Entrevista exclusiva al escritor cubano Leonardo Padura
El autor reflexiona sobre la asombrosa capacidad de resistencia histórica, de asimilación y reelaboración de la sociedad cubana, los cambios que galopan en los horizontes y el equilibrio entre la identidad y las nuevas tentaciones.
Eduardo Febbro
El compromiso consistió en no hablar ni de Obama, ni de los Rolling Stones. Y fue un pedido sabio formulado por el gran escritor cubano Leonardo Padura en estos días en que La Habana se convirtió en una pista de aterrizaje de periodistas venidos del mundo entero para asistir a los dos acontecimientos: la visita del presidente norteamericano, y el concierto de la banda inglesa. Sabio porque Cuba y su cultura son infinitamente mucho más que un mandatario estadounidense y un grupo de rock, y porque Leonardo Padura es la escritura más elocuente y bella del idioma español. No construyó su obra ni conectado a Internet, ni en Miami, sino en un barrio de La Habana en el que siempre vive, La Mantilla, tierra de su héroe y detective agente de policía, Mario Conde, un hombre escéptico y sin ilusiones consistentes que quiso ser escritor y cuya primera aparición remonta a la novela Pasado perfecto (1991), la primera de una tetralogía (Las cuatro estaciones) que comprende: Máscaras (1999), Vientos de cuaresma (1994), Paisaje de otoño (1998). A los que se suma Adiós Hemingway (2001), La neblina del ayer (2005), La cola de la serpiente (2011) y Herejes (2013).
Padura había soñado con ser un jugador de béisbol, pero las palabras y sus narraciones impecables hicieron de este autor humano y afable un protagonista central de las grandes ligas de la literatura.
Padura hizo de su héroe Mario Conde un testigo áspero de las miserias morales y materiales de la sociedad. Como él mismo lo detalló hace unos años, “aprendí de Hammett, Chandler, Vázquez Montalbán y Sciascia que es posible una novela policial que tenga una relación real con el ambiente del país, que denuncie o toque realidades concretas y no sólo imaginarias”. Su escritura es tanto más atractiva cuanto que Padura es oriundo de una generación que nació bajo las banderas de la Revolución castrista y cuya obra se despliega realmente a partir del llamado “período especial”, es decir, los años que marcaron la caída del bloque comunista y que sumieron a Cuba a la vez en una situación de penuria extrema y obligaron al gobierno a plantearse una apertura mayor. Doble movimiento perfectamente reflejado en los relatos magistrales de este autor que aprendió a zambullirse en lo real a través de la práctica periodística.Su primera novela, Fiebre de caballos, fue escrita entre 1983 y el 84. El desencantado policía deja su profesión en la novela Paisaje de otoño (1988) para dedicarse al negocio de los libros en la trama de la novela Adiós Hemingway (2001). La obra que le ha dado a Leonardo Padura su consagración mundial, El hombre que amaba los perros, no cuenta con el personaje de Conde, que vuelve a aparecer en la última obra maestra del autor cubano, Herejes. Conde es, a lo largo de la obra de Padura, una suerte de vengador de los humildes, un espejo de las desilusiones de la sociedad cubana y también el receptor de una culpabilidad colectiva. Las novelas de Padura han también retratado como ninguna otra obra literaria las evoluciones, la decadencia y las restauraciones no siempre felices de La Habana. La ciudad es un ser al mismo tiempo atractivo y espantado.
En esta entrevista, el autor reflexiona sobre su ciudad, aborda los desafíos que esperan a la cultura cubana en el momento actual, los mitos que unen a Cuba con el mundo –el de Hemingway por ejemplo–. también habla de la asombrosa capacidad de resistencia histórica, de asimilación y reelaboarción de la sociedad cubana, de los cambios que galopan en los horizontes y el equilibrio entre la identidad y las nuevas tentaciones.
–Desplazarse en La Habana es como leer sus libros en voz alta. Como usted lo señaló en la ponencia que presentó en el Congreso de la Lengua Española que se llevó a cabo en Puerto Rico, La Habana es la ciudad de las palabras, está constituida por ellas.
