Enric González
Jorge Arévalo
Munzer Fahmi era mi librero de cabecera. Sólo había dos
librerías palestinas en Jerusalén, ambas en el sector ocupado, y eran las
únicas que valían la pena en la ciudad. La de Fahmi estaba en el Hotel American
Colony. Sospecho que aquel
hombre leía todo lo que entraba en su pequeño establecimiento.
Acumulaba cultura y cordialidad y nunca daba un mal consejo literario. Una
tarde no fui a charlar ni a husmear en las estanterías, sino a pedir auxilio.
-Quisiera largarme de aquí ahora mismo, pero no puedo. ¿Tienes
algo que se parezca a un billete de avión?
-Fahmi sonrió con un punto de burla, como siempre. ¿Qué iba a
contarle yo sobre Jerusalén? A él, nacido en la ciudad, las autoridades
israelíes intentaban deportarle una y otra vez.
-Ah, esta ciudad. Es agobiante a veces, ¿verdad? Tengo lo que
necesitas.-Se levantó de su mesa y me señaló un anaquel bajo, repleto de
libros de un tal Jo Nesbø.
-¿Alguno en particular?
-Si se trata de un caso de vida
o muerte, empieza por el más potente: El muñeco de nieve.
Si no estás completamente desesperado, date el lujo de empezar por el
principio. Llévate El
murciélago.
Me lo llevé. Al día siguiente volví y compré todos los demás,
todo lo que Nesbø había publicado hasta 2011. La receta de Fahmi funcionó
perfectamente.
Harry Hole, el detective del noruego Jo Nesbø, mide casi dos
metros y cumple
con los tópicos del género: alcohólico, fumador, terco,
razonablemente antipático, sentimentalmente fracasado, indisciplinado y, por
supuesto, muy buen policía. Le encuentro una ventaja sobre los demás detectives
escandinavos de novela negra: refleja
los fallos del sistema socialdemócrata, la abundancia de
madrigueras neonazis, la corrupción, la plaga de toxicomanías y el tedio
general, pero, a diferencia de otros, no se solaza en ello hasta el punto de
hacer pensar al lector que entre Oslo y Alepo, mejor Alepo.
No se interprete esto como un rechazo a la novela negra
escandinava, en su conjunto la más interesante del planeta. El islandés
Arnaldur Indridason, los suecos Liza
Marklund, Stieg Larsson y Henning Mankell, la noruega Karin Fossum,
y unos cuantos más, conforman una generación prodigiosa. Por otra parte, la
crisis social y económica de los países escandinavos ofrece un escenario
idealmente oscuro para el bisturí crítico de la literatura negra: la
inmigración ha contribuido a quebrar la solidaridad que hacía posible la
convivencia en una región de clima brutal, la emancipación de la mujer (con
grandes dosis de discriminación positiva) no ha sido aún digerida por los
hombres, milagros industriales como el de Nokia se han venido abajo y los movimientos antisistema
tienden a lucir cruces gamadas. La delincuencia, la violencia
sexual especialmente, alcanza los niveles más altos de Europa en países como
Suecia o Dinamarca. Pero tenía que elegir un solo detective escandinavo, para
no abrumar con una sobredosis de smorgasbord,
y me quedo con Harry Hole. En
sus aventuras no se relata la crisis: se ve.
Jo Nesbø (Oslo, 1960) tampoco resulta un escritor convencional.
En Noruega es más conocido como estrella del rock por su grupo De Nerre. El
tipo se alistó en el ejército, estudió Económicas y durante un tiempo compaginó
su trabajo diurno como broker con el
trabajo nocturno en los escenarios. Física y mentalmente agotado, embarcó en un
avión y se largó al otro lado del mundo, a Australia, con la idea de comenzar
una nueva vida. Durante el viaje comenzó a redactar El murciélago. La
primera aventura de Hole transcurre en Sidney. El resto tiene como escenario
Oslo, donde el escritor reside.
Nesbø utiliza a Hole como saco
de boxeo. No creo que exista otro
investigador de ficción tan zarandeado, golpeado y tiroteado; donde no llegan
sus muchos enemigos, llega el propio policía con sus impulsos autodestructivos.
Al propio Nesbø le extraña que su personaje caiga simpático a los lectores. Y,
sin embargo, es así. Hole cuenta con millones de entusiastas. Quizá la clave
radique en el ritmo narrativo.
Harry Hole nunca tiene tiempo
que perder. Sus reflexiones
autoconmiserativas duran unos pocos párrafos porque la acción, desenfrenada, se
lo lleva en volandas. Jo Nesbø
es un maestro en la construcción de historias y un mago en su desarrollo: como si
tuviera el pedal de su batería justo detrás, marcando un dos por cuatromolto
vivace o presto, la
partitura fluye a gran velocidad y con las páginas pegadas al suelo, sin
derrapar en ninguna curva. No es capaz de acercarse al supremo talento
literario de Georges Simenon, sus diálogos no son los de Raymond Chandler y
carece de la capacidad de Andrea Camilleri para recrear ambientes y atmósferas,
pero lo que sabe hacer, contar
historias que cortan el aliento, lo hace estupendamente.
Algún día tendré que darle las gracias al librero Munzer Fahmi,
por Jo Nesbø y por unas cuantas cosas más.
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