemos allá arriba me llevó una semana de trabajo. El lector la lee en 45 segundos. Pero si lo hace en 45 segundos es porque está bien escrita.
No se enoje. Dice que tiene una voz, un estilo. Si pudiera hablar de usted en tercera persona, ¿como definiría a Pierre Lemaitre?
Diría que Pierre Lemaitre es un autor que tiene el sentido de lo trágico. Me gustaría escribir otras cosas, pero siempre vuelvo a él. Acabo de adaptar Tres días y una vida al cine. Y no pude privarme, a causa de este sentido trágico, de introducir una escena que no está en el libro y que es todavía más negra.
Su carrera literaria está marcada por el “noir”, género con el que también cosechó premios y buenas críticas. ¿Qué diferencia hay entre una novela negra y una policial?
Es curioso. En el mundo anglosajón y francés se diferencian bien. En España, Italia y América Latina no se hace tanta distinción. En una novela policial hay una investigación y un misterio que fundamenta el libro. En la novela negra, no es obligatorio. Hay un caso criminal, pero no necesariamente una investigación, y el misterio no es forzosamente conocer el nombre del asesino. En Tres días y una vida no hay misterio sobre quién es el culpable. La cuestión es otra, saber si el culpable va a ser arrestado o no. Otra diferencia es que, en un policial, la motivación del personaje es individual, personal, psicológica. En la novela negra estamos ante una responsabilidad colectiva, política, ideológica. El sistema es el culpable.
¿Por qué gusta tanto el género?
Tiene éxito en las sociedades occidentales postindustriales porque viven una gran violencia en el plano simbólico. La desocupación conlleva una terrible violencia. Creo que la novela policial, en estas sociedades, sirve para exorcizar esa violencia. Hay un sincronismo bastante claro entre la moda del policial y lo que sucede en el mundo a nivel social.
La mirada occidental también le está dando un rol hegemónico a los niños. La elección de un nene como protagonista de su novela, ¿es un modo de decir que lo que se hace a esa edad marca para siempre o hay un interés particular por lo que sucede en esa franja de la vida?
Mi caso es más psicológico o moral. No entro en la violencia de los niños. En el libro, el hecho terrible es accidental. He querido neutralizar la idea de un delito voluntario. Pero el problema aquí es que, sin quererlo, el protagonista cometió casi el crimen perfecto. Lo que me interesaba, más que la violencia de la infancia o la responsabilidad social que implica que haya niños asesinos, era un asunto individual, de orden moral. Y cómo todo lo que se considera que es bueno para el personaje, va creando su infelicidad.
Lemaitre escribe en un entrepiso apretado que da al living. “Antes tenía una mesa muy amplia, pero me siento mejor en un espacio pequeño, en un huevo. Cuanto más chico, mejor. Aquí tengo mis libros, mis amuletos. Soy muy supersticioso. No me gustan los grandes espacios. Creo que me descentran”, dice. Desde este escritorio de madera chiquito reflexiona: “La buena novela, al menos la que yo trato de escribir (no sé si lo consigo), es la que lleva al lector a hacerse preguntas. ¿El personaje hizo bien? ¿Se equivocó? ¿Yo habría hecho lo mismo? Esos son los interrogantes que me gusta generar . Porque ése es el oficio del novelista: no aportar respuestas, sino preguntas. Igual que un periodista. Aunque espero que la próxima vez que nos veamos en vez de preguntas usted traiga al menos una respuesta: quién es la mujer del retrato con la que sueño desde hace cuarenta años”.
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