–La Habana es, de hecho, una ciudad que tiene una construcción novelesca muy ligada a su esencia, a su historia y a la propia conformación de su identidad. Se trata de un proceso muy peculiar, muy raro, y probablemente no haya otro con las mismas características que el de La Habana. En el Siglo XIX, en la década de 1830, hay un grupo de la aristocracia cubana esclavista azucarera que tenía un hombre llamado Domingo Del Monte. Ese hombre convocó a un grupo de jóvenes escritores de entonces para escribir la novela de la ciudad. Se estaba tratando de crear la ciudad de La Habana para, a través de esa creación, crear la imagen del país. Por lo tanto, la historia de esta relación está determinada como en ninguna otra ciudad por esa idea de que “primero fue el verbo”. En suma, el proceso de la relación entre la imagen de la ciudad y lo verbal es muy intenso. Después, en el Siglo XX, tenemos escritores tan importantes como Alejo Carpentier o Guillermo Cabrera Infante que construyeron la imagen de La Habana. Carpentier tenía una preocupación muy grande por la arquitectura y Guillermo Cabrera Infante por la música, por la noche y las palabras. Creo que eso ha continuado. La generación a la que yo pertenezco tiene muchos novelistas en cuyas obras La Habana es como un protagonista de sus historias. En los últimos años se dio además un proceso muy curioso que refleja la deconstrucción de la ciudad. La Habana es una ciudad que se ha quedado como atrapada en el tiempo y está sufriendo un proceso muy lamentable de deterioro, y no solamente físico sino muchas veces moral. Todo esto ha sido representado a través de las palabras que están construyendo esta ciudad.
–Esa Habana que está tan presente en sus libros sufre hoy como dos impaciencias:la impaciencia de si misma ante las transformaciones que se perciben, y la impaciencia o la presión del mundo.
–Sí. Por su propio origen, La Habana siempre ha tenido una vocación cosmopolita. La Habana es una ciudad que se creó abierta al mundo. Imagínate que en el siglo XVIII La Habana era la tercera ciudad en importancia del imperio colonial español: las dos otras dos grandes capitales virreinales eran Lima y México. La Habana era la tercera ciudad por su posición geográfica, comercial, por sus fortalezas. Desde entonces tiene esa mirada abierta al mundo, y el mundo también mira hacia La Habana. Creo que en el momento presente hay una tensión dinámica que tira hacia dos puntos diferentes. Una que trata de preservar lo que ha sido esta Habana un poco detenida en el tiempo, y otra que es más lamentable y a la vez es más realista: mira hacia un futuro en el cual haya que sacrificar una parte de esta ciudad. Las ciudades están compuestas por edificios y también por la gente que vive en ellos. Es muy bonito tener una ciudad en la que uno pueda recorrer todos los períodos históricos de su proceso de creación, pero también es muy terrible que las viviendas estén en condiciones deplorables. Y eso pasa en muchos barrios de La Habana. El centro de La Habana está muy afectado porque fue una zona que se construyó como barrio proletario y se encuentra en un estado lamentable. Entonces hay esa tensión entre lo que hay que preservar y lo que no se puede preservar para que La Habana siga siendo un lugar habitable.
–Un escritor de intrigas policiales, Frederic Darc, se preguntó en una novela qué era un escritor sino un hombre que adivina. Su detective, Mario Conde, ha vuelto a la acción en su última novela, Herejes. Si Mario Conde tuviera que adivinar La Habana y la Cuba del futuro, ¿cómo sería?
–¡Oh, esa es la pregunta más difícil que me puedes hacer! Estamos viviendo en un momento en el que se están produciendo cambios en Cuba. Algunos cambios que ya han ocurrido en la sociedad y en la economía son importantes. Imagínate, hasta hace tres o cuatro años, un cubano para viajar tenía que pedir toda una serie de permisos. Eso era algo macabro. Pero esa situación se superó, la tensión política que existió durante tantos años entre Cuba y los Estados Unidos ha bajado, lo que es un hecho que no se puede negar. Pero faltan todavía concluir muchos procesos que son necesarios: uno de los más importantes es la digitalización de la sociedad cubana. Estamos en una sociedad donde hasta tanto no haya un acceso pleno a internet por parte de todos los ciudadanos, aún dependiendo de sus respectivas condiciones, no va a entrar en el Siglo XXI. En ese sentido estamos un paso atrás de la realidad que se vive en el mundo. Por consiguiente, prever cómo será el futuro de Cuba es problemático. Lo que si podemos decir es que ese futuro será distinto, muchas cosas tienen que cambiar. Si no hay evolución no hay vida. Después de los años más difíciles posteriores a la caída del Muro de Berlín la sociedad cubana se inmovilizó. Fue uno de los períodos menos progresivos que tuvo la vida cubana contemporánea. Espero entonces que haya cambios, que la gente tenga posibilidades de desarrollar plenamente sus capacidades, sus conocimientos, y espero que esta vocación universalista que tiene La Habana y Cuba como cultura se mantengan. La cultura cubana es el resultado de muchas mezclas y no se la puede concebir como una ostra.
–La conexión con el mundo a través de internet aporta muchas cosas buenas, pero también acarrea una degradación evidente de nuestra relación con los demás y con nuestra propia cultura. Entre otras cosas, rompe el lazo humano directo con los demás, lo que es una de las cosas más fuertes que se constatan en Cuba:la gente está en la calle. ¿Hay en la cultura cubana un factor lo suficientemente potente para modular ese trastorno social que trae internet y las aperturas a la globalización?
–Yo creo que la cultura y la identidad cubanas son lo suficientemente fuertes como para poder recibir, masticar y deglutir toda una serie de elementos que la modernidad pone sobre la mesa. Ha pasado siempre. La esencia de la cultura cubana es esa, su capacidad para tomar todo lo que le llega y convertirlo en un elemento que la retroalimente. Yo he escrito mi obra con una horrible conexión. Todavía hoy me conecto con un modem por teléfono. Mi modem hace pi, pi, pi, piiii mientras busca la conexión. Tengo que pedirles a mis amigos que busquen documentos para mis investigaciones y me lo envíen después. En fin, creo que sí hay muchos peligros que no son únicamente cubanos sino globales. Veo esos niños que se pasan horas frente a un teléfono móvil y toda su vida se reduce a una internación a través de esos equipos. Eso me asusta, no sólo para Cuba sino para el mundo en general. Hace poco circulaba un correo que listaba todas las cosas que no había cuando éramos niños. Alguien se asombraba de que hubiésemos sobrevivido a montar bicicleta sin casco, a tomar agua de la manguera de un jardín. Hoy todo el mundo toma agua embotellada y los niños montan en bicicleta con casco. El mundo cambia y no siempre cambia para mejor.
Precisamente, hay como una suerte de apuesta mundial en torno a Cuba. Se mide el tiempo que falta para que todo se transforme brutalmente. Sin embargo, cuando uno está en Cuba, al mismo tiempo que percibe el deseo de un cambio y una suerte de resistencia que no está únicamente vinculada a la posición política, sino que se apoya en una certeza histórica.
La historia cubana es muy peculiar. Hasta el siglo XIX Cuba no fue una entidad propia. La cultura que existe en Cuba en los primeros siglos coloniales fue una cultura de lo práctico, una cultura de reconstrucción de fortalezas, de fabricación de navíos , de comercio, de navegación. La cultura artística se empieza a desarrollar a partir del siglo XIX. En ese proceso hay un elemento que es muy importante para la formación cultural cubana, lo mismo que en la brasileña o en la norteamericana: es el papel del negro, el papel de esa cultura que llega de Africa con unos hombres que lo único que traen es su cuerpo y mente. No tenían nada material con ellos. Vinieron desnudos en un barco negrero. Sólo traían su religión, la música, una manera de entender la vida, que además chocaba con un mundo que era totalmente desconocido para ellos. Todo eso fue creando una cultura de la capacidad de adaptación. Las religiones africanas que llegan a Cuba se convierten en religión afrocubana. Ese proceso tan característico puede definir el resto del proceso de creación de la idiosincrasia cubana como una forma de adaptación, de asimilación y luego de resistencia. Ese es un elemento que aún funciona de esa manera.
–La prensa liberal está segura de que Cuba será de nuevo una suerte de colonia dependiente de Estados Unidos, o de que se parecerá mucho a los países del Este de Europa luego del hundimiento del comunismo.
–Lo que ocurre en la mente de los jóvenes de hoy ocurre de manera diferente a como fue para nuestra generación. Habrá cambios indeseables y espero que no ocurran nunca. Espero que esa capacidad de resistencia de la que hablaba recién sea la que termine imponiéndose y preservando lo verdaderamente esencial e importante de una cultura, de una forma de ver la vida en la cual hemos vivido a lo largo de nuestra historia.
–Se percibe hoy en Cuba un tendencia por parte de la sociedad a tomar distancias con respecto al discurso del Estado.
–En los últimos años en Cuba ha habido un proceso muy interesante de dilatación del tejido social. Después de la Revolución, hasta los años 80, la vida social en Cuba se hizo homogénea porque la política también era homogénea. Un país de partido único en el cual no votar de manera unánime si una pared se debía pintar de blanco o de amarillo, ya podía ser considerado como un problema. Pero a partir de los años 90, con la crisis de esa época y con los años posteriores a partir de toda la creación de espacios económicos alternativos, pequeños todavía pero cada vez más considerables, yo creo que ese tejido social se ha ido dilatando, para bien y para mal. Creo que hay un sector de la población que se ha desfavorecido y otro que se ha favorecido con estas nuevas medidas. También constatamos en Cuba un proceso de dilatación en cuanto al pensamiento, al debate de ideas que no es ni remotamente ni todo lo intenso, ni todo lo necesario que exige una sociedad como la cubana. De todas maneras el proceso existe.
-Una obra como la suya no habría existido bajo otras condiciones, por una u otra razón.
–Al que se le hubiera ocurrido escribir novelas como las mías en los años 70 las pasaba muy mal. En los 80, no las hubiera escrito, y a partir de los 90 se escribieron esas novelas con algunos problemas. Hoy, sin embargo, se escriben con absoluta normalidad. El arte cubano ha sostenido una lucha muy intensa por levantar el techo de tolerancia que existía en el país. Recuerda que este fue un país en el cual se trató de establecer una suerte de realismo socialista, aunque no sea exactamente con estas palabras pero sí con estas intenciones. Para una cultura como la cubana eso era algo totalmente antinatural. Tratar de codificar esa cultura abierta, universal y cosmopolita de la que hablé con la estética del realismo socialismo como se pretendió en los años 70 provocó lo que hoy se conoce en Cuba como el quinquenio gris, o el decenio negro de la cultura cubana. Por eso pienso que cuando más espacio haya, más posibilidad hay de que el debate, la reflexión, la creación estén en un momento de mayor apogeo.
–Una de sus obras más bellas, Adiós Hemingway, es un auténtico arreglo de cuentas con un escritor como Ernest Hemingway que, por un lado y tal y como usted lo reconoce, influyó mucho en usted, y por el otro, fue una suerte de... digamos, farsante que usted desenmascara. Como un hijo que rompe con su padre.
–Si aquí en Cuba tu vas por la calle y le preguntas a la gente “dime el nombre de un escritor”, te dirá José Martí, que es el poeta nacional cubano, el poeta que uno aprende en la escuela. Y si le preguntas por otro, te dirá Hemingway. Su presencia fue muy significativa dentro de Cuba. Es un valor simbólico que tiene Cuba que a veces se explota de una forma que a mi no me gusta demasiado. Se ha convertido en un objeto de culto turístico. Una novela como Adiós Hemingway es una novela en la que yo trato de hacer un ajuste de cuentas con esa relación con el Hemingway escritor, que fue tan importante para mí, y con el Hemingway persona. Me parece que fue alguien que construyó una biografía y no siempre por los caminos más limpios. Creo que en el caso específico de Hemingway hubo mucho de puesta en escena. Hubo una apuesta social. El fue un hombre que estuvo del lado de las mejores causas sociales, humanas y literarias, pero también utilizó esas causas sociales, humanas y literarias como forma de construir el personaje que terminó creando. A ese Hemingway le dije adiós.
–A su manera, Hemingway ha sido un lazo entre Estados Unidos y Cuba. Ha mantenido su mito, y con él parte de la relación.
–No sólo Hemingway. Creo que con Estados Unidos hay un lazo muy profundo, muy importante, y es que compartimos un origen cultural africano muy fuerte. Eso se manifiesta en el arte popular más importante de los dos países, que es la música. La literatura, como quiera que sea, es una elaboración artística de la realidad que requiere determinadas condiciones. En Brasil, en Cuba, en los Estados Unidos, la música es una forma de vivir por ese componente africano que tenemos. Si tu vas a Nueva Orleans y ves el ambiente y cómo se comporta la gente, puedes pensar que estás en La Habana. A alguien que vive en Nueva Orleans y llega aquí le puede ocurrir lo mismo. Esto sucede de una manera muy integrada. Históricamente hubo un momento en que entre La Habana y Nueva Orleans se dio un gran flujo de comunicación muy intenso que permitió que existieran esos nexos a través de la música. Que se concretan después en la música cubana, en el jazz norteamericano y en lo que después, gracias a los músicos cubanos que radicaban en Nueva York en los años 40, terminó siendo el jazz latino.
–Su obra literaria, en lo esencial, capta esa música, reactualiza el barroquismo cubano y, además, no sólo capta las voces de La Habana, sino también sus sentidos.
–Para mí, escribir sobre mi sociedad, sobre mi ciudad, sobre mi experiencia personal y generacional es una responsabilidad civil. Antes que nada es una exigencia espiritual, una forma de sacarme los demonios que tengo dentro, pero también lo asumo como responsabilidad civil. Creo que la cultura, el arte y la literatura en Cuba, especialmente la novela, todavía tienen una función social. Hay muchas historias que contar, que, por una u otra razón, no han sido contadas. Creo que ahí está el espacio del novelista. Estamos empeñados en esa construcción de una imagen posible de Cuba a través de las palabras. Es la que yo trato de dar a través de mis novelas. Yo tengo un espacio donde escribo que se llama “La Esquina de Padura”. En la cultura cubana, la esquina es el punto donde la gente se reúne para conversar. Desde esa perspectiva de una esquina, de un barrio normal de La Habana en el que vivo, he tratado de escribir y de expresar lo que sienten y lo que piensan las personas que me rodean.
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